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Reinos de dos: 10 matrimonios dictatoriales y sus imperios de control y represión

El autoritarismo no es obra de una sola persona. En muchos regímenes, el poder se equilibra entre los líderes y sus esposas, quienes juegan un rol tan crucial como sus contrapartes masculinas. Desde matrimonios como los de Nicolae y Elena Ceausescu en Rumanía, o el de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua, ambos cónyuges participaron activamente en la construcción de imperios de represión y control. Este reportaje de COYUNTURA ilustra cómo diez parejas presidenciales, a través de su complicidad y ambición compartida, forjaron sistemas que sometieron a sus pueblos, demostrando que las autocracias son, en todos los casos, un proyecto de dos.


Por Juan Daniel Treminio | @DaniTreminio

Managua, Nicaragua
Nicolae Ceausescu y su esposa Elena fueron fusilados el 25 de diciembre de 1989 después de ser sentenciados en una corte militar de Rumania | Fotografía de Getty Images
Nicolae Ceausescu y su esposa Elena fueron fusilados el 25 de diciembre de 1989 después de ser sentenciados en una corte militar de Rumania | Fotografía de Getty Images

La tercera regla universal del poder -explicada por el doctor Giovanni Sartori el 04 de julio de 1996, en el marco de la Tercera Conferencia de la Unión Interamericana de Organismos Electorales, organizada por el Instituto Interamericano de Derechos Humanos, y antes de él por el filósofo populista Niccolò Machiavelli- establece que nadie gobierna solo. A lo largo de la historia, los líderes más autoritarios han comprendido que compartir el poder no es una muestra de debilidad o dependencia, sino una estrategia para consolidar su misión y volverla perpetua, hasta que termina. En el caso de muchos dictadores, ese equilibrio lo han encontrado en la figura de sus vicepresidentes, los jerarcas del parlamento y hasta los líderes militares, en lo institucional. Pero, en la estrategia, la demanda del día a día y bajo el escenario de lo que no vemos a menudo, son sus esposas quienes han sido mucho más que acompañantes del escenario público.


Esas mujeres no solo usaron el título de primeras damas, sino que, como hábito, participaron en la toma de decisiones, diseñando estrategias de control y represión, las cuales les permitieron profundizar sus visiones y dictaduras de manera férrea, como matrimonios heterosexuales, intentando incluso modificar la conducta de sus sociedades y todo el aparato estatal y de seguridad durante décadas.


Lejos de ser figuras secundarias, muchas de estas esposas -también licenciadas, empresarias, madres, hijas, hermanas y matriarcas- fueron piezas clave en la maquinaria del poder y la narrativa oficial, actuando como estrategas, representantes y cómplices en la consolidación de sus imperios.


Parejas como Nicolae y Elena Ceausescu en Rumanía, Ferdinand e Imelda Marcos en Filipinas, François y Jean-Claude Duvalier en Haití, Rafael Leónidas y María Martínez Trujillo en República Dominicana, y hasta Juan Domingo Perón en Argentina, primero con Eva y luego con Isabel, así como Muammar y Safia Gadafi en Libia, y Robert y Grace Mugabe en Zimbabue, ejemplifican cómo el poder compartido entre esposo y esposa es la base de una dinastía que somete a su pueblo al miedo y al control absoluto. Estos matrimonios, aparentemente destinados a estar juntos -para bien de unos pocos y para mal de muchos-, comparten una ambición desmedida, conservadurismo, rasgos ideológicos y hasta dinámicas familiares.


Sus relaciones aparentaron sanidad y fuerza en algún momento, pero ahora en realidad representan la peor parte de la humanidad.


En Nicaragua, por ejemplo, el matrimonio entre Anastasio Somoza García y Salvadora Debayle fue uno de los más influyentes en la historia política del país y la región. Dicha pareja consolidó un sistema que, a través de su relación y la fuerte influencia de la familia Somoza en el poder militar y empresarial, ejerció un control completo sobre la nación durante décadas. Su régimen, marcado por la represión y el nepotismo, sentó las bases para un modelo de poder que se imita ahora. Pero no es el único.


En la senda de ese patrón está la historia particular del matrimonio entre Daniel Ortega y Rosario Murillo, quienes han utilizado su relación no solo como un nexo personal para ascender, sino como una herramienta estratégica para mantener el control sobre el país desde el seno familiar, aunque con evidentes tensiones y noches largas por el "triunfo" de una discusión, como en todo matrimonio.


Este texto de COYUNTURA explora entonces cómo el poder compartido entre Ortega Saavedra y Murillo Zambrana no es un fenómeno aislado, sino un capítulo más en una larga y fatídica tradición global, humana y política, donde la no tan sagrada institución que representa el matrimonio -según el catolicismo- se convierte en una poderosa estructura de control y represión política e institucional, contra la razón, el bien común, la coherencia, los derechos humanos y las libertades que dan vida a la democracia.


Estas son historias que van más allá del amor, porque, en estos casos, la unión heteronormada deja de ser una institución privada para convertirse en una herramienta política, donde el afecto sano, si existe, es eclipsado por el afán de poder. La historia demuestra que estos matrimonios autoritarios pueden llegar muy lejos, pero también que eventualmente enfrentan su propio final, cuando las tensiones internas o el descontento popular ponen fin a su dominio.


Mano dura en el corazón del comunismo rumano


En 1965, Nicolae Ceausescu asumió el liderazgo del Partido Comunista de Rumania y, en 1967, se convirtió en presidente del Consejo de Estado. Al principio, parecía que su administración se distanciaba del control brutal de su predecesor, Gheorghe Gheorghiu-Dej, de quien obtuvo su apoyo; sin embargo, pronto superó su formato de represión y se transformó en uno de los regímenes más opresivos de Europa del Este. A su lado, no como una simple primera dama, sino como una figura política en ascenso, estaba su esposa, Elena Ceausescu, quien jugó un papel crucial en la construcción de uno de los regímenes más represivos desde la Guerra Fría (1965-1989).


Nicolae provenía de una familia humilde y comenzó a trabajar desde niño. En su adolescencia, se integró a la política contagiado por la fiebre comunista de la época. Elena, una empleada común, conoció a Nicolae en las filas del mismo partido en 1937. La ideología los unió como cupido, y contrajeron matrimonio en 1946. Nicolae fue escalando entonces en las filas de su partido hasta alcanzar la cima del poder en 1965.


Este binomio rumano no solo compartía una relación personal, sino también una visión política que los unió en su búsqueda del poder absoluto. Desde el comienzo de su mandato, Nicolae promovió a Elena en posiciones de creciente importancia dentro del Estado, presentándola como un "símbolo de la mujer trabajadora" y leal al comunismo. Mientras él concentraba su poder en los órganos estatales, ella se convirtió en una figura destacada en la política, ciencia y cultura del país, supervisando personalmente los proyectos del régimen en estas áreas.


El culto a la personalidad era importante. Eran dos líderes que, juntos, formaron un solo régimen, distinguiéndose por su corte comunista heterodoxo. Se esforzaban por ser bien vistos entre las democracias occidentales, viajando con frecuencia a Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.), Reino Unido, Alemania, Francia y España. También se destacaban por su enfoque en construir un culto a la personalidad no solo en torno a Nicolae como jefe del Estado, sino también en torno a su esposa Elena. Ella fue retratada como una científica brillante y como "la madre de la nación", una "revolucionaria".


A pesar de que todas sus credenciales académicas eran fabricadas, la propaganda se encargó de crear la imagen de una mujer inteligente, culta y poderosa, que junto a su esposo formaba una pareja ejemplar para los habitantes de su nación y el mundo. En público, siempre juntos, simbolizaban la unión perfecta entre amor y poder, representando una utopía comunista que, para el pueblo, no era más que una pantalla detrás de la cual se ocultaba la represión brutal, contra comunidades vulnerabilizadas, disidentes, pensantes, religiosos y la sociedad civil.


Si bien Nicolae lideraba el aparato militar y político, Elena era, en realidad, una arquitecta del terror en el ámbito cultural; su influencia era temida. Además de ocupar una de las tres vicepresidencias suplentes en el Consejo de Ministros, era presidenta del Consejo de Estado para la Ciencia y la Tecnología. Bajo su liderazgo, la política cultural rumana se convirtió en un instrumento de represión. Cualquier expresión artística que no se ajustara a la narrativa oficial del régimen era censurada, y los artistas disidentes eran perseguidos y encarcelados por montón. Elena controlaba las academias científicas y culturales del país, lo que le permitió manipular e ideologizar el conocimiento, eliminando cualquier forma de crítica al régimen en esos espacios. Su control absoluto sobre la educación y la cultura consolidó su poder, y su papel fue tan represivo como el de su esposo Nicolae, porque mandó a silenciar a muchos por igual.


No obstante, en cuestión de días, el temido matrimonio pasó de un pedestal fuerte al paredón, con un final fatal en la Navidad de 1989. A medida que el país se sumía en una profunda crisis económica, social y humanitaria en la que miles de niños morían por desnutrición, el culto a la personalidad que la pareja había construido comenzó a desmoronarse, con muchas muestras de manifestación en todo el territorio. El pueblo rumano, cansado de la opresión y la pobreza, se levantó contra el sistema, desencadenando la Revolución Rumana de 1989. Lo que había comenzado como un piquete de manifestantes en la ciudad occidental de Timișoara rápidamente se extendió por todo el país, culminando en la captura de Nicolae y Elena el 22 de diciembre de aquel año, cuando intentaban huir en helicóptero hacia China. Tuvieron que realizar un aterrizaje de emergencia en territorio rumano y la misma guardia nacional los atrapó en su intento de fuga.


Enfrentaron un juicio rápido y simbólico. Después de ser detenidos, en cuestión de horas, la pareja que había gobernado con mano dura durante más de dos décadas fue sentenciada a muerte, enfrentando una escena que contrastaba drásticamente con su imagen habitual de poder inquebrantable. Fueron ejecutados contra la pared de una base militar en las afueras de la capital un 25 de diciembre, en manos de los mismos que alguna vez les veneraron: los militares. Su muerte marcó el fin de uno de los regímenes más duros de la Europa comunista.


El régimen de Nicolae y Elena Ceausescu dejó una marca imborrable en la historia de Rumania y europea. Su obsesión por el control, su culto a la personalidad y su represión brutal moldearon el destino de un país que aún lucha por superar las secuelas de su administración. Para muchos, la pareja simboliza el abuso del poder compartido, donde el amor se transformó en una alianza para oprimir y controlar a toda una nación.


Estuvieron 24 años en el poder. ¿Factores de su caída? Represión, crisis económica y revolución ciudadana. El Frente de Salvación Nacional, gobierno de facto tras su caída, informó que los combates registrados desde el inicio de la revuelta popular se cobraron entre 60,000 y 80,000 víctimas. La condena de pena capital y confiscación fue impuesta por genocidio. "La condena es definitiva y ha sido ejecutada", señaló un comunicado oficial.


Los enfrentamientos continuaron en diversas zonas de Rumanía, donde los agentes de la Securitate, la temida policía secreta leal a Ceausescu, se negaron a rendirse tras el ultimátum del nuevo gobierno provisional. Esta administración prometió una transición democrática con elecciones en abril de 1990, distanciándose del régimen anterior con la ejecución de Nicolae y Elena Ceausescu. Sin embargo, algunos interpretaron esta acción como un signo de debilidad, ya que la Securitate, armada y entrenada, siguió causando estragos, consciente de que no tendría salvación tras sus crímenes.


En paralelo, la ayuda humanitaria comenzó a llegar a Rumanía, aunque convoyes fueron atacados por seguidores del hasta entonces dictador. Mientras tanto, el Frente de Salvación Nacional perfilaba la nueva estructura del país, con Ion Iliescu emergiendo como el nuevo líder. La comunidad internacional también tomó acción, coordinando esfuerzos para enviar suministros y evacuar ciudadanos extranjeros, aunque persistieron rumores sobre la participación de mercenarios árabes en apoyo a las fuerzas leales a Ceausescu, lo cual fue desmentido por las partes involucradas.


Glamour y cleptocracia a la filipina


Ferdinand Marcos e Imelda Remedios Romuáldez se conocieron en los años 50, cuando Ferdinand ya era una figura prominente en la política filipina; un abogado destacado con ambiciones presidenciales. Imelda, proveniente de una familia acomodada de origen japonés, había incursionado en el mundo del modelaje y los concursos de belleza para establecerse en la alta sociedad. Su matrimonio en 1954 no solo selló una unión personal y familiar, sino que sentó las bases para una de las dinastías más controvertidas del sudeste asiático hasta hoy.


En 1965, Marcos ganó la presidencia de Filipinas y, con Imelda a su lado, consolidó rápidamente un régimen que combinaba el autoritarismo con una ostentosa exhibición de riqueza y glamour.


Imelda no se limitó a ser una simple primera dama; se convirtió en un símbolo de poder en su propio derecho. Apodada "la mariposa de hierro", ella utilizó su carisma y las ambiciones para ocupar roles significativos dentro de la administración de su esposo, controlando áreas clave como la infraestructura, el turismo y la política exterior a través del Ministerio de Asentamientos Humanos y la Embajada Extraordinaria y Plenipotenciaria de Filipinas, una entidad creada exclusivamente para ella.


Mientras la pareja acumulaba riquezas, formaron una simbiosis política donde el poder y la riqueza se distribuían entre ambos, proyectando una imagen pública de unidad y fortaleza. Marcos fue reelegido en 1969, un mandato que le permitió eliminar límites del período presidencial y autonombrarse "primer ministro".


El exdictador filipino Ferdinand Marcos y la primera dama Imelda | Fotografía de AP
El exdictador filipino Ferdinand Marcos y la primera dama Imelda | Fotografía de AP

El culto a la personalidad siempre es importante. Ferdinand Marcos cultivó un mito personal, presentándose como un héroe de la Segunda Guerra Mundial y salvador de Filipinas. Utilizó narrativas cuestionables para cimentar su estatus casi legendario, considerándose indispensable para la estabilidad del país y erigiéndose en protector contra amenazas internas y externas. Su control sobre los medios de comunicación fue crucial para consolidar esta imagen paternalista.


Imelda, por su parte, se convirtió en la "reina del glamour," siendo la cara visible de la dictadura. A través de proyectos culturales y diplomáticos, promovía su propio "estilo Imelda," combinando autoritarismo y extravagancia, construyendo monumentos y embajadas en su honor. Su imagen reflejaba una grandeza casi divina, mientras la población sufría en condiciones de pobreza. Ambos utilizaron el culto a la personalidad para desviar la atención de la represión y la corrupción, proyectando un aura monárquica que les permitía mantener el control mientras saqueaban el país.


Con la imposición de la ley marcial en 1972, Marcos desató un régimen de represión brutal. Más de 100,000 filipinos fueron asesinados, otros torturados o encarcelados. Las fuerzas armadas y la policía se expandieron, ejerciendo un control férreo sobre la sociedad y aplastando cualquier disidencia política. La ley marcial permitió a Marcos mantenerse en el poder de manera indefinida, suspendiendo los derechos constitucionales y eliminando sindicatos y organizaciones civiles.


Imelda, con su imagen glamurosa, formaba parte integral de esta represión. Aunque representaba el lado más "suave" del régimen, sus acciones contribuían a la consolidación del poder, mientras entretenía a embajadores y líderes con dulces melodías, ocultando la brutalidad del régimen.


El asesinato del líder opositor Benigno Aquino en 1983 marcó el principio del fin para el régimen de Marcos. Su muerte desató una ola de indignación que culminó en la Revolución del Poder Popular de 1986. Corazón Aquino, viuda de Benigno, se convirtió en símbolo de la resistencia. A pesar de los intentos de fraude electoral por parte de Marcos, el pueblo y sectores militares se rebelaron. Finalmente, Ferdinand e Imelda huyeron a Hawái, dejando un legado de lujo y excesos, representado por los 1,060 pares de zapatos de Imelda, símbolo del abuso de poder.


Tras ser derrocados en 1986, la pareja se exilió en Hawái, donde Ferdinand murió en 1989. A pesar de las acusaciones de corrupción y violaciones de derechos humanos, la familia Marcos logró regresar a Filipinas en la década de 1990 y comenzó a recuperar influencia política.


Imelda, a sus 90 años, sigue en Filipinas y ha ocupado cargos públicos, aunque ha enfrentado juicios por corrupción. Su hijo, Ferdinand "Bongbong" Marcos Jr., fue elegido presidente en 2022, marcando el regreso de la familia al poder. A pesar de su legado de corrupción y represión, la familia ha intentado rehabilitar su imagen y permanece políticamente relevante. Así, el régimen de Ferdinand e Imelda Marcos dejó una huella indeleble en la historia de Filipinas, simbolizando el abuso de poder, la corrupción y la resistencia popular en la búsqueda de la democracia.


Refundación y sucesión interrumpida en Zimbabue


Robert Mugabe ascendió al poder en Zimbabue en 1980 tras liderar la guerrilla que luchó por la independencia de lo que entonces se conocía como Rodesia. Inicialmente fue aclamado como un "héroe de la liberación" y un "visionario" por su lucha contra el colonialismo y el racismo. Durante los primeros años de su gobierno, parecía ser un líder comprometido con el progreso y la reconciliación nacional. Sin embargo, con el tiempo, su administración se transformó en una dictadura férrea que se caracterizó por la corrupción, el autoritarismo y la represión de la oposición política.


En la década de 1990, una joven secretaria llamada Grace Marufu comenzó a trabajar para Mugabe. Pronto se convirtió en su esposa, un paso que marcaría un cambio crucial en la dinámica del poder en Zimbabue. Grace no solo fue la esposa del presidente, sino que desempeñó un papel cada vez más destacado en la política del país. Apodada "Gucci Grace" debido a su estilo de vida ostentoso y su amor por las compras extravagantes, ella pasó de ser una figura secundaria a una de las personas más influyentes en el régimen de Mugabe.


Grace Mugabe fue más que una simple primera dama; asumió múltiples roles políticos dentro del país. En particular, se destacó como presidenta de la Liga de Mujeres del partido ZANU-PF, lo que le permitió consolidar su poder e influencia dentro del partido gobernante. A medida que su figura se elevaba, también lo hacía su ambición de suceder a su esposo. Empezó a desempeñar un papel clave en la toma de decisiones gubernamentales, siendo vista como la "sucesora natural" de Mugabe, con la responsabilidad de proteger su legado y los intereses del país.


Bajo el régimen de Mugabe, se cultivó un culto a la personalidad tanto para él como para Grace. Mientras que Robert Mugabe fue presentado como el "Padre de la Nación" y el líder eterno, Grace fue posicionada como la mujer que continuaría su legado. Su presencia en los medios de comunicación se incrementó y fue promovida como la figura que le daría estabilidad y continuidad al régimen. Este culto a la personalidad ayudó a consolidar su poder, aunque también encubrió las crecientes tensiones internas y la represión de los opositores.


El régimen de Mugabe fue conocido por su brutal represión de la oposición, y Grace no estuvo exenta de esta maquinaria de control. A medida que su influencia crecía, también lo hacía su reputación como una persona despiadada con quienes se interponían en su camino. Grace fue acusada de utilizar los recursos del Estado para su enriquecimiento personal y de silenciar a quienes consideraba una amenaza a sus intereses. Su ambición de suceder a su esposo la llevó a eliminar a rivales políticos, tanto fuera como dentro de su propio partido.


En 2017, la salud de Robert Mugabe comenzó a deteriorarse, lo que abrió la puerta a una lucha por la sucesión. Grace, con sus crecientes aspiraciones de poder, hizo un movimiento audaz para posicionarse como la sucesora de su esposo. Acusó al vicepresidente Emmerson Mnangagwa de "jugar a un juego peligroso" al postularse como sucesor del presidente. En respuesta, Mugabe destituyó a Mnangagwa el lunes 06 de noviembre del año 2017 por "deslealtad y escasa honradez en la ejecución de sus deberes", lo que provocó una crisis política en el país. Este acto desencadenó una serie de eventos que culminaron en el exilio de Mnangagwa y, eventualmente, en un golpe de Estado que derrocó a Robert Mugabe.


El régimen de Mugabe, que había durado más de tres décadas, terminó con su caída en noviembre de 2017, y la ambición de Grace de suceder a su esposo fue frustrada. Su influencia política, que en su apogeo parecía inquebrantable, también se desplomó, marcando el fin de una era de poder absoluto en Zimbabue.


El presidente de Zimbabue Robert Mugabe y su esposa Grace | Fotografía Reuters
El presidente de Zimbabue Robert Mugabe y su esposa Grace | Fotografía de Reuters

La influencia de Grace Mugabe había crecido tanto que parecía que Zimbabue se encaminaba hacia una transición dinástica. Sin embargo, el Ejército intervino y orquestó un golpe de Estado rápido y sin derramamiento de sangre para evitar que ella se convirtiera en presidenta. Bajo presión militar y política, Robert Mugabe fue obligado a renunciar, poniendo fin a su régimen de 37 años. Grace, quien había sido una figura central en la política del país, desapareció de la vida pública, y su sueño de gobernar Zimbabue quedó truncado. Mientras tanto, su esposo fue confinado a arresto domiciliario en una mansión en las afueras de Harare.


El régimen de los Mugabe dejó profundas cicatrices en Zimbabue. Durante años, Robert utilizó la violencia y el miedo para mantenerse en el poder, mientras que Grace se convirtió en un símbolo de corrupción y codicia. No obstante, la intervención militar que puso fin a su gobierno no trajo consigo una verdadera democratización, pero sí marcó un punto de inflexión: el cierre de una era.


El vicepresidente Emmerson Mnangagwa regresó del exilio para asumir el poder tras la salida de Mugabe en noviembre de 2017. El exmandatario, quien gobernó durante casi cuatro décadas, falleció el 06 de septiembre de 2019 a los 95 años en un hospital de Singapur. Grace reapareció públicamente durante los funerales y luchó para que el cuerpo de su esposo fuera enterrado en su pueblo natal, Zvimba, a 96 kilómetros de la capital.


En la actualidad, el legado de los Mugabe sigue siendo objeto de controversia en Zimbabue. Mnangagwa ha continuado consolidando su poder, manteniendo una especie de continuismo político y casi que institucional. Fue reelegido para un tercer mandato en agosto de 2023, en medio de denuncias de fraude electoral. Mientras tanto, Grace y su hija Bona han retomado un papel en la política, participando en eventos del partido ZANU-PF.


Dinastía y terror en Haití


Conocido como "Baby Doc", Jean-Claude Duvalier heredó el poder de su padre, François "Papa Doc" Duvalier, en 1971, convirtiéndose en el dictador más joven del mundo a los 19 años. El régimen que Jean-Claude heredó ya estaba marcado por la represión brutal de su padre, quien gobernaba Haití con mano de hierro a través de su temida milicia, los Tonton Macoutes. Sin embargo, con la llegada de Michèle Bennett a su vida, el gobierno de 'Baby Doc' adoptó un enfoque aún más ambicioso, glamuroso y autoritario, a pesar de que gobernaba una de las naciones más empobrecidas del continente americano.


Jean-Claude se casó con Michèle Bennett en 1980, y la boda fue un evento fastuoso que se convirtió en uno de los símbolos más notables del derroche y la extravagancia de la dictadura Duvalier. Celebrada en el Palacio Nacional de Haití, la ceremonia fue descrita como una fiesta de proporciones casi reales, diseñada para proyectar la imagen de poder y estabilidad del régimen y su alianza con la élite económica del país. Michèle, proveniente de una familia adinerada, trajo consigo el apoyo de los sectores más privilegiados de Haití, reforzando el control de Jean-Claude sobre la nación.


Más allá de su papel como primera dama, Michèle asumió una influencia significativa en las decisiones políticas y económicas del régimen, participando activamente en la administración de las riquezas saqueadas y en la represión de las y los opositores.


Retrato del presidente haitiano Jean-Claude Duvalier y su esposa, Michele Bennett Pasquet, en Puerto Príncipe, Haití, en el año 1984 | Fotografía de Getty Images

Mientras Haití se hundía en la pobreza, la pareja Duvalier proyectaba una imagen de lujo y poder. En los medios de comunicación controlados por el régimen, Jean-Claude y Michèle eran retratados como figuras casi reales, con una vida de opulencia que contradecía el sufrimiento generalizado de la población. Los Duvalier crearon un culto a la personalidad, similar al de los Marcos en Filipinas, presentándose como los salvadores de la nación, mientras Michèle se mostraba como la benefactora de obras sociales, aunque estas eran más simbólicas que reales.


Detrás del glamour de los Duvalier, la realidad era de terror y represión. Los Tonton Macoutes, que se convirtieron en un brazo paramilitar secreto de Jean-Claude, aterrorizaban a la población mediante asesinatos, torturas y desapariciones forzadas. Michèle no era ajena a esta represión. Se decía que jugaba un papel activo en la eliminación de opositores y en la excesiva corrupción, extrayendo fondos públicos para enriquecer a su familia y a los círculos cercanos al régimen. La pobreza extrema y la corrupción devastaron la economía haitiana, mientras que la represión sofocaba cualquier intento de disidencia.


En 1986, Jean-Claude y Michèle se vieron obligados a abandonar el poder debido a una combinación de factores que incluyeron el creciente descontento popular, la represión brutal de su régimen, la corrupción desenfrenada y el colapso económico de Haití. Esto generó un levantamiento popular, protestas masivas y la presión internacional.


Huyeron a Francia en un avión cargado con millones de dólares saqueados del tesoro nacional. En el exilio, vivieron una vida de lujo, lejos del sufrimiento que su régimen había causado en Haití. Mientras tanto, el país quedó sumido en una profunda crisis económica y política, de la cual aún lucha por recuperarse.


Cuando Duvalier fue derrocado en 1986, Michèle lo acompañó en su exilio a Francia. La pareja se divorció en 1993, tras rumores de tensiones financieras y personales. Aunque Michèle se distanció de la vida pública después de su divorcio, su imagen sigue vinculada al legado de los Duvalier y al periodo de saqueo y corrupción que caracterizó su gobierno en Haití. El legado de los Duvalier sigue siendo un tema doloroso en Haití.


Aunque Jean-Claude regresó brevemente al país en 2011, enfrentó cargos de corrupción y crímenes contra la humanidad, pero nunca fue condenado. Murió el sábado 04 de octubre de 2014 a los 63 años de edad debido a un ataque cardíaco en Puerto Príncipe, Haití. Su muerte cerró un capítulo en la historia de Haití, pero el impacto de su dictadura, marcada por represión, pobreza y desigualdad, sigue resonando en la política e institucionalidad haitiana actual.


Sombra y ocaso en Libia


Muammar Muhammad Abu Minyar al-Gaddafi llegó al poder en Libia el lunes 01 de septiembre de 1969, tras un golpe de Estado que derrocó a la monarquía del rey Idris I. En ese momento, Gadafi era un joven oficial del ejército libio, y su golpe fue relativamente incruento. Aprovechó que el rey estaba fuera del país, recibiendo tratamiento médico en Turquía, y rápidamente se hizo con el control de los centros de poder en la capital, Trípoli.


Gadafi proclamó la República Árabe de Libia y se autoproclamó como el "líder supremo" y "guía de la Revolución". A lo largo de los 42 años que gobernó, consolidó un régimen autoritario que controló todos los aspectos de la vida política y económica del país. Su segunda esposa, Safia Farkash, era una enfermera a quien conoció cuando fue hospitalizado por una apendicitis. Safia consolidó la imagen de una figura discreta pero influyente en el círculo más íntimo del dictador. Aunque mantuvo un bajo perfil, su rol en la familia y en el régimen fue crucial para mantener la estabilidad interna del clan Gadafi.


El coronel Muammar Muhammad Abu Minyar al-Gaddafi y su esposa Safia Farkash en Libya, en abril de 1992 | Fotografía de Shutterstock
El coronel Muammar Muhammad Abu Minyar al-Gaddafi y su esposa Safia Farkash en Libya, en abril de 1992 | Fotografía de Shutterstock

Safia Farkash, de origen libio y con importantes vínculos con la élite militar, tenía una hermana, Fatima Farkas, que estaba casada con Abdallah Sanussi, jefe de Inteligencia Militar de Libia. Safia y Muammar se casaron el mismo año que se conocieron, en 1970, y luego tuvieron siete hijos.


Aunque no ocupó cargos oficiales ni tuvo una participación activa en la política pública, Safia fue una de las principales aliadas de Gadafi en el manejo de su régimen. Como matriarca de la familia, su principal rol fue proteger los intereses del clan Gadafi y asegurar la lealtad interna entre sus hijos y los círculos de poder cercanos. A través de su influencia en la vida familiar, Safia jugó un papel clave en la estructura de poder del régimen.


Sin embargo, Gadafi era el único rostro visible del régimen y se presentaba como el "salvador de Libia" y el "líder del mundo árabe y africano". Aunque Safia Farkash no fue una figura prominente en la propaganda oficial, su posición como esposa del "Guía" le permitió tener un control discreto sobre aspectos importantes del régimen. Gadafi proyectó una imagen de fuerza y liderazgo absoluto, mientras Safia representaba el lado más privado del poder, manteniendo la unidad familiar y apoyando a Gadafi en sus decisiones.


Bajo el régimen de Gadafi, Libia se convirtió en un estado policial donde cualquier tipo de disidencia era severamente reprimida. Aunque Safia no participaba activamente en la represión, su rol dentro de la familia y su cercanía a Gadafi la hacían cómplice de las acciones del régimen. Los hijos de la pareja, en particular Saif al-Islam y Muatassim Gadafi, fueron conocidos por su brutalidad y por dirigir operaciones de represión dentro del país. Safia, como madre, tenía un control significativo sobre el comportamiento de sus hijos, lo que la vinculaba indirectamente a la represión que sufría el pueblo libio. Por esta razón, fue sancionada por el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el año 2011.


El régimen de Gadafi comenzó a desmoronarse en 2011, cuando la Primavera Árabe se extendió por el norte de África y el Medio Oriente. En febrero de ese año, las protestas masivas en Libia contra el régimen fueron reprimidas brutalmente, lo que llevó a una guerra civil. Gadafi y su familia se refugiaron en sus fortalezas, pero en octubre, tras meses de lucha, Gadafi fue capturado y asesinado por los rebeldes en una alcantarilla. Un final fatídico y dramático, digno de Hollywood. Mientras tanto, Safia Farkash y varios de sus hijos huyeron del país y buscaron asilo en Argelia. El régimen que habían construido durante décadas había colapsado por completo.


El legado de Gadafi y Safia Farkash es uno de los más controvertidos en la historia moderna de África. Aunque Gadafi fue un líder que promovió ideas de unidad panafricana y desarrollo, su régimen fue uno de los más represivos del continente. Tras la caída del régimen, Safia y varios de sus hijos viven en el exilio, mientras Libia sigue luchando por la estabilidad en medio de la fragmentación política.


Tras la caída del régimen de Muammar Gadafi en 2011, su hijo Saif al-Islam Gadafi ha sido el principal miembro de la familia en intentar volver a la política. Capturado tras el derrocamiento, fue liberado en 2017 y en 2021 anunció su candidatura para las elecciones presidenciales de Libia, lo que ha generado controversia debido a sus vínculos con el antiguo régimen y a las acusaciones de crímenes de guerra. Otros hijos de Gadafi, como Mutassim y Hannibal, también estuvieron involucrados en el poder, pero Mutassim fue asesinado junto a su padre, y Hannibal está encarcelado en Líbano desde 2015.


Al-Gaddafi y Ortega durante la Cumbre de Países No Alineados en Zimbabwe, en septiembre de 1986 | Fotografía de AFP
Al-Gaddafi y Ortega durante la Cumbre de Países No Alineados en Zimbabwe, en septiembre de 1986 | Fotografía de AFP

Entre Daniel Ortega y Muammar Gadafi existió una relación estrecha e histórica; Gadafi fue considerado un padrino político para Ortega y su mujer. Durante la década de los 80, cuando Ortega lideraba el primer gobierno sandinista en Nicaragua tras el triunfo de la Revolución Ciudadana de 1979, Gadafi y su régimen en Libia ofrecieron apoyo financiero y logístico a la lucha sandinista. Gadafi veía a Ortega como un aliado en la lucha contra el imperialismo, especialmente contra EE.UU., y ambos compartían una visión de gobierno autoritario bajo una retórica antiimperialista. En ese sentido, a nivel simbólico, Gadafi fue visto como una figura protectora para Ortega, facilitando conexiones internacionales y militares, y apoyando al régimen sandinista en su lucha por mantenerse en el poder durante la Guerra Fría. Tras la caída de Gadafi en 2011, Daniel Ortega fue uno de los pocos líderes mundiales que expresaron apoyo al dictador libio, describiéndolo como un mártir y criticando su derrocamiento.


Pinochet y "su señora esposa"


En 1973, Augusto Pinochet llegó al poder en Chile tras un golpe militar que derrocó al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende. Pinochet se instaló como jefe de la junta militar que gobernó el país durante 17 años, un periodo en el que miles de personas fueron detenidas, torturadas o desaparecidas. A su lado, Lucía Hiriart, su esposa, jugó un papel fundamental en la construcción y consolidación de su régimen. Aunque no tuvo un rol político formal, fue una figura activa en la vida pública chilena, y su influencia fue crucial en las decisiones clave del régimen de su esposo.


Lucía Hiriart no se limitó a ser una primera dama decorativa; fue una mujer de "carácter fuerte" que influyó directamente en la vida política de Chile. Se la conoce como una figura que impulsó a Pinochet a mantenerse firme en el poder, alentándolo a no ceder ante presiones internas o externas. Además, jugó un rol activo en la promoción del régimen, a menudo promoviendo su imagen como "defensora de los valores tradicionales" y apoyando la creación de obras sociales que, si bien ayudaban a las clases populares, eran una herramienta para consolidar el poder de su esposo.


El régimen de Pinochet justificó su dictadura mediante una narrativa que presentaba al general como "el salvador" de Chile, quien había rescatado al país de lo que él percibía como una inminente amenaza comunista bajo Allende. Lucía Hiriart fue clave en alimentar este culto a la personalidad, promoviendo la idea de que Pinochet era un protector de la patria y de los valores familiares.


Hiriart (izquierda) junto a Pinochet | Fotografía de AFP
Hiriart (izquierda) junto a Pinochet | Fotografía de AFP

Durante el régimen de Pinochet, la represión fue feroz. Los informes de violaciones sistemáticas de derechos humanos, desapariciones forzadas y torturas marcaron el legado de la dictadura. Aunque Lucía Hiriart no estaba involucrada directamente en la represión, su apoyo incondicional al régimen y su influencia sobre su esposo la vinculan de manera inevitable con los horrores que se cometieron bajo su inclemente y represiva administración.


En 1990, tras un plebiscito en el que el "no" a la continuación de Pinochet en el poder ganó, el régimen tuvo que aceptar una transición a la democracia. Pinochet dejó el cargo de presidente, pero se mantuvo como comandante en jefe del Ejército, preservando su influencia en la política chilena. Durante estos años, Lucía Hiriart siguió activa, defendiendo públicamente el legado de su esposo. Su influencia sobre Pinochet no desapareció, y muchos la vieron como una figura clave en la resistencia del exdictador a asumir la responsabilidad por los crímenes cometidos durante su mandato.


El legado de Augusto Pinochet y Lucía Hiriart sigue siendo profundamente divisivo en Chile. Para algunos, Pinochet es recordado como un salvador que evitó que el país cayera en el comunismo, mientras que para otros, su régimen es sinónimo de represión y brutalidad. Lucía, quien vivió varios años después de la muerte de Pinochet, siguió siendo una figura polémica, asociada con la represión y el control que caracterizó la dictadura. El matrimonio Pinochet-Hiriart, como otros matrimonios autoritarios, fue un claro ejemplo de cómo el poder compartido entre cónyuges puede prolongar y consolidar regímenes autoritarios.


El trío que colapsó Argentina


Juan Domingo Perón, uno de los líderes políticos más influyentes en la historia de Argentina, gobernó el país en tres periodos no consecutivos. Su segunda esposa, Eva María Duarte, conocida como "Evita", era una reconocida actriz con quien se casó en 1945 y jugó un papel clave en consolidar el poder. Sin embargo, tras la muerte de Evita en 1952, Juan Domingo fue derrocado y pasó algunos años en el exilio. Durante este tiempo, conoció a Isabel Martínez, una bailarina argentina con quien se casó en 1961, convirtiéndose en su tercera esposa. En 1973, Juan Domingo Perón volvió al poder, esta vez con Isabel como su fórmula a la vicepresidencia, lo que marcó el inicio de una etapa crítica en la historia política de Argentina.


Isabel Perón asumió un papel político activo casi inmediatamente después del regreso de Perón al poder en 1973. Nombrada vicepresidenta, Isabel fue vista por muchos como una figura débil, pero su influencia creció rápidamente a medida que la salud de Juan Domingo Perón se deterioraba. Tras la muerte de Perón en julio de 1974, Isabel se convirtió en la primera mujer en asumir la presidencia de Argentina, una posición que heredó en medio de una creciente crisis política, social y económica.


El peronismo se basaba en gran medida en el culto a la personalidad de Juan Domingo Perón y su primera esposa, Evita, quienes juntos habían construido un movimiento populista basado en el apoyo de la clase trabajadora. Isabel intentó mantener ese legado, pero siempre estuvo a la sombra de Evita, quien seguía siendo una figura icónica en la política argentina. Isabel no logró generar el mismo nivel de devoción popular que su predecesora, lo que debilitó su posición y contribuyó al desmoronamiento de su administración.


Juan Domingo Perón (a la derecha) y Eva Perón | Fotografía de Getty Images
Juan Domingo Perón (a la derecha) y Eva Perón | Fotografía de Getty Images

Durante la presidencia de Isabel Perón, Argentina cayó en un caos político e institucional drástico y profundo. Mientras la economía colapsaba y la represión aumentaba, Isabel se rodeó de asesores controvertidos, entre ellos José López Rega, apodado "El Brujo", quien tenía una influencia desmesurada sobre ella. Bajo la dirección de López Rega, se creó la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), un escuadrón de la muerte paramilitar que fue responsable de la represión y el asesinato de cientos de opositores políticos. Aunque Isabel no participaba directamente en estas actividades, permitió que López Rega y la Triple A actuaran con impunidad, lo que sumió al país en una espiral de violencia.


El gobierno de Isabel Perón fue incapaz de detener la creciente inestabilidad en Argentina. La inflación descontrolada, las huelgas masivas y la violencia política culminaron en su derrocamiento por un golpe militar en marzo de 1976. Este golpe militar dio paso a la dictadura más sangrienta de la historia argentina, con miles de desaparecidos y torturados durante los años de la "Guerra Sucia". Isabel fue puesta bajo arresto domiciliario durante cinco años antes de exiliarse en España.


La herencia de Juan Domingo Perón e Isabel Perón es un capítulo oscuro en la historia de Argentina y América. Aunque el peronismo sigue siendo en la actualidad una fuerza política dominante en el país suramericano, la administración de Isabel marcó el fin de una era y el comienzo de uno de los periodos más represivos de la nación. La caída de Isabel puso fin a la presidencia peronista, y su incapacidad para controlar la violencia interna y la crisis económica permitió la llegada de una dictadura militar que dejó profundas cicatrices en la sociedad argentina.


Los "benefactores" de República Dominicana


Rafael Leónidas Trujillo, conocido como "el jefe" o "el benefactor", llegó al poder en la República Dominicana en el año 1930 tras un golpe de Estado. A partir de ese momento, estableció una dictadura que duraría más de 30 años, caracterizada por una mezcla de represión brutal y culto a la personalidad. En 1937, Trujillo se casó con María Martínez, quien se convertiría en su fiel compañera y una figura importante en el aparato de poder del régimen, aunque menos visible que su esposo.


María Martínez, al igual que otras esposas de dictadores, no desempeñó un rol político formal, pero su influencia en el círculo cercano de Trujillo fue significativa. Proveniente de una familia influyente, María ayudó a Trujillo a consolidar sus alianzas con la élite dominicana y fortaleció su control sobre las instituciones sociales del país. Aunque no estaba directamente involucrada en las decisiones represivas, su apoyo incondicional y su rol como matriarca de la familia Trujillo permitieron que el régimen se mantuviera cohesionado.


Rafael Trujillo estableció un culto a la personalidad que fue omnipresente en la vida cotidiana de los dominicanos. Se erigieron estatuas y se rebautizaron ciudades en su honor, mientras se promovía la idea de que Trujillo era "el salvador" de la nación. María Martínez no fue el foco de este culto, pero su relación con Trujillo y su familia fue instrumentalizada para reforzar la imagen de una dinastía intocable. La narrativa del régimen presentaba a la familia Trujillo como un pilar de estabilidad y poder, perpetuando la idea de que su gobierno era inamovible.


Familia Trujillo | Fotografía cortesía
Familia Trujillo | Fotografía cortesía

Durante los más de 30 años que duró la dictadura de Trujillo, la República Dominicana vivió bajo una atmósfera de terror. Trujillo controlaba todos los aspectos de la vida política y social, utilizando su temida policía secreta para eliminar a cualquier disidente. La represión fue brutal, con miles de personas detenidas, torturadas o asesinadas. Aunque María Martínez no participaba activamente en la represión, su cercanía al poder y su rol en la familia Trujillo la hicieron cómplice de un sistema que controlaba a la población a través del miedo.


El régimen de la familia Trujillo comenzó a desmoronarse a fines de los años 50, cuando las tensiones internas y las presiones internacionales comenzaron a erosionar su poder. En 1961, Rafael Trujillo fue asesinado en una emboscada organizada por un grupo de conspiradores dominicanos. Tras su muerte, el régimen colapsó rápidamente, y la familia Trujillo, incluida María Martínez, huyó del país. María vivió el resto de su vida en el exilio, lejos de la opulencia y el poder que había conocido durante los años de la dictadura.


El legado de Rafael Trujillo en la República Dominicana es uno de los más oscuros en la historia del Caribe. Su dictadura dejó profundas cicatrices en la sociedad dominicana, y aunque María Martínez mantuvo un perfil bajo durante el régimen, su papel en la consolidación de la dinastía Trujillo es innegable. La familia fue vista como símbolo de opresión y corrupción, y su influencia perduró mucho después del colapso del régimen.


La dinastía somocista tenía una matriarca


Anastasio Somoza García, conocido como "Tacho", fue el fundador de la dinastía Somoza en Nicaragua y gobernó el país con mano de hierro desde 1936 hasta su asesinato en 1956. Sin embargo, su régimen no terminó con su muerte; duró muchos años más. Tacho llegó al poder tras un golpe de Estado al entonces presidente de Nicaragua, Juan Bautista Sacasa. Como jefe de la Guardia Nacional, Somoza utilizó su control sobre las fuerzas armadas para deponer a Sacasa, quien había sido presidente desde 1933.


Una vez en el poder, Somoza estableció un régimen autoritario apoyado por los Estados Unidos de Norteamérica, consolidando su control político y militar sobre el país. Su matrimonio con Salvadora Debayle, una mujer de una influyente familia nicaragüense, le permitió fortalecer su posición al congraciarse con la élite social y económica de Nicaragua.


El general Anastasio Somoza García y Salvadora Debayle contrajeron matrimonio en 1919. Esta unión fue interpretada como una alianza estratégica que acercó a Somoza, un militar con aspiraciones políticas, con una de las familias más influyentes y ricas de Nicaragua. Los Debayle eran parte de la élite de la época, con importantes conexiones políticas y económicas, y Salvadora representaba ese vínculo entre el régimen de Somoza y la oligarquía nicaragüense.


Al centro Doña Salvadora Debayle, a su derecha sus hijos Luis y Anastasio, a su izquierda su esposo Anastasio y su nuera Hope. Fotografía Cortesía.
Salvadora Debayle (al centro); Luis y Anastasio hijo a la izquierda; Anastasio padre y Hope Portocarrero Debayle, a la derecha de la imagen | Fotografía cortesía

Aunque algunos historiadores afirman que Salvadora Debayle, o "doña Salvadorita", no fue una figura política visible, sí fue una destacada compañía al lado de su esposo, especialmente en eventos oficiales, sobre todo en las visitas a EE.UU., que fueron frecuentes. En el año 1957, la pareja nicaragüense recibió las llaves de la ciudad de Nueva York. Aunque no desempeñó un rol directo en la represión, su influencia en el círculo íntimo del poder fue crucial. Su rol como matriarca de la familia Somoza fue esencial para preservar la dinastía y consolidar el legado político de Anastasio, desde casa, especialmente tras su asesinato en León en 1956. Salvadora ayudó a preparar a sus hijos, Luis y Anastasio Somoza Debayle, para heredar el poder.


"Tacho" Somoza García creó un culto a la personalidad que giraba en torno a él, promoviendo su imagen como el hombre que había salvado a Nicaragua, y convertido al país en una economía pujante, garantizando "progreso" y "estabilidad". También se autoproclamaba como el "restaurador del orden" y protector de los "valores nicaragüenses", asegurando que su liderazgo era necesario para mantener la paz, el control y el desarrollo familiar. Esta narrativa fue promovida constantemente a través de discursos y propaganda oficial.



Los desfiles militares y celebraciones nacionales fueron instrumentalizados para presentar a Somoza como el líder fuerte e intocable, reforzando la percepción de que su liderazgo era inquebrantable. Su estrecha relación con EE.UU. no solo le proporcionó apoyo militar y económico, sino que también legitimó su régimen tanto en el plano interno como internacional.


Mientras consolidaba su poder, Somoza utilizó su relación con Salvadora y su familia como una prueba de su legitimidad y su vínculo con la aristocracia nicaragüense. Aunque Salvadora permaneció en la sombra, la familia Somoza en su conjunto fue presentada como el modelo ideal de liderazgo. Este culto a la familia no solo garantizó su permanencia en el poder, sino que también permitió la construcción de un sistema donde los Somoza se perpetuarían en el control total del país centroamericano.


Bajo el régimen de Somoza García, Nicaragua se convirtió en un Estado controlado por una élite política y militar que reprimía cualquier forma de disidencia. Mientras Somoza gobernaba con puño de hierro, Salvadora se mantenía a su lado en todo momento, apoyando su rol como líder de la familia. La represión política, el control de los medios de comunicación y la persecución de opositores fueron las marcas de la dictadura de Somoza. Aunque Salvadora no participaba directamente en estas actividades, su alianza con su esposo permitió mantener la estabilidad del régimen a través de la unidad familiar y su control sobre la oligarquía.



El reinado de Anastasio Somoza García terminó abruptamente a sus 60 años de edad, cuando fue asesinado el 21 de septiembre de 1956 en la ciudad de León por un joven poeta llamado Rigoberto López Pérez, quien se acercó a Somoza y le disparó varias veces con una pistola. Sin embargo, su legado de represión y control fue heredado por sus hijos, Luis Somoza Debayle y Anastasio Somoza Debayle, quienes continuaron con la dictadura familiar.


Como matriarca de esta familia, Salvadora desempeñó un papel clave en el mantenimiento de la unidad familiar tras la muerte de su esposo y en la transición del poder a sus hijos. La dinastía Somoza seguiría controlando Nicaragua hasta 1979, cuando la Revolución Ciudadana finalmente los derrocó.


El legado de Salvadora Debayle en Nicaragua fue significativo. Fue íntima del poder y el emblema de la casta nicaragüense durante el siglo XX; nieta de un presidente, esposa de un presidente, madre de dos presidentes. Engendró toda una dinastía y supo mantenerla a flote con sus capacidades como esposa, viuda y madre de dos militares formados por la armada estadounidense. Larga vida tuvo la "matrona", quien finalmente falleció el 3 de febrero de 1987 a los 91 años de edad en Washington D.C., la capital estadounidense.


Muchos le llamaron "la mujer fuerte de Nicaragua", pues le tocó vivir el magnicidio de su esposo en 1956, el infarto que acabó con la vida de su hijo Luis Somoza en 1967, a los 44 años de edad, y el asesinato de su otro hijo Anastasio "Tachito" en 1980, a los 54 años, durante una emboscada en Paraguay, un año después del derrocamiento de la dictadura somocista.


El legado de la pareja Somoza-Debayle en Nicaragua no puede ser otro que el de la represión, corrupción y control absoluto. La dinastía que fundaron dejó una marca profunda en la historia del país, y todo ese comportamiento contribuyó a la eventual insurgencia del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que hoy gobierna bajo un modelo familiar editado y superado por Daniel Ortega y Rosario Murillo, la actual pareja que gobierna Nicaragua con poderes supranaturales.


Terror, esoterismo y violaciones constitucionales a todo color, en el centro de América


Sesenta y ocho años después de que Salvadora Debayle dejara de ser primera dama, Nicaragua sigue presenciando una historia que supera todas las dimensiones del amor, el poder y el control, pero esta vez con apellidos que nunca habían figurado entre los que dominaron la esfera pública del país en 200 años: Ortega y Murillo. Estos dos apellidos se han conjugado para instalar una nueva dinastía y someter todo el territorio a su voluntad, a cualquier costo y sin consecuencias. El primer apellido pertenece a José Daniel Ortega, un guerrillero chontaleño, nacido el 11 de noviembre de 1945, quien se convirtió en comandante a temprana edad tras asaltar bancos para financiar las células guerrilleras que luchaban contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle. Gran parte de la insurrección que vivió Nicaragua para derrocar a la dictadura de los Somoza, José Daniel la pasó entre una celda en el Sistema Penitenciario Nacional ubicado en Tipitapa, y luego en el exilio en Costa Rica.


El segundo apellido corresponde a Rosario María Murillo, nacida en Managua el 25 de junio de 1951. Fue una joven inquieta que, desde su adolescencia, se involucró en los espacios políticos y culturales de Nicaragua. Fue secretaria personal del periodista y ahora héroe nacional Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. También se dice y se promueve que es sobrina-nieta del fantasmagórico personaje rojinegro Augusto César Sandino. Ella tuvo una vida intensa y algo estrambótica desde sus orígenes. Antes de conocer al guerrillero José Daniel, tuvo dos matrimonios fallidos que le dejaron como resultado sus primeros tres hijos, uno de los cuales murió a causa del terremoto de Managua en la Navidad de 1972.


Durante la fiebre guerrillera, Rosario María se unió al FSLN y dejó de ser una simple activista proveniente de la "clase humilde" hasta que conoció a José Daniel durante el exilio en el que ambos coincidieron en Costa Rica, desde donde comenzaron a tejer su propio destino.


Cuando la dictadura de Somoza fue derrocada, la pareja regresó a Nicaragua y se instaló en una mansión confiscada a un reconocido banquero, en el reparto El Carmen de Managua. Por cosas del destino, los nueve comandantes que dirigían el FSLN designaron a Daniel Ortega y al escritor Sergio Ramírez para ocupar una de las cinco sillas en la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN), junto a la viuda de Pedro Joaquín, Doña Violeta Barrios Torres, quien abandonó la junta a los pocos meses debido al tinte ideológico marxista-leninista que los sandinistas impusieron a la Revolución Nicaragüense de 1979.


El guerrillero chontaleño prácticamente ya estaba en el poder, y la JGRN había prometido celebrar elecciones, pero no lo hicieron hasta 1984, cuando los sandinistas ya controlaban todo y habían teñido el país de rojo y negro. Para esos comicios, designaron a Daniel Ortega como candidato presidencial del FSLN y al escritor Sergio Ramírez como su vicepresidente, en una votación sin contrapesos. El 10 de enero de 1985, Rosario María se convirtió oficialmente en primera dama de la primera era sandinista.


El estilo de Rosario ya era controvertido, pero su rol durante esa época se limitó a engendrar, es decir, parirle hijos al comandante y presidente, uno tras otro, sin cesar. Tuvo ocho hijos en diez años. También acompañaba a su esposo en los viajes oficiales alrededor del mundo, viajando a lugares como Libia, Rusia, Irán, China, Zimbabue, EE.UU., Francia, Alemania y Corea del Norte.


Mientras Rosario criaba cuidadosamente a sus hijos, José Daniel y su hermano Humberto lideraban una guerra civil en la que obligaron a los jóvenes a morir en las montañas. La guerra terminó con acuerdos y elecciones, cuando la sangre ya no daba para más. Daniel y Sergio fueron nuevamente designados por el FSLN para participar en las anticipadas elecciones del 25 de febrero de 1990, pero fueron derrotados por el voto popular, que favoreció a Violeta Barrios, la exintegrante de la JGRN y viuda de Chamorro.


El guerrillero aceptó la derrota y, el mismo día, emprendió un movimiento político y callejero para retomar el poder bajo la bandera de las cuatro letras. Aunque sufrió dos derrotas electorales consecutivas en 1996 y 2001, el plan maestro para retomar el poder estaba enmarcado para las elecciones de 2006. Para esas elecciones, Daniel designó a su esposa Rosario como jefa de campaña, desde entonces ella estaría a cargo de toda la estrategia oficialista, de la imagen de Daniel y del sandinismo.


Daniel Ortega y Rosario Murillo en una imagen de archivo | Fotografía de Getty Images
Daniel Ortega y Rosario Murillo en una imagen de archivo | Fotografía de Getty Images

A pesar de que faltaba contabilizar más del 8 % de los votos que podrían haber dado lugar a una segunda vuelta electoral, Ortega ya había firmado un pacto político con la cúpula liberal que estaba a cargo del país para reducir el techo electoral. Fue declarado electo y prometió un sandinismo reconciliador y unificador. Una importante cantidad de líderes políticos de la izquierda mundial y latinoamericana asistieron el 10 de enero de 2007 a Managua para acompañar al mítico comandante en su segunda toma de posesión.


El jueves 11 de enero de 2007, a las 07:00 am, el país era otro, y lo primero que hizo la pareja presidencial fue trasladar el despacho de la presidencia a su casa en El Carmen. El gabinete de ministros poco a poco se dio cuenta de que las decisiones no eran tomadas por el presidente, sino por la recién designada Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, "la compañera", Rosario Murillo. Ella comenzó a aparecer en todas las pantallas y radios a la hora del almuerzo de los nicaragüenses, hablando de amor, paz y prosperidad bajo el modelo de un gobierno autoproclamado "cristiano, socialista y solidario". Hasta el cierre de este texto, sigue siendo así.


El país comenzó a ser pintado con colores llamativos que marcaban la identidad del nuevo gobierno, y la propaganda fue distribuida a lo largo y ancho del país con el rostro del presidente y el de su esposa. Ambos serían llamados permanentemente por sus seguidores, simpatizantes y trabajadores como "el comandante y la compañera".


Los hijos de Daniel y Rosario, nacidos en la primera etapa de la revolución, fueron criados con una visión empresarial familiar. Desde 2008, la familia comenzó a adquirir medios de comunicación, los cuales pasaron a ser propiedad de sus hijos. Estos, nacidos en plena guerra civil, fueron convertidos en empresarios tan pronto como llegaron los petrodólares de Venezuela, cientos de millones de dólares que ingresaron directamente a las arcas de la familia, no al presupuesto del Estado. Sin embargo, fue el Estado quien asumió la deuda, que ascendió a cinco mil millones de dólares y que, al cierre de esta edición, aún está pendiente de pagarse.


A partir de ahí, Ortega y Murillo comenzaron a irrumpir en todos los aspectos del poder, desmantelando la institucionalidad a través de fraudes electorales, reformas constitucionales y el control y politización de las fuerzas armadas. En 2011, se presentó nuevamente a la reelección a pesar de que la constitución lo prohibía explícitamente, pero una maniobra de jueces sandinistas le dio luz verde y designó al jefe saliente del Ejército como vicepresidente. Impuso su candidatura mediante un fraude electoral, asegurando cinco años más en el poder. En 2016, se volvió a presentar a otro proceso electoral, pero esta vez con su esposa como fórmula presidencial.


Las instituciones ya habían perdido toda credibilidad, y el binomio consolidó su poder, estructurando un régimen que se convirtió en un reino, un imperio. Eran dueños y poseedores de todos los recursos del Estado, sin control ni consecuencias, hasta que en abril de 2018, un incendio de grandes magnitudes en la reserva natural Bosawás movilizó a la juventud, debido a la negligencia del Estado. Como todas las manifestaciones eran sofocadas, esta no fue la excepción. Sin embargo, la efervescencia continuó en las calles, y la pareja decidió introducir una reforma al sistema de pensiones, lo que hizo que las manifestaciones se multiplicaran.


Rosario Murillo, a diferencia de sus predecesoras, ha logrado convertirse en la mujer que controla incluso los suspiros de los altos militares. Ha tomado de cada una de sus predecesoras lo necesario: la astucia de Salvadora, la elegancia estratégica de Eva Perón, la implacable lealtad de Isabelita de Argentina, y el dominio absoluto de Imelda Marcos sobre su entorno. Sin embargo, Rosario ha ido más allá, incorporando el misticismo y la brujería a su manejo del poder, erigiéndose no solo como la primera dama, sino como la verdadera arquitecta del régimen Ortega-Murillo. Aunque no es inusual que una pareja gobierne, la conjugación de poder entre Ortega y Murillo es única, fusionando lo político, lo espiritual y lo represivo en una maquinaria de control que ha consolidado su dinastía familiar, marcando una nueva era en la historia de Nicaragua.


Rosario Murillo y Daniel Ortega provienen de mundos muy distintos, pero sus caminos se cruzaron en un momento decisivo que marcaría el futuro de Nicaragua. Antes de conocer a Ortega, Murillo ya había vivido dos matrimonios fallidos, era madre de dos hijos y se había involucrado en movimientos insurrectos contra la dictadura somocista. En el exilio, en la Costa Rica de los años setenta, conoció a Ortega, un guerrillero que ya destacaba como líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Juntos, compartieron ideales revolucionarios, pero también formaron una relación personal que les permitiría consolidarse como una pareja de poder.


Ortega, quien había pasado varios años en prisión por sus actividades guerrilleras y también por asaltar bancos, fue liberado tras una operación de rehenes en 1974. En 1979, tras el derrocamiento de Anastasio Somoza, Ortega retornó a Nicaragua y se convirtió en uno de los nueve miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional que dirigía el país. Sin embargo, la junta comenzó a desmoronarse, y los sandinistas tomaron el control del gobierno, designando a Ortega como la figura al mando.


Fue en ese contexto de victoria revolucionaria que Ortega y Murillo comenzaron a formar una familia, uniéndose en una relación que no solo era personal, sino también profundamente política, calculada y muy probablemente hasta agendada desde el vientre. Ahora, Rosario y Daniel, Daniel y Rosario, el rey y la reina sandinista, atormentan a Nicaragua con una Constitución aprobada en una sola legislatura, diseñada a su manera.


 

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