En medio del atasco vehicular que se apodera de las calles de Ciudad de Guatemala, el denso tráfico se convierte en mucho más que una mera congestión. Es un reflejo de los problemas sociales y la falta de planificación urbana que afectan a la capital guatemalteca. Mientras los automóviles se ven atrapados en un laberinto de asfalto, es hora de reflexionar sobre las promesas políticas incumplidas, la inequidad en el sistema de transporte y la contaminación que sofoca a la ciudad. El caos vehicular exige una acción inmediata para transformar esta realidad y construir un futuro más habitable y equitativo.
Por Jairo Videa | @JairoVidea
Ciudad de Guatemala, Guatemala
A las 05:56 a.m. inició el ajetreo, luego de 45 minutos de viaje desde el punto cero. En Villa Nueva, un pequeño municipio en los límites de Ciudad de Guatemala, comienza la aventura. A pesar de ir en un vehículo particular, sabía que el camino sería arduo y lleno de fatiga. A medida que avanzaba por la avenida para ingresar a la capital guatemalteca, el Sol comenzaba a asomarse en el horizonte, pero un inesperado clima nublado mitigó el sofocante calor que suele acompañar a estas horas tempranas.
El reloj marcaba las 07:10 a.m. cuando finalmente logré llegar hasta la zona de Castañas, un trayecto que normalmente no debería tomar tanto tiempo. Estaba atascado en el tráfico, rodeado de vehículos que se movían a paso de tortuga, o motocicletas que pasaban a toda velocidad. Pero, en lugar de la frustración, aproveché ese momento para analizar los problemas sociales que aquejan a esa esquina del país centroamericano, trascendiendo así el simple exceso vehicular de la que fue la capital de la región.
Mientras el vehículo permanecía estático en medio del caos, pude dar un vistazo profundo a la actual campaña electoral, a las promesas que inundan el ambiente y a las caras de quienes están en la búsqueda del poder. Era un momento de reflexión sobre la realidad política y social que me rodea ahora, mientras la ciudad parecía hundirse en un mar de automóviles inmovilizados, y miles de cabezas pensando. ¿En política? ¿En la comida? ¿En sueños o problemas familiares?
En ese denso mar de sonidos y escenas, lo único que parecía circular libremente eran las y los motoristas, quienes zigzagueaban hábilmente entre los vehículos, tratando de encontrar su propio camino. Su presencia constante recordaba la fragilidad de la movilidad urbana y del humano, y las desigualdades que se manifiestan en el sistema de transporte, donde los más vivos avanzan, y los intrépidos y madrugadores se llevan la primera victoria del día.
A medida que el tiempo pasaba, la música que provenía de los automóviles se convirtió en un bálsamo que aplacaba la pesadez del momento. Los ritmos y las melodías se fusionaban en el aire, creando una banda sonora improvisada que acompañaba el viaje inmóvil.
A pesar de la situación, en las estaciones se podía percibir una energía matutina palpable. Las personas esperaban pacientemente el transporte público, o corrían por ello. La cortesía y la paciencia se convierten en valores fundamentales para sobrellevar el tráfico, lección aprendida en medio de esa inmovilidad.
No obstante, no todo era armonía en este escenario caótico. El humo asfixiante emanado por muchas unidades del transporte público se mezclaba con la contaminación ambiental y la basura sonora y visual. El aire se volvía irrespirable, y la visión se ponía opacada por la acumulación de residuos que evidenciaban la falta de conciencia y cuidado de nuestro entorno.
En medio de este panorama, una ausencia se hacía evidente: la falta de policías de tránsito. Su presencia podría haber sido un factor determinante para agilizar el flujo vehicular y mantener el orden en esta arteria, pero su ausencia dejaba la responsabilidad completa en manos de los conductores, quienes se veían abocados a lidiar con una situación descontrolada, y políticos antes del desayuno, en carteles y más anuncios.
Finalmente, tras un largo trayecto, logré llegar a Estación Reformita a las 07:30 a.m., con un tiempo considerablemente mayor al esperado. Descendí del vehículo con una mezcla de alivio y agotamiento, consciente de que a penas estaba comenzando la jornada.
En ese caos vial, encontré un espacio para reflexionar sobre los problemas y las situaciones que aquejan a mi nuevo entorno. El tráfico se convirtió en un espejo de las inequidades, la falta de planificación urbana, la contaminación y la ausencia de autoridades que garanticen la seguridad y la eficiencia del transporte, y de moverse en la entrada a la ciudad más importante de Guatemala.
Construir una ciudad más humana y habitable, donde la movilidad sea un derecho accesible para todos, y donde el tráfico no sea solo un obstáculo, sino un llamado a la acción, es necesario.
Así sobreviví al atasco vehicular de Ciudad de Guatemala. Música y pensar, en cualquier cosa que sea de provecho. Los cambios y las denuncias son necesarias ahora. El poder tendrá nuevos inquilinos locales y nacionales, y lo que se asoma en toda Centroamérica promete. Hay que pensar, y pensar. Para hacer, y hacer.
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