Cuando el cuerpo de Gerald Vásquez López, asesinado el 13 de julio de 2018, fue cargado en hombros y llevado al cementerio, doña Susana López, su madre, gritaba con fuerza una y otra vez su nombre. A cuatro años de esa fecha, en esta entrevista a profundidad comenta lo que sentía en el trayecto de ese amargo vía crucis.
Reconoce que el haberse organizado en la Asociación Madres de Abril (AMA) es un acto reconfortante durante este duro proceso, incluso en los 11 meses que lleva en el exilio. Entre lágrimas, suspiros, jadeos y risas, está segura que logrará justicia para su hijo y para todos los asesinados. "A Gerald le arrebataron la vida y a nosotros nuestros derechos", manifiesta.
Por Juan Treminio | @DaniTreminio
La Entrevista
San José, Costa Rica
¿Cómo se siente cada vez que termina una entrevista?
"(Suspira) Estoy consciente que recordar es parte de la memoria, pero termino con un dolor en la boca del estómago al ver cuántas cosas han pasado, que yo he pasado, y que estoy donde estoy solo por exigir justicia. Cuando doy una entrevista primero pienso en lo que estuviera haciendo si Gerald estuviera vivo. El 13 de julio marcó un antes y un después en nuestras vidas, cuando lo único que quería mi hijo era democracia y libertad para Nicaragua".
¿Cómo se imagina la vida de Gerald si no se la hubiesen arrebatado?
"El 26 de mayo estuviera cumpliendo 24 años, y mis hijas y yo vivimos pensando en que ya hubiese terminado su carrera.
Ahora no podemos ni ir al cementerio, ni hacerle misa, ni nada. Nosotras, como madres, quedamos con esa sensación de vacío. Mi mente y mi corazón guardan las palabras que él me decía: 'mamá, vos sos una mujer fuerte y tenés que salir adelante'. Y eso hago. Antes del 2018 a mí me había dado un derrame y estoy viva porque Dios es grande, y hace poco, en diciembre, me dio un preinfarto. Pero sí estoy viva es por algo. Porque veré justicia. La justicia de mi hijo y de todos los asesinados".
¿Qué es lo que más tiene presente del nacimiento y crecimiento de Gerald?
"(Jadea). Fue mi primer hijo. Nació el 26 de mayo de 1998 a la 01:30 de la tarde en el Bertha Calderón. Era una alegría indescriptible porque di a luz a una persona de bien, que tendría un futuro por delante. Desde sus cinco años era activo, bailaba folklore. Le gustaba andar bailando y nunca perdió la dulzura de su carácter. Cuando nació trajo alegría a nuestra casa. Siempre supo lo que quería ser. Siempre fue inquieto, pero no había necesidad de regañarlo. Recordarlo es una forma de coger fuerza para salir adelante".
Cuando el cuerpo de Gerald fue cargado en hombros rumbo al cementerio, usted gritaba con fuerza una y otra vez su nombre. ¿Qué sentía en ese momento? ¿Lo recuerda?
"Iba enardecida. Iba muy enojada. Cuando escuchaba en las noticias y decían que los estudiantes eran terroristas y que habían saqueado la universidad, más me enardecí. Y ese enojo desaparecerá hasta que el Estado de Nicaragua reconozca que asesinaron a jóvenes inocentes que luchaban por mejores condiciones para los estudiantes y para el país.
Después de una de mis entrevistas, Luis Andino, dirigente de UNEN (Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua), decía que Gerald no era universitario, pero Gerald llevaba el tercer año ya, y le borraron todo el expediente, como que nunca existió. Eso me retumba en la mente. Era mi primer hijo, mi mano derecha, y gritaba más duro su nombre, no para que el mundo me escuchara, sino para sacar toda esa furia. No me quería quedar con esa bravura. A Gerald le arrebataron la vida y a nosotros nuestros derechos.
Cuando me agarraba la cabeza le pedía a Dios que fuera mentira. Todavía quisiera cerrar los ojos y que eso fuera mentira (exhala)".
¿Algo ha logrado reconfortarla en este duro proceso?
"Haberme organizado con las madres (AMA). Desde septiembre que entré comenzamos a buscar a más familias, y luego a construir el Museo de la Memoria y ver cómo avanzamos como organización. Nos miramos como una familia. Nosotras somos las voces de quienes fueron callados. Han querido silenciarnos, pero sobretodo han querido borrar la memoria. Y con el museo nosotras contrarrestamos la narrativa del Estado. Hemos asumido con la reconstrucción de la memoria que en el país no se repitan estos crímenes".
¿Cuáles fueron sus motivos para salir al exilio?
"Antes del 11 de junio del año pasado yo escuchaba todos los días al mediodía a la Vicepresidenta (Rosario Murillo). Recuerdo que ella dijo que todas las personas injerencistas que la han denunciado a nivel internacional lo pagarán caro. Esas palabras me angustiaron, y lo hice (salir de Nicaragua) por la seguridad de mis hijas y del resto de la familia. Yo he sido parte de las madres que hemos llevado las denuncias a nivel internacional y me he dedicado a defender los derechos humanos; a pedir justicia y pedir la libertad de los presos políticos".
¿El exilio ha traído más dolor a su vida?
"Yo prácticamente vivo en el exilio desde el 2018. Yo pude salir de Nicaragua pero Nicaragua no ha salido de mí. Yo no voy a renunciar al sueño de regresar a mi casa y estar con mis hijas. Desde el 14 de julio nuestra prioridad ha sido buscar seguridad".
¿Tenía miedo de ser encarcelada?
"Muchas veces nos dieron seguimiento. Después de cada actividad que realizábamos, nos hostigaban de muchas formas. Era realmente perturbador. Se han ensañado con las familias de los asesinados. Vivía angustiada por tener que estar encerrada en lugares de seguridad y se me generaron muchas enfermedades físicas. Todo mi cuerpo se dañó".
¿Cómo ve usted a la familia Ortega-Murillo?
"La familia Ortega-Murillo está manchada por sangre inocente y todas sus generaciones serán señaladas como una familia de asesinos, como una dictadura que ha querido humillar al pueblo, callar y doblegar a las familias de los que asesinaron".
¿Agotaron las instancias nacionales de justicia?
"Las vías nacionales están agotadas, porque realmente el Estado no lo permite. Todavía antes de junio yo iba a llevar el caso a la Fiscalía para agotar las últimas instancias, pero empezaron los encarcelamientos. El Estado y todas sus instituciones están totalmente controladas.
Cómo organización ahora vamos a agotar la vía internacional para que el Estado de Nicaragua se haga responsable de los asesinatos y exista justicia transicional".
¿Se acercó a usted y a su familia la Comisión de la Verdad conformada por la Asamblea de Daniel Ortega?
"(Ríe) Una vez me encontré a una persona que me dijo que si quería trabajar para la 'Comisión de la Verdad'. Esa comisión lo que ha querido es cambiar todos los hechos ocurridos desde el 2018, y yo no voy a cambiar la narrativa, porque eso es lo que ellos quieren. He visto muchos casos que ha cambiado la Comisión.
En otra ocasión, la CPC (miembro del Consejo del Poder Ciudadano) del barrio le dijo a mi papá que la alcaldesa de Managua, Reyna Rueda, nos estaba ofreciendo una casa, y mi papá le dijo que nosotros no queremos nada; solo queremos tranquilidad. Ellos han querido doblegarnos y no han podido".
¿Y el contexto nicaragüense ahora?
"Es inaudito que en Nicaragua no existan derechos humanos. Es una cárcel hasta para su propia gente. Los mismos sandinistas no pueden salir del país".
¿En qué o en quién ha centrado su esperanza en este búsqueda de justicia?
"Yo he centrado mi esperanza principalmente en las manos de Dios. Hay mucha gente que aún puede hacer mucho por Nicaragua. Cuando escuché a Arturo McFields en la OEA (Organización de los Estados Americanos), me entró una alegría, porque él los defendió hasta donde pudo, pero no aguantó. Eso demuestra que Dios ha tocado los corazones. Al país le duele respirar (se le quiebra la voz), por eso pierdo las esperanzas".
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