Daniel Ortega y Rosario Murillo últimamente no parecen hacer gala de tener muchas luces. Desde el jueves 19 de mayo, el régimen dictatorial que ellos presiden se ha lanzado en una embestida in crescendo contra la Iglesia católica nicaragüense, sin parangón en la historia reciente de nuestro país.
Por Israel González | @IsraelDeJ9
El punto en la i
Madrid, España
El problema del Frente Sandinista (FSLN) con la religión viene desde el propio inicio de la revolución triunfante que derrocó la dictadura militar de Anastasio Somoza Debayle en julio de 1979. Los curas y obispos, igual que lo hicieron en 2018, salieron de los templos para refugiar a las víctimas de la cruel represión que ejecutaba la Guardia Nacional en las denominadas operaciones limpieza.
La triunfante revolución de izquierdas tuvo entre sus ministros a sacerdotes como Fernando y Ernesto Cardenal, Miguel D`Escoto Brockmann y Edgard Parrales (actual preso político del orteguismo). Atendían entre ellos cuatro áreas neurálgicas del país como educación, cultura, diplomacia y asuntos sociales.
Si bien la Iglesia -al inicio del gobierno del FSLN-, vio con simpatía el proceso y hasta llegó a proclamarse en favor de un socialismo democrático y humanista en un pastoral llamada Compromiso cristiano para una nueva Nicaragua fechado en noviembre de 1979; pronto iniciaría el choque debido al afán de los sandinistas por hegemonizar el control de la sociedad.
En septiembre de 1979, el FSLN propagó entre sus militantes un documento denominado “Las 72 horas” en las cuáles definía que debían terminar la conquista del Estado y que la frágil unidad nacional fraguada en la lucha insurreccional contra Somoza fue una táctica para librarse del fantasma de una intervención directa de los Estados Unidos de Norteamérica.
La negativa del FSLN a seguir posiciones moderadas y reformistas, adoptando el modelo cubano provocó reacciones y críticas crecientes de la Iglesia; lo que se tradujo en actos de hostilidad, primero simbólicos y de baja intensidad, luego más abiertos y hasta físicos.
Desde dejar emitir la misa que presidía el arzobispo Obando y Bravo en el Sistema Sandinista de Televisión (SSTV), pasando por la censura a Radio Católica por negarse a emitir las cadenas radiales de Ortega, los montajes realizados contra los curas Bismark Carballo y Amado Peña, la expulsión de curas críticos entre ellos el obispo de Juigalpa, Pablo Vega y el acto de tensión generado en la plaza 19 de julio durante la misa de Juan Pablo II en Managua. Todo un rosario de agravios realizados por el FSLN, que jamás entendió el fenómeno religioso, pese a que en los 80 contaron con la asesoría de muchos buenos teólogos de América Latina y España, que en la mayoría de casos apoyaban más una estrategia de diálogo que de enfrentamiento con la Iglesia.
El FSLN durante los 80 se quejó amargamente de las críticas que hacía Miguel Obando y Bravo y otros obispos. El gobierno revolucionario en muchas ocasiones trató de desacreditara la jerarquía católica asegurando que eran peones o enviados de los EE.UU. Al final de la década de la Revolución, Ortega tuvo que recurrir al entonces arzobispo de Managua para realizar un proceso de diálogo con la contrarrevolución y el seguimiento a los acuerdos de Esquipulas II, que culminaría en la victoria de doña Violeta Barrios de Chamorro en febrero de 1990.
En realidad, Ortega y su señora jamás han entendido que la Iglesia nicaragüense nunca abandonará su independencia del poder y su capacidad de hacer críticas ante la problemática nacional. Pensar que con dádivas, terrenos o figuración en medios de comunicación que aceptaban algunos curas u obispos en los últimos 15 años iba a lograr acallar a la Iglesia era ser muy torpe políticamente. Jamás la Iglesia iba a comprometerse para defender un régimen tan carente de legitimidad como el orteguista, que –por mucho que se disfrace de cristiano-, en realidad es perverso, diabólico y asesino.
2018 demostró que la Iglesia estaba con quiénes si tenían que estar: Al lado del pueblo. Y así, nuevamente los obispos y curas decidieron correr la misma suerte del pueblo: La intimidación, el acoso, la persecución, las campañas de desprestigio y el exilio. Y pese a todo, lo peor es que como un bumerán, los ataques a la Iglesia consolidan su prestigio moral y el respaldo de la población a su actuar profético.
Grabado a fuego en nuestras retinas, están las imágenes de los obispos llegando a Masaya con el Santísimo Sacramento deteniendo una masacre. Y la brutal agresión que sufrieron por las turbas del orteguismo en Diriamba y Jinotepe. También a los curas marchando al lado de los evangélicos, las feministas y las minorías sexuales, luchando por una patria justa, fraterna y de hermanos, sin dictadura.
Pese a todo, ahí están el obispo Silvio José Báez y el padre Edwing Román dando esperanza en el ministerio de la consolación a la diáspora en EE.UU. pese al cruel exilio que tuvieron que asumir para salvaguardar su vida. Ellos representan a otros curas que tuvieron que ser trasladados de parroquia o moverse a otros países para escapar del autoritarismo a lo Ceaucescu que se ha impuesto a sangre y fuego en Nicaragua.
Y dentro de la patria, está monseñor Rolando Álvarez, que con su ejemplo valiente se opuso desde la radicalidad evangélica pacifista en contra de un sistema injusto que pretendía coartar sus derechos como creyente y ciudadano. En él están representados cientos de curas que dentro del país siguen llamando a la esperanza a nuestro pueblo, diciéndole que la noche, por más oscura que pueda verse también termina y que todo pueblo crucificados resucita un día no muy lejano.
Desde mi exilio en España, esa postura eclesial nica profética y valiente despierta una gran admiración. Curas, obispos y periodistas católicos se asombran de la entereza de la Iglesia nicaragüense. Una vez, durante una entrevista en la TRECE Tv, dije que como creyente me sentía orgulloso de la calidad de pastores que tenemos en Nicaragua.
Señor presidente don Daniel. Señora vicepresidenta Jezabel: Ustedes no aprenden. Tropezar dos veces con la misma piedra. Realmente no me sorprende su torpeza. Menos mal que sabemos desde los tiempos de Nerón que la persecución es semilla de nuevos cristianos. La Iglesia verá pasar el féretro de su régimen moribundo y caduco, y los periodistas estaremos ahí para contarlo.
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