La expulsión de la embajadora Fulvia Castro Matus por parte del Gobierno de Lula da Silva no fue una decisión tomada a la ligera. Esta acción fue en respuesta directa a la orden emitida por Daniel Ortega para que Breno Souza da Costa abandonara Nicaragua, después de que el diplomático brasileño no asistiera a los actos conmemorativos del 45 aniversario de la Revolución Ciudadana de 1979 el pasado 19 de julio de 2024. Según fuentes del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, el embajador actuó bajo instrucciones de Itamaraty, la cancillería brasileña, que le había indicado que evitara participar en ciertos eventos políticos organizados por el régimen.
Por Jairo Videa | @JairoVidea
Managua, Nicaragua
El reciente deterioro de las relaciones diplomáticas entre Brasil y Nicaragua ha alcanzado un punto álgido con la expulsión mutua de embajadores, lo que evidencia las crecientes tensiones entre dos antiguos aliados de la izquierda latinoamericana. La decisión del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, de expulsar a la embajadora nicaragüense Fulvia Castro Matus este jueves 08 de agosto de 2024, ha sido una respuesta directa a la expulsión del embajador brasileño en Managua, Breno Souza da Costa, ordenada por el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, que se hizo pública este miércoles 07 de agosto. Este incidente subraya la fragilidad de las relaciones entre ambos países, marcadas por diferencias ideológicas y políticas que han escalado en los últimos años y los más recientes meses, similar a casos cómo el de Costa Rica.
El conflicto diplomático se desató cuando Ortega decidió expulsar a Souza da Costa por no asistir a la conmemoración del 45 aniversario de la Revolución Ciudadana de 1979 el pasado 19 de julio en Managua. La ausencia del embajador brasileño no fue casual; según un alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, el diplomático actuó siguiendo instrucciones claras de Itamaraty, la cancillería brasileña, de no participar en ciertos actos políticos organizados por el régimen sandinista. Esta medida se enmarca en el enfriamiento progresivo de las relaciones bilaterales, que se han visto afectadas desde junio de 2023, cuando Lula intentó mediar en la liberación del obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, un crítico declarado de la administración sandinista de Ortega.
Fulvia Castro Matus, quien apenas había asumido su cargo como embajadora de Nicaragua en Brasil dos meses antes, en mayo de 2024, se encontró en el centro de este conflicto diplomático. Originaria de Matagalpa y cercana al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), su nombramiento como embajadora reflejaba la intención del régimen nicaragüense de fortalecer sus lazos con aliados estratégicos. Sin embargo, la rápida escalada de tensiones entre ambos países truncó sus planes. La decisión de Lula de expulsarla, que fue confirmada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, es un claro indicio de que las relaciones diplomáticas entre Brasilia y Managua han llegado a un punto de no retorno.
Pero la relación entre Lula y Ortega no siempre fue tensa. En la década de 1980, Lula, entonces un líder sindical emergente, viajó a Managua para celebrar el primer aniversario de la Revolución Ciudadana, donde se encontró con Ortega y otros líderes revolucionarios de la época, como Fidel Castro. A lo largo de los años, ambos líderes mantuvieron una relación basada en la solidaridad ideológica y la "lucha común" contra la injerencia extranjera en América Latina. No obstante, el panorama comenzó a cambiar a medida que Ortega consolidaba su poder en Nicaragua, transformando gradualmente su gobierno en una autocracia. La represión política, la persecución de opositores y la manipulación de las instituciones democráticas por parte del régimen sandinista generaron crecientes críticas internacionales, incluyendo las de Brasil. La situación empeoró en 2023, cuando Lula, en un intento de mediar a petición del papa Francisco, buscó intervenir en la liberación de monseñor Rolando Álvarez, quien había sido encarcelado por su oposición al régimen.
Ortega, sin embargo, no solo ignoró los intentos de Lula, sino que ni siquiera aceptó sus llamadas telefónicas, lo que marcó un punto de inflexión en la relación bilateral. Según el propio presidente brasileño. En una rueda de prensa con corresponsales extranjeros en julio de 2024, Lula expresó su frustración ante la falta de respuesta de Ortega. "Lo concreto es que Ortega no me atendió el teléfono y no quiso hablar conmigo", declaró el mandatario brasileño, lamentando que un líder que había protagonizado una revolución contra una dictadura ahora se comportara como uno de los dictadores que tanto había combatido. Estas declaraciones reflejan la profunda decepción de Lula con Ortega, a quien consideraba un aliado en la lucha por la justicia social en América Latina.
Consecuencias de la expulsión mutua
La expulsión de embajadores es un gesto diplomático de extrema gravedad, que suele preceder a una ruptura total de relaciones. Aunque Brasil no ha llegado a ese extremo en otros casos, la decisión de expulsar a Castro Matus deja claro que las relaciones entre ambos países están en su punto más bajo en décadas. Este movimiento también pone en evidencia las limitaciones de la diplomacia brasileña bajo Lula, quien ha intentado mantener una postura de equilibrio y mediación en los conflictos de la región, pero que ahora se enfrenta a un escenario donde sus esfuerzos son rechazados por administraciones como las de Nicaragua, Honduras y México.
En Nicaragua, la salida de Castro Matus de Brasil ha sido seguida por su nombramiento como ministra del Ministerio de Economía Familiar Comunitaria Cooperativa y Asociativa (MEFCCA), un cargo clave en el régimen criminal de Ortega. Esta decisión, anunciada por la vicepresidenta Rosario Murillo el mediodía de este jueves, subraya la confianza que el régimen sandinista deposita en ella, a pesar de las tensiones diplomáticas con Brasil. Además, el rápido nombramiento de Castro Matus en un nuevo cargo refleja la capacidad del régimen para reubicar a sus cuadros leales en posiciones estratégicas, incluso en momentos de crisis.
La crisis diplomática entre Brasil y Nicaragua también tiene implicaciones más amplias en la región. Lula, junto con los presidentes de Colombia, Gustavo Petro, y México, Andrés Manuel López Obrador, actualmente intentan liderar una iniciativa diplomática para resolver la crisis en Venezuela -otro aliado cercano de Ortega- a raíz del fraude electoral del domingo 28 de julio de este año. Sin embargo, la expulsión de embajadores podría debilitar la posición de Brasil en estas negociaciones y complicar los esfuerzos por lograr una solución pacífica en Venezuela, donde las recientes elecciones han sido denunciadas como fraudulentas por la oposición, causando manifestaciones en todo el territorio.
Por su parte, Ortega ha demostrado que está dispuesto a confrontar a cualquier país que critique su mandato y sus acciones, incluso a antiguos aliados como Brasil. Su decisión de expulsar a Souza da Costa fue un claro mensaje de que no tolerará la injerencia extranjera en los asuntos internos de Nicaragua, aunque esto implique aislarse aún más en el ámbito internacional.
Esta expulsión mutua de embajadores entre Brasil y Nicaragua marca un nuevo capítulo en la historia de las relaciones entre ambos países, uno que está caracterizado por la desconfianza, la confrontación y el alejamiento de dos líderes que alguna vez compartieron una visión común para América Latina, o al menos un discurso. Con el deterioro de estas relaciones, se vislumbra un futuro incierto para la diplomacia regional, donde las alianzas y las rivalidades se redefinen en un contexto de creciente polarización política, con más palabras que acciones, aunque en días como hoy vemos más acciones que palabras.
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