América Latina es la región más desigual del planeta. La pandemia lo ha confirmado. Y 200 años después de su independencia, Centroamérica sigue siendo la región más desigual de América Latina. También la más violenta. Nos conocen por homicidios, pandillas, maras, cárteles de la droga… Pero hay violencias más silenciadas que hacen insostenible el desarrollo y falsa la democracia. Varias de esas violencias están brillantemente reflejadas en “Loma Verde”, una telenovela nacida en Nicaragua, un espejo en el que debe mirarse Centroamérica.
La violencia contra las mujeres tiene un ciclo que se repite y vuelve a repetirse en miles de hogares de la región. El abuso sexual contra niñas y adolescentes y el incesto dentro de las familias tienen en Centroamérica características de pandemia. El machismo que provoca esas tragedias está naturalizado, es tan real como la diaria tortilla. La migración masiva de gentes de Centroamérica en busca de un horizonte tiene mucho que ver con esa maleza en la que, inextricablemente mezcladas con las desigualdades, pasan sus vidas hombres atrapados en una masculinidad dañina y mujeres que encuentran en la maternidad impuesta el único sentido, existencias en las que se renuevan una y otra vez sufrimientos evitables. De todo esto habla y enseña “Loma Verde”. Lo hace con claridad, inteligencia y crudeza. Y, aunque parezca mentira, en el espejo en que refleja estos dramas nunca falta el humor. Esta es una de las más importantes claves de su éxito.
EN “EL REINO DEL DESAMOR”
“El reino del desamor”: así describió hace años la periodista Sofía Montenegro la cultura sexual de Nicaragua. No es muy diferente en el resto de la región. Los dramas personales que provoca la sexualidad vivida así desembocan en dramas sociales en cadena: embarazos precoces, hijos no deseados, abortos, suicidios, femicidios, prostitución, adicciones, enfermedades de transmisión sexual...
Los cimientos de la casa común que es Centroamérica se han fraguado con esta argamasa. ¿Cómo levantar paredes de democracia y desarrollo, de auténtica independencia, si no empezamos a tomar muy en serio lo que mantenemos oculto en las bases de la casa? Se desplomarán las paredes que no tomen en cuenta todo esto.
Los datos hablan. En el llamado Triángulo Norte (Guatemala, Honduras, El Salvador), y según el Equipo Regional de Monitoreo y Análisis de Derechos Humanos para Centroamérica, se registraron 2,200 femicidios entre enero de 2018 y agosto de 2019, en promedio 110 mujeres asesinadas mensualmente. El Observatorio de Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras lo confirma documentando que en enero de 2020 hubo 30 femicidios, en su mayoría a manos de la pareja o la expareja. Otras formas menos extremas de violencia contra las mujeres son incontables, continuas, permanentes.
En Guatemala, según datos del Observatorio de los Derechos de la Niñez, al menos 5,133 niñas de 10 a 14 años resultaron embarazadas en 2019. En promedio, 14 al día. Y según el Observatorio de la Coordinadora Institucional de Promoción de Derechos de la Niñez, ese año 111,216 muchachas de 15 a 19 años quedaron embarazadas. En promedio, más de 12 embarazos adolescentes por hora, en su mayoría producto de la violencia sexual. En El Salvador, en Honduras y en Nicaragua está penalizada la interrupción de estos embarazos forzados. En Guatemala se permite sólo cuando la vida o la salud de la madre corren peligro.
Según un estudio de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) publicado hace más más de una década, “un tercio de los latinoamericanos y latinoamericanas llegaron al mundo como hijos no deseados”. ¿Qué consecuencias habrá tenido en la vida de tanta de nuestra gente entrar así en la vida? En diez años, ¿habrá cambiado tan alarmante cifra?
Esta realidad es el telón de fondo de mucho de lo que se mira en ese espejo que es la telenovela Loma Verde, una criatura muy deseada por su creador.
EL DOCUMENTALISTA FÉLIX ZURITA
Cuando Félix Zurita de Higes llegó de España a Nicaragua en 1981, atraído por la revolución, ya había comenzado a traducir en imágenes lo aprendido en sus estudios universitarios de Sociología y Ciencias Políticas. Trabajó como corresponsal en varios medios, pero frustrado por la información sesgada que se daba sobre Nicaragua, en 1984 creó Alba Films, una productora de cine y video radicada en España, Suiza y Nicaragua, con la visión de tender puentes de comunicación entre el Norte y el Sur.
Terminada la revolución y la guerra civil, en 1993 contribuyó a la creación en Nicaragua de la Fundación Luciérnaga, especializada en “comunicación para el desarrollo”, como se llamaba entonces. “Hoy preferimos decir comunicación para el cambio social”, dice Zurita.
Durante más de 25 años Luciérnaga ha producido decenas de documentales y audiovisuales sobre temas ambientales, de la niñez, de derechos sexuales, del mundo rural, de soberanía alimentaria, de derechos humanos… Centenares de filmaciones realizadas en Nicaragua y en Centroamérica fueron también recuperadas y hoy Luciérnaga cuenta con un centro de documentación de materiales audiovisuales de toda la región.
ABRIR PUERTAS CERRADAS
“Convertir una realidad en imágenes: eso es un documental. Y el buen documental es el que capta ese instante, ese momento de autenticidad que hay en cualquier realidad a la que acercamos la cámara”, dice Zurita.
Cuando Luciérnaga nació, en Nicaragua la comunicación para el desarrollo estaba prácticamente en pañales. Luciérnaga comenzó a llenar ese vacío produciendo audiovisuales que financiaba la cooperación internacional y que servían para sensibilizar sobre distintos temas y para hacer campañas. Con el sello de Luciérnaga, y siempre con el financiamiento de ONG internacionales, se produjeron más de 70 documentales.
Nicalibre y Ya no más fueron los dos más famosos. Nicalibre (1996), por su irónica carga crítica con la que imágenes y secuencias documentan el tránsito de los sueños revolucionarios de los años 80 al descarnado pragmatismo neoliberal de los 90. Ya no más (2005), por el realismo con que la cámara captó instantes, momentos y testimonios del omnipresente machismo que está delante y detrás de tantas formas de violencia que en las relaciones de pareja sufren las mujeres.
“Hacer Ya no más provocó en mí un impacto muy fuerte -recuerda Félix-. Una cosa es saber que la violencia machista existe y otra es sentirla de cerca, convivir con las víctimas. Escuchando a las mujeres que entrevisté pensé en cuántos otros problemas, tan graves como el de la violencia conyugal, permanecían ocultos tras las puertas cerradas de las casas. Me enfrenté a un dolor tan cotidiano y tan banalizado, que no ocurría en los campos de batalla, sino en la casa de al lado. Comprobé que muchas, muchísimas mujeres llevaban en secreto esa carga y sobrevivían disimulando o maquillando sus heridas, tanto maquillándose para salir a la calle y verse bien, como callando lo que sentían. A partir de Ya no más me apareció evidente que es inútil, por no decir ridículo, hablar de desarrollo humano, de desarrollo sostenible, de cualquier desarrollo, si se ignora la realidad profunda en la que están malviviendo tantas mujeres. Sentí que si no tomaba en serio seguir hablando de otras violencias que asfixian a más de la mitad de la población, a las mujeres, no habrá desarrollo en Nicaragua”.
De esta experiencia, con estas intuiciones, fue concebida Loma Verde. Educar para el desarrollo requiere hablar de lo que no se habla, de las muchísimas expresiones del machismo asumidas tanto por hombres como por mujeres y normalizadas en Nicaragua durante siglos.
En sus cuatro temporadas, en sus cuarenta capítulos, la telenovela abrió las puertas cerradas a los silencios y temores que callan el abuso sexual, la maternidad impuesta por violación y el dilema que representan esos embarazos. Se asomó a la diversidad sexual. Evidenció el macromachismo que golpea y mata y el micromachismo que apenas se reconoce. Presentó las tramas que conducen a la trata de personas y a la migración. Y denunció también la religión basada en el miedo, la que traiciona la regla de oro del mensaje de Jesús de Nazaret: no le hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti.
2010: PARA EDUCAR SOBRE EL VIH
Haciendo el documental Ya no más Zurita cayó en la cuenta de que temas tan dramáticos, basados en entrevistas, en testimonios personales, generan muy buenos documentales, pero pueden poner en riesgo a las mujeres que deciden hablar y relatar su experiencia. “Me convencí que tenía que encontrar otro formato”.
En los años de la revolución, la telenovela brasilera Roque Santeiro apasionó a Nicaragua, rompiendo récords de audiencia. Después de la guerra, a partir de los años 90, la televisión nacional se vio inundada, año con año, por telenovelas mexicanas, colombianas y venezolanas, que competían, con menor calidad en argumento y actuación, con las del Brasil. Todas eran seguidas apasionadamente por una masiva teleaudiencia.
En 2010, cuando Félix pensaba en qué nuevo formato incursionar para hablar de la amplia gama de violencias que despliega la violencia machista, en los canales de televisión abierta de Nicaragua se emitían diariamente y en los más diversos horarios más de 60 telenovelas, la mayoría saturando las pantallas con relaciones estereotipadas entre hombres y mujeres y, por eso, llenando las mentes de las mujeres con historias ideales sobre el “amor romántico”.
Producir cine o video en Nicaragua y en Centroamérica no es fácil. No existen fondos públicos para proyectos culturales. Tampoco abundan los fondos privados. ¿Qué quedan? Las ONG. En aquel año 2010 varias contrataron a Luciérnaga para que produjera un material audiovisual que sensibilizara a la población rural sobre los riesgos de la transmisión del VIH. El primer caso del virus de la inmunodeficiencia humana se detectó en Nicaragua hasta en 1987. En el mundo se conocía desde 1981. Cuando Luciérnaga se dispuso a producir un audiovisual educativo sobre este tema, en Centroamérica el VIH era ya una epidemia y en las comunidades rurales decían que “no era verdad”.
¡HACER UNA TELENOVELA!
El equipo de Luciérnaga produjo no uno sino dos audiovisuales de 20 minutos cada uno. Nacieron con una mutación: continuidad argumental. Ya no eran exactamente un documental, porque contaban con ese mágico “gancho” que captura la curiosidad inscrita en el cerebro social de todos los seres humanos: la fascinación por el relato, por el cuento, también por el chisme, por el cuecho, por el chambre… Querer saber qué le pasa a quién y por qué, y qué pasó después… Conocer cómo sigue una historia y cómo termina es siempre apasionante. Atrae, cautiva.
“El éxito fue lograr una historia de ficción, pero con lo genuino que tiene el documental -recuerda Félix-. Y fue ahí donde saltó la chispa. Yo no sabía hacer otra cosa que documentales, pero lo que logramos resultó tan atractivo que, al terminar aquellos dos primeros capítulos, decidimos darle continuidad a esa historia, sumar personajes, enlazar sus conflictos, tocar varios temas, no solo el VIH... ¡Hacer una telenovela! Yo no había visto una telenovela entera en mi vida, entonces me dediqué a ver muchas. Sí, la telenovela era el camino: garantiza la fidelidad de los espectadores para que sigan una historia que se desarrolla en un tiempo largo, con continuidad y en una telenovela podríamos dar muchos mensajes, no un único mensaje aislado. La telenovela me permitiría abordar temas cotidianos, y a la vez íntimos, pero sin poner en riesgo a nadie”.
Hoy, las series de Netflix, las más breves o las muy extensas, todas primas hermanas de las telenovelas latinoamericanas, son tendencia como medio de entretenimiento, de información, de conocimiento y seguramente, proponiéndoselo o no, hasta de educación para el desarrollo… o para el cambio social.
2013: ESTRENO EXITOSO
Listos los primeros diez capítulos, la telenovela Loma Verde se estrenó en Nicaragua en enero de 2013 en el canal 14 y en las 35 televisoras locales que existían entonces en Nicaragua. Fue un éxito.
En esta primera temporada, es el conflicto entre Merche y Chico el que mantiene el hilo de la trama, reconstruyendo, puntada a puntada, las etapas del ciclo de la violencia, desde que Chico engaña a Merche, le transmite el VIH, hasta que intenta matarla.
La historia nos traslada a Loma Verde, una comunidad rural del Norte de Nicaragua, la comarca El Portón, de apenas veinte casas, tan parecida a tantas otras comunidades rurales de nuestra Centroamérica: los cafetales, la temporada de los cortes de café, cantinas, billar, bailes con música de roconola, la barrera de toros, el brujo sanador, el pastor evangélico, los conflictos de un pueblo pequeño, a veces infierno grande… La historia avanza y van apareciendo otros personajes: Toño el amigo de Chico, la amiga de Merche, Moncha la esposa de Toño, Julissa y su tío…
Loma Verdese anunció en Nicaragua como una telenovela “campesina”, una historia del “mundo rural”. Muy pronto, dejó de promocionarse así porque se comprobó que la seguían otros sectores. ¿Probaba eso la mentalidad rural de los sectores “urbanizados” de Nicaragua? ¿O los problemas de la violencia machista tienen denominadores comunes, tanto en las zonas rurales como en las urbanas? ¿Había tantas “lomas verdes” aún en Nicaragua? Poco después, el éxito logrado por la novela en Centroamérica fue un índice de que son muchas las “lomas verdes” en nuestra región, una prueba de que en la permanencia de estos dramas estamos “integrados” y nos parecemos demasiado.
UNA HERRAMIENTA PARA LA REFLEXIÓN
Como herramienta para el debate, para crear conciencia, Loma Verde, como otros productos de Luciérnaga, nació también para salirse del televisor de los hogares. Desde el estreno de la primera temporada, promotores de Luciérnaga, acompañados de actrices y actores de la novela, llegaron a comunidades, escuelas, organismos e instituciones de todo el país, organizando foros, promoviendo diálogos y debates después de ver la “película”, un resumen de hora y media que recogía las escenas centrales de los diez capítulos. En el terreno, y reuniendo a grupos más grandes, se comprobó que la herramienta funcionaba para hacer pensar.
“El debate en los foros estaba potenciado por el hecho de que nunca antes habían visto reflejadas en una pantalla sus casas, sus rostros, su modo de reír y de llorar, de dudar y de temer, los dichos, ¡y el lenguaje! ¡Hablaban de vos y no de tú! Todo eso les resultaba fascinante”, recuerda Félix.
La gente se enganchaba plenamente a la historia. Después, conducir un debate sobre temas de los que “no se habla” no fue tarea tan fácil. “Era peludo trabajar en los foros con los hombres sobre cómo entendían ellos qué cosa es “ser hombre”, tema central en los diez primeros capítulos. Pasábamos la película y cuando aparecían Chico y Toño, dándole cuerda a su machismo, los hombres se reían. Con una risa nerviosa, la risa del verdugo, la llamo yo. Ya después, en el debate, se quedaban calladitos, nada decían”, recuerda Marvin Corrales, el brujo de la montaña, a quien acuden Chico y Toño a que “les cure del sida” en una secuencia de antología.
“Con las mujeres era diferente. Muchas lloraban al ver las zanganadas que Chico le hace a la Merche. Se miraban a sí mismas. Cuando tratábamos de analizar con ellas las etapas del ciclo de la violencia había crisis emocionales. Al comienzo no estábamos preparadas para algunas reacciones. Fuimos aprendiendo”, relata una promotora de Luciérnaga.
“A los hombres hemos tenido que sacarle las cosas con cuchara. Entre la gente joven son las chavalas las que se miran con más ganas de hablar, a los chavalos hay que estarles preguntando y todavía menos hablan si les ponemos frente al micrófono”, dice otra.
En la pantalla chica de la televisión o en la pantalla de cine de estos foros la novela hacía su trabajo: despertar conciencias. “Un hombre nos dijo que en la calle le comentó un vecino: Mi mujer está viendo Loma Verde, me preocupa porque se me va a avivar”, cuenta una promotora. “Recuerdo mucho a una mujer que cuando acabó la película dijo: Estoy como la Merche, viviendo violencia… y yo no lo sabía”, cuenta otra.
HASTA EL ÚLTIMO RINCÓN DE NICARAGUA
Con el éxito que tuvo la primera temporada, Félix y su equipo consiguieron financiamiento para producir otros diez capítulos. Mientras se filmaban, a mediados del año 2015, Canal 2, con cobertura nacional, volvió a pasar los sábados en la tarde la primera temporada. Y a hora estelar de los sábados, la misma que había ocupado el popularísimo programa Sábado Gigante. Fue un salto olímpico. “Hasta el último rincón de Nicaragua llegamos ese año”, dicen aorgullosos en el equipo.
Recuerda Félix: “Un sábado, cuando acabamos la filmación en Esquipulas, el equipo técnico y todo el elenco caminábamos por la calle principal del pueblo justo en el momento en que Canal 2 pasaba un capítulo de la novela. En sus casas, la gente nos miraba pasar desconcertada. Era como si los personajes que estaban viendo en sus televisores se hubieran salido de la pantalla y pasaban saludándolos… Fue un momento de confusión total entre ficción y realidad. Entendimos mejor el poder del formato de comunicación que habíamos elegido para hablarles”.
En enero de 2016, cuando todo estaba listo para lanzar la segunda temporada, Canal 10, el de mayor audiencia nacional, pasó de nuevo la primera temporada.
En la segunda temporada el tema central es el abuso sexual y el incesto. Julissa, 16 años, es acosada y violada por su tío y queda embarazada. Su historia refleja una realidad que carcome los cimientos de la sociedad nicaragüense, en la que por dolor, por pudor o por temor, quienes sobreviven a ella no hablan.
En estos diez capítulos, el brujo de la montaña -se intuye que es gay- comienza a ganar espacio. Desde un personaje tan presente en el tejido social de nuestros pueblos, aunque visto en negativo por una estigmatización importada, la novela se asoma al tema de la diversidad sexual.
“Para mí fue un reto hacer este personaje -dice Corrales-. Me ayudó un buyei garífuna que conocí en Honduras. Así llaman los garífunas al brujo, al que respetan mucho. Se vestía de mujer. En la cultura garífuna lo masculino y lo femenino valen igual y los buyei son un puente entre ambas caras del ser humano. Esto me ayudó mucho para darle vida al personaje. También mi maestro en el teatro decía siempre que cada hombre tiene una mujer dentro y cada mujer tiene un hombre dentro. Y me decía que a medida que un hombre pueda conectarse con su feminidad va dejando de ser machista. Me metí en el personaje con esas ideas. Hacerlo era un compromiso social para darles dignidad a tantas personas maginadas por su orientación sexual.
UN PÚBLICO CAUTIVO DE DECENAS DE MILES
800 mil espectadores siguieron semana a semana la segunda temporada. Ya eran conocidos, queridos unos, rechazados otros, todos los personajes de Loma Verde. Ya la novela tenía un público cautivo, “enganchado” con las historias de personas tan parecidas a las que conocían en el vecindario o en sus familias.
Al término de la segunda temporada, y a petición del público, hubo en el Canal 10 un programa dominical en el que se entrevistaba a actores, a expertos, y a los ya “enganchados”, para debatir sobre lo que contaba la novela. La teleaudiencia de este segmento, específicamente educativo, fue también numerosa: 400 mil personas semanales. “Posicionamos los temas, abrimos las puertas cerradas de muchas casas”, recuerda satisfecho Félix.
En la tercera y cuarta temporada se da continuidad a todos los problemas y a cómo continúa la vida de todos los personajes, que llegan a situaciones límite. La historia pone un cierto punto final a sus historias, que es más bien un punto y seguido porque no es el habitual “final feliz” de muchas telenovelas.
Temas centrales de las dos últimas temporadas, filmadas en Guatemala y en Honduras en 2016, son la migración -Toño se va a Estados Unidos- y la trata de personas, de la que es víctima Jessica, enamorada de un proxeneta al que conoce en un cyber, que termina enviándola a un prostíbulo en Guatemala. Un tema extra en la tercera temporada es una sátira sobre la cooperación internacional, omnipresente en nuestra región. Por Loma Verde aparece un “chele”, cooperante de la ONG “Letrinas para el mundo” que enseña a la comunidad a fabricar letrinas ecológicas. “Fue un gusto personal incluir este tema y hemos comprobado que resultó oportuno”, dice Félix Zurita.
DE VIAJE POR CENTROAMÉRICA
A partir de 2016 Loma Verde decidió salir de Nicaragua y recorrer Centroamérica, comprobando qué similares son nuestros problemas y qué parecido es su ocultamiento…
Viajó a El Salvador, Honduras, Guatemala, Costa Rica y hasta a México. En estos países la novela ha sido transmitida, incluso varias veces, en canales nacionales y locales, en televisoras públicas y privadas, en las de varias universidades. Con los confinamientos que provocó la pandemia, Loma Verde se pudo ver en el canal de YouTube de la Fundación Luciérnaga y en su página de Facebook, donde se organizaron conversatorios en línea para que internautas, sobre todo mujeres -que vieron incrementarse la violencia machista en los hogares con la pandemia- pudieran hablar mirándose en el espejo de los personajes.
En El Salvador y Honduras la identificación que se logra es total. Los ambientes de ambos países son similares a los de Nicaragua. “En Costa Rica la empatía se despertó especialmente entre la comunidad nicaragüense en ese país, que es muy numerosa. En Guatemala en las zonas indígenas preguntaban que de dónde era esa novela, y les gustaba porque el machismo y las realidades son bien parecidas”, me explica Blanca Gutiérrez, promotora de Luciérnaga.
En El Salvador, Honduras y Guatemala Luciérnaga ha realizado talleres educativos y de sensibilización presentando la telenovela a organizaciones sociales que trabajan con mujeres, con migrantes, con jóvenes. Ven la película, debaten sobre lo visto, aprenden que otra realidad es posible, que otros referentes de hombres y de mujeres son posibles.
Se les entregan los 40 capítulos y ocho folletos, materiales escritos que abordan los diversos temas que aparecen en la novela para que, en las comunidades donde trabajan, y sin necesidad de un “experto”, sean capaces de conducir con mayor preparación debates sobre los temas de la novela, siguiendo la pedagogía de Paulo Freire: partir de la realidad, analizarla y regresar a la práctica para transformarla, el método del ver-juzgar-actuar que tanto pensamiento crítico ha sembrado y cosechado en América Latina.
INNOVADORA, CREATIVA, IMPACTANTE…
En Guatemala y Honduras se han entregado estos materiales a 26 organizaciones, en El Salvador a 16, y en Nicaragua a más de 50. Los piropos más cosechados describen Loma Verde como un recurso “innovador, creativo, impactante”.
Me cuenta Blanca Gutiérrez: “En Jocotán, Chiquimula, hicimos un foro con una organización de mujeres llamada Tierra Viva. La película que pasamos fue la que tiene a Julissa como protagonista. La miran cuando revela el abuso sexual de su tío, cuando su tía no la cree, cuando ella queda embarazada y se lo cuenta a Chico y cuando se siente sola y no sabe qué hacer con su embarazo… Mientras pasaban las escenas, con las luces apagadas, podíamos escuchar los sollozos de las mujeres que ahí estaban. No se me olvida. Julissa eran ellas. Otra vez, en una presentación que hicimos de la novela en el área de género del Ministerio de Cultura, también en Guatemala, pasamos la historia de Julissa a distintas mujeres de instituciones estatales. Vimos que una se salió del salón. No sabíamos si era en desacuerdo con lo que planteamos en la novela. Después supimos. La responsable fue a buscarla y la encontró llorando en el baño y ella le dijo que ésa era su historia, que ella y su hermana habían sido abusadas por el padre y que ahora el padre estaba viejo y ella y su hermana tenían que cuidar de él. Y así ha sido en cada taller, en cada video-foro, siempre algunas personas se identifican con alguno de los personajes de Loma Verde”.
Kedin, miembro del Movimiento Jóvenes de la Calle, que migró de niño desde Honduras a Guatemala se conmovió hasta las lágrimas viendo en la cuarta temporada la historia del joven y el niño hondureños con quienes se encuentra Jessica en Guatemala. Se vio en esos dos hondureños a orillas del fronterizo río Suchiate. “Eso yo lo viví, ésa es mi historia, ver esto me hiere, recordé cuando llegamos al Suchiate y al que venía conmigo lo mataron y a mí me metieron en un correccional de menores”.
Román Umaña, cámara en la filmación de la novela, me cuenta: “Yo llevé la novela enterita a mi familia en Estados Unidos. Todos la vieron. En la casa se juntaron amigos de mi mamá, colombianos y de otros países. Todos miraban los capítulos seguidos, sin despegarse. Está hecha aquí en Nicaragua, pero los latinoamericanos se identifican enseguida con esos ambientes, con esos problemas, hasta con el lenguaje. Una vez, una señora ya mayor, calladita, estaba llorando al terminar un capítulo: Me recuerda, dijo ella, lo que yo pasé hace muchos años”.
LA IDENTIFICACIÓN Y EL RECLAMO POR UN FINAL FELIZ
En todos los países, a la identificación con los personajes sigue en los foros la valoración de lo que deciden hacer con sus vidas los distintos personajes. En general, se valora mucho cómo Merche “logra sobresalir” de todo lo que le hace Chico. Y aunque Chico hace reír al comienzo de la historia, termina siendo unánimemente repudiado. El repudio mayor se lo gana el tío de Julissa.
No faltan opiniones que proponen que Merche “perdone a Chico y se reconcilien”. El reclamo por un “final feliz” aparece especialmente cuando en la novela Julissa decide interrumpir su embarazo. Éste es un tema muy controversial, no ha sido debatido en serio en nuestras sociedades y ha quedado atrapado entre los temores que siembra la religión tradicional, la que predican hombres, a pesar de los esfuerzos realizados por los movimientos feministas de toda la región.
En foros en Nicaragua, muchos hombres jóvenes, cuando se les ha preguntado cómo quieren que resuelva su conflicto Julissa, expresan sin mucha reflexión que lo mejor es que “tenga su hijo porque ese bebé la hará feliz”. Esperan de ella, que al igual que Merche, sea una mujer “luchadora”, seguros de que eso la hará “victoriosa”.
El final que quisieran hombres adultos para Julissa es también revelador. Dice uno: “Me gustaría que esa chavala se halle un maje que la quiera y que le diga: Te voy a sacar adelante con ese niño, yo lo voy a mantener”. Otros son menos concretos, pero tampoco ahondan en la complejidad de un embarazo forzado: “A pesar de todas las adversidades que ella haya pasado, no es la única que ha sufrido en la vida y que no pueda salir adelante sin hacer eso”.
En todos los talleres lo que es siempre unánime es la opinión que señala la falta de responsabilidad de los gobiernos y de los estados para responder a los dramas de los que habla Loma Verde. Y como las “letrinas ecológicas” proponen a los grupos hablar también de la cooperación internacional, que en tantos campos ha venido a sustituir el papel de los estados ausentes, es un tema sobre el que también se escuchan críticas. Dice un hondureño: “La cooperación de Canadá está a favor de las mujeres y de la diversidad sexual, y eso está muy bueno, pero también ese país apoya a sus empresas mineras. No está bueno que estén a favor del extractivismo”.
CON ACTORES Y ACTRICES NO PROFESIONALES Y CON EXPERIENCIAS VITALES
¿Cómo logró “Loma Verde” integrar en el formato de una telenovela lo educativo con lo creativo tocando temas tan sensibles y tan dolorosos? “Fue un gran reto -reconoce Félix Zurita- porque habitualmente quienes hacen las telenovelas procuran que enganchen a la gente con fines comerciales y nosotros nos planteamos hacer que se engancharan con fines educativos”.
Lo lograron trabajando con actores no profesionales. La mayoría no tenía ninguna experiencia de actuación. Y quienes tenían alguna, la tenían en el teatro. “Para lo que estábamos haciendo, la técnica teatral enfría la espontaneidad. En el teatro hay que sobreactuar, hay que alzar la voz. Y aquí no, aquí queríamos captar hasta los más mínimos gestos, hasta el movimiento de la pupila”, dice Zurita.
Lo lograron porque esa actuación tan espontánea, tan convincente, esa naturalidad al reír y al llorar nacía de experiencias vitales. “Yo conocí a Elizabeth Torres (Merche en la novela) cuando hicimos Ya no más -dice Félix-. Ella, entonces ya feminista y trabajando en obras teatrales para concientizar a las mujeres sobre sus derechos, me contó la violencia que había vivido durante ocho años con su primera pareja. Eso es lo que hace tan verídica su actuación. Algo similar sucede con el resto de actores: o han vivido lo que interpretan o lo han conocido muy de cerca. Filmábamos una ficción, pero todas las historias partían de hechos reales, vividos o conocidos. El noventa por ciento de todo lo que cuenta Loma Verde tiene detrás realidades bien concretas. Esto nos permitió no tener que recurrir a técnicas de interpretación. Bastaba con conocer las vivencias y mover las emociones de quienes actuaban”.
¿FICCIÓN O REALIDAD? ¿DOCUMENTAL O NOVELA?
Por la emotividad en la actuación, en la telenovela se confunde la ficción con la realidad. Todo parece un documental, como que la cámara filma la vida y nadie actúa.
La violencia de Chico (Juan Carlos Gutiérrez, en la vida real es pareja de Merche) es totalmente convincente. “A mí me costó bastante mi papel -dice-. Tenía que ser muy violento, usar palabras ofensivas y yo no soy así. Pero el argumento de la novela me arrastraba. Para actuar me ayudaba de José Luis, que hace de Toño, más tocadito al mal. También la Merche mucho me ayudaba a soltarme en las escenas más fuertes porque Elizabeth sí sabe de violencia”.
Conociendo el pasado de Elizabeth-Merche y el carácter de Juan Carlos-Chico resulta sorprendente lo que lograron hacer ambos ante la cámara. Tan veraz fueque en la calle han pasado apuros, como éste que me cuenta riendo Elizabeth: “Un día fuimos los dos al mercado a un lugar donde venden unas enchiladas riquísimas. La señora que las vende me miró enojada. Y cuando nos sentamos allí a comerlas, me alzó la voz: ¡Por mujeres como vos es que en este país les pasa a las mujeres lo que les pasa! Yo la miré sorprendida. Y ella siguió: ¡Y por qué seguís vos con ese hombre tan sinvergüenza, que no le da pena andar aquí! Nos gritaba. Cuando llegó su hija, la disculpó. Es que ella mira Loma Verde, nos dijo y trató de calmarla. Pero que va a ser, la doña siguió: ¡Yo no sé si sea novela o no, si sea verdad o mentira, pero a ese hombre yo no lo soporto ver! Nos fuimos. Agarramos las enchiladas y nos fuimos. Y yo pensé lo importante de lo que estábamos haciendo, tan real que a esa señora no pudimos convencerla”.
Leslie Galarza, en el papel de Julissa, sin ninguna experiencia previa ante las cámaras, resulta conmovedora. Cuando le pregunté cómo lo logró, me contó: “En Jinotega yo había hecho entrevistas a adolescentes y a niñas violadas por sus padres para un proyecto de facilitadores judiciales. Eran más pequeñas que yo. En la plática agarraban confianza conmigo y me contaban. Recuerdo a una que se me echó a llorar. El papá había abusado de ella desde los siete años, puso la denuncia… y nada. Cuando actuaba recordaba a todas esas chavalas. Y sentía la responsabilidad de representarlas. También en mi familia ha habido abortos. En nuestra sociedad hay mucha hipocresía. Debemos destapar estos problemas, el abuso sexual que deja embarazadas a las chavalas no es un tema privado”.
EL COMPAÑERISMO EMPÁTICO
La frescura tan realista lograda en todas las escenas tiene que ver con la dirección de Zurita y con la empatía con la que trabajaron todos. Algunos de los actores ya se conocían, otros no. Lograr confianza entre ellos y que fueran ellos mismos ante la cámara fue clave. “Les dije que se podían equivocar, que no importaba repetir una y otra vez una escena -dice Félix-. También se dio algo muy interesante: en momentos muy emotivos, Merche, Julissa, Moncha, Toño, el mismo Chico, buscaban apoyo en otra o en otro, según el tema y las afinidades. Buscaban en los demás el espejo que les ayudara a potenciar las emociones que tenían que expresar. Ese compañerismo, esa empatía, fueron decisivos. Les ayudaba, les hacía sentir que no estaban solos. Especialmente a Julissa, que actúa en escenas que no se podían repetir, en las que no hay diálogos, escenas que son pura emoción”.
Julissa lo confirma: “La presencia de otras me daba confianza, me ayudó especialmente cuando grabamos las escenas del aborto. Todas las escenas de la segunda temporada fueron para mí difíciles. Cuando le digo a Chico que estoy embarazada, cuando hablo con la tía, cuando pido ayuda para detener el embarazo, en la escena con Jessica, recordando cuando éramos niñas… Lloré de verdad en todas esas escenas. Bajé de peso, me enfermé, el último día grabé con una gran fiebre. Me ayudaba mucho que estuvieran ahí conmigo la Reyna, la Elizabeth y don Félix”.
Esta conexión que hubo entre los actores creó momentos irrepetibles. Y por eso, convincentes.
UNA CONEXIÓN MÁGICA
El guion, con los chispeantes diálogos, se escribía y se reescribía a medida que iban filmando. Nunca estuvo escrito totalmente antes de filmar. “No me puse en el papel del director exigente. Esa flexibilidad garantizaba frescura. Esto no es un guion que tienen que repetir, es sólo una guía, pongan sus propias palabras, les decía. Eso les hacía sentirse con libertad y muchas veces salían cosas que no estaban previstas y servían. Se podía repetir una escena dos, cinco, diez veces sin que afectara la calidad. Sobre la marcha veíamos cómo el personaje reaccionaba, y muchas veces, si el personaje no sentía lo que estaba escrito, cambiábamos el guion. Dejándome llevar por el instinto de documentalista, buscaba llegar a lo más real, a lo más genuino. A veces empleaba el factor sorpresa y no les decía lo que iba a ocurrir… y salía más auténtico”.
Fue así cómo se borraron las fronteras entre la realidad y la ficción. Los actores se apropiaron tanto de la historia que ya no sabía el equipo lo que era guion o historia real. Así fue cómo las historias personales, las realmente vividas, se superponían a las historias que cuenta Loma Verde.
“Atrapar momentos, instantes, un pedazo de verdad que nunca más se va a volver a repetir. Ésa es la magia del buen documental. Y cuando eso se atrapa lo que se transmite no puede ser más que verdad. Filmando una ficción, con tantos imponderables como tuvimos -que pasa un camión, que necesitamos sol y llueve o necesitamos lluvia y hay sol-, lo conseguimos. Y hubo momentos en que los actores se metieron totalmente en sus personajes y crearon entre ellos una conexión mágica. De esos momentos tuvimos varios, tanto en escenas cómicas como dramáticas”, señala satisfecho Félix.
SIN MORALIZAR, SIN CONDENAR, SIN RECETAR
La veracidad conseguida tuvo que ver con romper los estereotipos de belleza de los personajes de las telenovelas, siempre muy maquillados. Y tiene mucho que ver con las palabras, con el lenguaje con que hablan siempre los personajes.
Promovidos por organismos de la cooperación internacional, los productos “educativos”, radiales o televisivos, que financian y después aprueban -una cuña, un spot, un corto, un video-, son con frecuencia explícitamente didácticos, indisimuladamente moralizantes, escenas en las que los actores no hablan como en la vida, sino que emplean un lenguaje cuidado, políticamente correcto. Por eso sus mensajes resultan acartonados.
¿Refleja esto el paternalismo con que esos organismos ven a las poblaciones con las que cooperan? ¿O es que el tradicionalismo tan arraigado en nuestras sociedades centroamericanas les indica que sólo con recetas se lograrán los cambios? Creo que la aceptación alcanzada por Loma Verde, que rompió con muchas normas no escritas, indica que la sociedad nicaragüense, también la centroamericana, ha cambiado, aunque los discursos moralizantes de tantos líderes políticos y religiosos no se hayan dado cuenta.
Desde las primeras escenas de los primeros capítulos Loma Verde evitó moralizar, condenar, recetar. Huyó de los finales felices, que raramente ocurren en la complejidad de la vida. No buscó ofrecer fórmulas para “resolver” problemas y apostó siempre por promover una reflexión de finales abiertos, apartándose de la tradicional práctica de tantas escuelas de nuestra región, en donde se educa al son del “calle, copie y repita”.
“LA LETRA CON RISA ENTRA”
Y lo más importante de todo: siempre incluyó el humor, un humor puro nica, desinhibido, confiando en aquel dicho no dicho, que dice que la letra no con sangre, sino con risa entra. En muchos capítulos cabe la carcajada. En todos, la risa cómplice, en algunos la sonrisa comprensiva.
“Eso fue un poco arriesgado -reconoce Félix- porque teníamos que combinar el drama con la comedia. Y eso o funciona bien o no funciona. Porque ambos estilos se anulan. Pasa igual con la dicotomía documental-ficción. Si la combinación funciona es un éxito, si no funciona no es ni documental ni es ficción. Estábamos constantemente jugando con ese riesgo porque no teníamos ningún patrón de referencia”.
En Loma Verde no se condena el machismo, se lo presenta con crudeza, pero también con humor. Se dan lecciones, pero no recetas, y en ellas nunca faltan el humor, las expresiones “vulgares”, las mal llamadas “malas palabras”.
“Yo no les enseñé a los financiadores ningún guion -dice Félix-. Y desde los dos primeros capítulos de la primera temporada había humor donde no es habitual y usábamos palabras fuertes, crudas… Yo creo que para que el mensaje le llegue a la gente hay que transitar por lo real y por lo políticamente incorrecto. Creo que usar un lenguaje realista, que los personajes hablen como habla la gente, fue un gran acierto. Porque eso es decisivo para que la gente se identifique. El lenguaje de Chico, el de Toño, en el que no falta el humor, hace que el machista diga: ése soy yo, así hablo yo… y eso lo he hecho yo. Creemos que no se puede luchar contra la violencia machista sin incluir al macho en la ecuación. Y por eso, nos pareció indispensable dirigirnos también a los hombres no con sermones bienintencionados que no suelen servir para nada, sino intentando entrar en su propio juego, en su propia lógica, con su lenguaje, para luego mostrar las contradicciones y las consecuencias que eso puede tener, incluso para ellos”.
EL DESAFÍO DE LO AUTÉNTICO
Apostando a llegar hasta el último rincón de Nicaragua con un lenguaje convincente, el que la gente habla, había que cuidar también todos los detalles. En los escenarios, en todas las escenas, nada podía no ser cierto porque podría invalidar todo lo demás y el “mensaje” que querían transmitir. En la escena del parto de Merche, otra escena de antología, ella lleva un algodón en un oído. Se lo pusieron porque así se lo ponen a las mujeres del campo al dar a luz.
“La gente campesina no mira una película, la observa, se fijan en todo -dice Félix-. Lo comprobé al hacer las pistas de audio para la segunda temporada. Se las di a un muchacho de Managua para que las mezclara. Algunas escenas las habíamos filmado en el bosque de El Tisey. Cuando ya tenía listos esos capítulos se los pasé a un campesino de esa zona para que me diera su opinión. Estaba ensimismado, metido en la pantalla, siguiendo todo el argumento. Y cuando le pregunté qué le parecía, me dijo: Me gusta mucho todo, pero hay un pájaro que nunca lo he escuchado por aquí. Me quedé pensando y descubrí que en Managua habían añadido un efecto de sonido de “forest birds”. Y aquel campesino reconoció como extraño ese canto, y eso fue lo que más llamó su atención, lo único que no le pareció… En una ficción uno no se preocupa de esas cosas. En Loma Verde no podíamos hacerlo. Estábamos hablando de temas muy delicados y, por eso, todo tenía que ser veraz para que resultara creíble y convenciera”.
COMO UN ESPEJO
“Construir un cine propio es una actividad imprescindible, es parte de la lucha por un futuro digno”, opina el director y productor de cine guatemalteco Luis Argueta. “Un país sin cine propio es un país invisible”, dice la costarricense María Lourdes Cortés, historiadora del cine centroamericano.
¿Llegará Loma Verde al cine? “Cuando hice la primera toma de esa Loma Verde y de la laguna, ya me imaginé la película… Cuando iniciamos esto, nos decían soñadores. Ahora que veo el impacto que ha tenido lo que empezó con aquella primera toma, ya sé que el sueño se hizo real y que este sueño tiene por delante un camino más largo…”
Sin llegar aún como serie a Netflix y sin convertirse todavía en un film como lo merecería, Loma Verde es una magnífica apuesta en imágenes por un futuro digno para Nicaragua, una obra de arte con potencial de dar visibilidad a nuestro país y a los países de Centroamérica en cualquier pantalla de cualquier tamaño que ésta sea.
Esta telenovela demuestra que tal vez lo que mejor prepare a nuestras sociedades centroamericanas para los cambios sea contarles historias. Historias bien contadas. “La experiencia nos dice que las hemos contado bien. Nos dice que las mujeres que han sufrido violencia, que son tantas, han tomado conciencia al sentirse plenamente identificadas con la historia. ¿Qué hacer luego con esa toma de conciencia? -se pregunta Félix, y se responde-. Loma Verde es sólo un primer paso. Abrimos puertas. Que la gente vea dramas que ha sufrido sin poder contarlos a nadie, sin poder expresarse, es también una terapia colectiva. Loma Verde será también eso. Y quedará como un espejo donde se refleja la realidad de Nicaragua, la de Centroamérica”.
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