Para mi amada abuela. Una madre. Mi "Mita". Lastenia Aguirre Rizo (1943-2023). Recién graduada en las "sendas de delicados pastos".
Por Juan Daniel Treminio | @DaniTreminio
Sébaco, Nicaragua, Centroamérica
Hola Mita. En el silencio de este 02 de noviembre, Día de Muertos, mientras los recuerdos se abrazan con el susurro del viento, me encuentro aquí, en este doloroso exilio, abuelita, con este sentimiento de separación que pesa como una losa, frente a un puente destrozado por una catástrofe, pero anhelando con todas mis fuerzas reconstruirlo. Recuerdo que para usted este día es uno de los más importantes en el calendario. Como una devota del amor, visitaba a los suyos junto a su hermana Haydeé, quien emprendía año con año ese largo viaje desde San Dionisio hasta Sébaco, para visitar los camposantos y enflorar las tumbas de todas sus estrellas.
De esa, y de muchas maneras, usted nos inculcó la importancia de aliñar la memoria de un amor inmortal. Para mí eso es usted. Un amor inmortal. Y ahora, por primera vez, para cumplir esa devoción a lo que usted fue y lo que nos dejó, me corresponde honrarle, enflorar su tumba, una tarea que por mucho tiempo fue el mayor de mis miedos.
Pero sabía que ese día tenía que llegar.
Te tocó volar el 27 de junio de este año, 2023, a las tres de la tarde, paloma querida. Y desde entonces lloro, como un niño que perdió a su madre, sin haber tenido la posibilidad de despedirme. Sin embargo, este niño sabe qué, desde ese día, es más fuerte. Tu partida me despojó del miedo. Tengo absoluta claridad de los auténticos valores que he heredado de ti.
Me bautizaste "palomita mensajera", y en eso ando. Volando por aquí y por allá. Llevando un mensaje a través del periodismo, las palabras y las ideas. Con una mochila que cada vez pesa más; no lo niego. Pero me enseñaste a volar, abuela mía. Me graduaste con honores.
Lamento sí que nuestro exilio se convirtiera en tu propia melancolía, transformando tu vida de manera irreversible. La soledad, la tristeza y la desesperanza se hicieron tus compañeras en este camino.
Eso me hace pensar en tantas abuelas y madres que fueron forzadas a ese amargo proceso. Hay muchas que se encuentran abrumadas todavía por la lejanía y la ausencia, la nostalgia y la añoranza.
Pero, abuelita, quiero que sepa, con la más profunda certeza, que lucharé con cada aliento, con la pasión que solo usted pudo inculcarme, para aportar a cumplir mi mayor deseo: ver a nuestra amada Nicaragua libre, realmente soberana y democrática, para poder llevarle flores a su tumba. Y comer nacatamales en Navidad; también chanfaina, marol, cajetas y rosquillas, con su legítima receta.
Como hoy no puedo llevarle jazmines a su tumba, abuela mía, le mando palabras, para tejer su memoria. Un humilde tributo que alcance internet. Y las estrellas, allí donde ahora reside. Y la historia, al menos de nuestra familia, de donde nunca saldrá.
Usted sabe que fuimos como aquella canción que tanto le gustaba. "Felices, juntos, sin separarnos. Fueron testigos cielo, sol y mar". Pero nos vimos forzados a alejarnos de nuestro hogar para proteger nuestras vidas de la dictadura sandinista, esa que aborrecía con tanta pasión como el amor que nos tenía.
Fue una promesa cumplida a nuestro amado abuelito Juan Antonio, quien en sus últimos suspiros te confió el deber de velar por nuestra seguridad desde el tiempo de la guerra. Nos resguardaste como leona de las garras del sandinismo que tanto rechazabas. Y sabe que, abuela mía, lo hizo excelentemente bien. Es la segunda razón del inmenso orgullo que me causó tu existencia.
La primera y más importante fue, es y será, el habernos llevado a Cristo. A conocer y vivir el amor por medio de él y nada más. Doy fe de que fue una profeta acertada, y su capacidad de discernir nos libró del sandinismo y de muchas otras maldades por tanto tiempo.
En este Día de Muertos, mientras el aroma de las flores y el incienso perfuma el aire, mi corazón se sume en una profunda melancolía.
Mita, hoy me encuentro con mi hermano, hijo tuyo, Juan Antonio, en esta esquina del tiempo y de Centroamérica, para recordarte, para honrarte. Mi padre, mis hermanos y yo no pudimos darte ese último adiós en vida, o en tu funeral. Estamos dispersos y lejos de la tierra donde enterraste nuestros ombligos. Lejos de la tierra que nos enseñaste a amar de verdad, pero siendo profeta y narrador de lo que pasa cada día en nuestra región.
Te confieso que me he aislado de la familia. He evitado hablar con mi tía y mi prima. No sé qué decirles, o tal vez tengo tanto por decir que no sé por dónde empezar. Pero te prometo que en algún momento encontraremos el camino para sincerarnos como familia, con todos, y encontrar un poquito de empatía para soñar juntos el regresar a casa, y así poderle llevar flores y serenatas, como corresponde, en nombre de la memoria y el amor.
Antes tenía que lidiar, todos los días, con pensar en regresar a Nicaragua, a nuestro barrio, a nuestra parroquia, a nuestra casita, a nuestro hogar. Y aunque ya no está físicamente con nosotros, su espíritu perdura y nos acompaña, y mientras le sigamos recordando y escribiendo, usted, amada mía, seguirá presente en el desarrollo de nuestras historias. Y mi corazón estará más tranquilo al llevarle flores a su tumba; al cantarle ese montón de canciones que le prometí cantar.
Abuelita, en este Día de Muertos, en esta ofrenda de palabras, le traje un ramo de emociones, un jardín de recuerdos y un canto de gratitud. Aunque por ahora no puedo hacerle memoria en presencia, llevo en mi alma y en mis venas la esencia de su amor, la fuerza de su carácter y la luz de su memoria. Le amo infinitamente. Le extraño desde mis tuétanos, y le recordaré con el cariño más profundo, hasta que nos volvamos a encontrar en ese viaje misterioso, bajo la convicción y en la promesa sagrada de nuestro Señor Jesucristo.
"Palomita mensajera, piensa en todos los segundos que aquí tienes alguien quien te quiera".
Nota del Editor: Este artículo no alcanza solo en Criterios. Cabe en Memoria histórica. En poesía. En política y en derechos humanos.
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