Mientras algunos países en la región siguen el camino de la sumisión a Washington, otros intentan mantener un equilibrio, apostando por una política externa más autónoma. Con una administración estadounidense que ha renovado su interés por la región, el panorama geopolítico latinoamericano se encuentra en una encrucijada, donde la dependencia y los beneficios inmediatos se ven opacados por los costos a largo plazo de una relación marcada por la soberbia y el desdén.
Por Jairo Videa | @JairoVidea
Tegucigalpa, Honduras

El regreso del proteccionismo, el nacionalismo y el extremismo contra lo diverso y el humanismo básico con Donald Trump en los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) ha reavivado una vieja narrativa geopolítica: la del control sobre América Latina, la región que históricamente se ha considerado el "patio trasero" de Washington, particularmente de Centroamérica. Este reencuentro del magnate con la Casa Blanca ha redefinido las relaciones en el continente y el mundo, abriendo un campo de alianzas y confrontaciones cada vez más complejas y estrictas, porque el mandatario gringo lo quiere todo, y ya.
En Centroamérica, algunos presidentes se alinean sin reservas, buscando acercarse al nuevo-viejo inquilino del poder anglosajón, mientras otros optan por mantener sus distancias, conscientes de los riesgos de una sumisión que no siempre promete beneficios. Entre los primeros, destacan figuras como Nayib Bukele de El Salvador, Rodrigo Chaves de Costa Rica, Bernardo Arévalo de Guatemala y Javier Milei de Argentina, quienes no han dudado en expresar su afinidad ideológica y política con Trump, y sus esfuerzos, desde migratorios hasta comerciales y de seguridad.
El salvadoreño, por ejemplo ha sido uno de los aliados más cercanos a Trump en la región. Su disposición a colaborar con la administración estadounidense ha quedado clara en su propuesta más reciente: recibir "criminales" deportados por Estados Unidos, extranjeros o connacionales, en su famosa megacárcel, una oferta que ha sido calificada como "sin precedentes" por el secretario del Departamento de Estado estadounidense, Marco Rubio. El presidente salvadoreño no ha ocultado su simpatía por Trump, e incluso ha reconocido que el país recibirá una compensación económica por cada deportado recibido. "La tarifa sería relativamente baja para Estados Unidos, pero significativa para nosotros (salvadoreños) y haría sostenible todo nuestro sistema penitenciario", señaló Nayib.
Sin embargo, esta sumisión tiene costos. A pesar de la promesa de fondos y proyectos sincronizados para invertir o aumentar las exportaciones, El Salvador podría perder una fuente clave de ingresos: las remesas enviadas por las y los salvadoreños en el exterior, especialmente en EE.UU., quienes también enfrentan la amenaza latente de una deportación, aunque hasta ahora Donald Trump no ha tocado el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) para salvadoreños. Honduras lidera con 261,651 personas con órdenes de deportación, seguido por México (252,044) y El Salvador (203,822). Nicaragua, Costa Rica, Belice y Panamá también figuran en el listado.
A una distancia política de El Salvador, Javier Milei, presidente de Argentina, ha sido otro de los principales aliados de Trump en el sur del continente, regalándole motosierras y cumplidos al principal gestor y asesor externo e institucional del magnate, Elon Musk. Desde antes de su llegada a la Presidencia, Milei dejó claro que su orientación es hacia EE.UU. e Israel. Su postura ha sido de total alineación con las políticas de Washington, como lo demuestran sus posiciones contra la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Además, Milei ha sido un firme defensor de la criptomoneda y de un acuerdo comercial bilateral con Estados Unidos, aunque con restricciones en su propio bloque comercial, el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
El entusiasmo de Milei por Trump y su política exterior también se extiende a su relación con el propietario de Tesla y X (antes Twitter), a quien ha calificado como un "héroe". Esta admiración por las figuras más influyentes de EE.UU. ahora muestra el fuerte lazo que Milei busca fortalecer, mientras Argentina enfrenta desafíos internos, especialmente relacionados con la violencia y el crimen organizado, o la economía, con la ultra derecha asumiendo nuevos espacios en el mundo, desde Alemania y España, hasta Brasil y Canadá.
Recientemente, Rubio, secretario de Estado de Trump, emprendió una gira por Centroamérica, algo que no ocurría desde hacía cien años. El foco de su visita fue la política migratoria y la influencia de China en la región. En Panamá, la presión de Rubio logró que el gobierno del presidente José Raúl Mulino no renovara un acuerdo comercial con China, mientras que en Costa Rica y Guatemala se abordaron los temas de la deportación masiva de migrantes y la cooperación en seguridad, tecnología e institucionalidad. Estos viajes subrayan el renovado interés de EE.UU. en la región, especialmente en su lucha por frenar la influencia china en América Latina y devolver a cientos de personas a sus lugares de origen, u otra esquina.
Desde Paraguay hasta Perú, diversos presidentes latinoamericanos se han sumado a este giro hacia Trump. En Paraguay, el presidente Santiago Peña se presenta como uno de los principales aliados de Estados Unidos, mientras que en Perú, Dina Boluarte expresó su esperanza de que Trump preste atención a la región. No obstante, a pesar de las gesticulaciones de lealtad, muchos de estos países enfrentan la humillación de no recibir el mismo respeto o apoyo por parte de Washington.
A diferencia de sus vecinos, Honduras y Nicaragua mantienen una postura más desafiante, pero complaciente al final. La presidenta Xiomara Castro de Honduras ha advertido que, si se lleva a cabo la deportación masiva, podría cerrar las bases militares de EE.UU. en su territorio. Sin embargo, recientemente permitió un vuelo con venezolanos en la base militar Soto Cano, cuyo convenio fue extendido por un año más, al igual que la ratificación del Tratado de Extradición. Nicaragua, por su parte, ha sido señalada por Washington, en palabras de Marco Rubio desde San José, como parte del "eje del mal" y sigue firme en su rechazo a las políticas intervencionistas de Trump, con una nueva Constitución que les concedió poder ilimitado.
En esta nueva era bajo Trump, la región centroamericana se ve atrapada entre la lealtad a Washington y las consecuencias de esa sumisión. Mientras algunos gobiernos buscan alinearse estrechamente con EE.UU., esperando beneficios económicos, humanitarios y geopolíticos, otros se resisten a ser absorbidos por las demandas de la administración estadounidense, conscientes de que los "beneficios" prometidos a menudo vienen con un alto costo. La pregunta es: ¿vale la pena ceder cualquier percepción de soberanía y la "dignidad" a cambio de promesas de apoyo político y económico? Para muchos en América Latina, la respuesta aún está por verse.
¿Quién es el mayor devoto de Donald Trump en América Latina?
Nayib Bukele de El Salvador
Rodrigo Chaves de Costa Rica
José Raúl Mulino de Panamá
Bernardo Arévalo de Guatemala
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