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El comandante sandinista, la "copre-sindiente" sin poder y la pisada del jefe del Ejército, Julio Avilés

En otro espectáculo más de la casa de producciones Ortega-Murillo, el primero del año a todo color en Managua, la administración legalmente matrimonial relució toda la artillería pesada, e incluso a los comandantes cómplices con sus respectivas esposas, todo para estrenar un nuevo mandato militar, el cuarto consecutivo para Julio Avilés, en el estreno mismo de su nuevo modelo "constitucional". Pero nadie contaba con que, queriendo o sin querer, él general en jefe generó un nuevo presagio para la compañera Rosario, generadora de todo este rollo. La pareja, sentada en su co-altar, escuchó por primera vez, a través de las bocinas, el nuevo nombre del cargo que se inventaron para compartir todo su poder, aunque solo uno sostiene el bastón militar todavía.


Por Juan Daniel Treminio | @DaniTreminio

Managua, Nicaragua
Ilustración de COYUNTURA
Ilustración de COYUNTURA

En Nicaragua, siempre hay espacio para los nuevos tiempos, los nuevos términos y las nuevas formas de gobernar, adaptarse y sobrellevar la vida. Un ejemplo claro es la Plaza de la Fe en el histórico y cambiante malecón de Managua, un lugar que encierra historias, tufos, espectros y eventos únicos, como el encuentro del 22 de febrero de 2025, el primer viernes sin Paquita la del Barrio. Ese día marcó un evento trascendental para la nación centroamericana: el estreno de un nuevo modelo de régimen, autocracia, burocracia, sistema y todo lo que se le parezca, más "romántico", sin escrúpulos, matrimonial y hereditario, enfocado en quienes ya lo controlan todo, desde quién entra y quién sale hasta el encargado de contar los votos.


También fue el inicio del cuarto período como jefe del Ejército para el general Julio César Avilés, aliado de Rusia, China, Honduras, Cuba y Venezuela. Este "chele", siempre sumiso y para nada conflictivo, tendrá el control de las Fuerzas Armadas hasta 2031... y más allá.


Otro espectáculo de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, con la bandera del oficialista partido Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y la memoria de Augusto cubriendo al Ejército, a la Policía y a todas y todos en el lugar, con la nueva Constitución ya en funciones, y el sello de El Carmen por todas partes.


Entre los asistentes del primer acto destacaron delegaciones de las "hermanas Repúblicas" de la nueva monarquía chapiolla centroamericana. En primera fila, las cabezas o representantes de los cuerpos militares de Honduras, Cuba, Venezuela y Rusia, junto a diez altos funcionarios sandinistas que ahora son buscados por la Organización Internacional de Policía Criminal (INTERPOL), incluido el honorable y festejado general Avilés. Las y los invitados, entre ellos el general de división Roosevelt Leonel Hernández Aguilar, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas hondureñas, defensor del oficialista Libertad y Refundación (LIBRE), vieron pasar al convoy de Mercedes Benz que finalmente en lo que va de este año salió de la guarida para una interacción copresidencial con los lacayos y la pandilla. Un iluminado bosque de estructuras de metal frente al mal oliente Lago Xolotlán. Una noche nupcial, con drones militares y banderas rojinegras decorando la zona.


Luces… cámaras… ¡vestido pisado!


La pareja copresidencial hizo su entrada ritual y su pasarela, recibiendo los honores del cuerpo armado a un lado de la tarima oficial. Estaba desplegado todo el Ejército, con su artillería, exhibiendo su fuerza bruta e inteligencia. Todo impecable: botas bien lustradas, la flota completa de tanques rusos, recién pintados o lustrados. Todo brillando, como recién estrenado. Pero eran los mismos coordinando la jugada.


La transmisión oficial de la televisión pública en Canal 6 inició con el saludo marcial y un apretón de manos entre el general Avilés y el comandatario Ortega. El jefe del verde olivo sostenía en su mano izquierda el bastón de mando, una varita con puntas doradas. Sin soltar su vara, se acercó a la doña, antes vicepresidenta, ahora copresidenta de Nicaragua. Con paso firme, le extendió la mano derecha para rozar el quintal de amuletos de siempre. Luego, inclinó levemente la cabeza y acercó su mentón para simular un beso, mostrando los dientes entreabiertos. Murillo, vestida con un traje rojo de estampados y bordes dorados, con su distinguida visera y el abanico, correspondió el saludo con su habitual picardía, protegida bajo el infaltable y saludable distanciamiento físico de su esposo, el comandante Daniel.


El general dio de repente un paso atrás para saludar a las hijas copresidenciales, Camila y Luciana. Pero sin darse cuenta, puso sus botas militares y todo su peso de general sobre el "fino" vestido estampado de la nueva copresidenta, la comandanta Murillo, sobrina nieta de Sandino. ¡Qué pisada!


"La pisada de Avilés" | Fotografías cortesía
"La pisada de Avilés" | Fotografías cortesía

Todos los camarógrafos y el resto de generales del Ejército no contuvieron la sonrisa gracias a la inusual escena. No disimularon la gracia que les causó ver al general Avilés pisando el vestido de la compañera, en vivo y directo, con la crema y nata de los ejércitos de la América Latina "socialista" y revolucionaria. Disfrutaron de la escena, no hay manera de negarlo. Mientras, la bota militar hacía lo suyo. La señora buscaba la manera de zafarse de la pisada. Levantó su nagua, pero el peso de ese elefante blanco no le permitió liberarse. Le tuvo que hincar la costilla con los dedos y soltar un "déjame" improvisado.


Rosario de sorpresa, después de esa bochornosa escena, se aferró al brazo derecho de su esposo. Soltó una carcajada para disimular la incomodidad y, aún riendo, continuó su camino hacia el co-altar. Y con lo supersticiosa que la doña es, ese momento resonó seguramente toda la noche en su cabeza, hasta llegar a casa, y más allá. Aquella pisada pudo ser cómo un presagio.


Había dos tarimas con invitados, una a cada lado del altar. Además de las delegaciones internacionales y el cuerpo de ministros buscados por la INTERPOL, y otros funcionarios del FSLN y la Policía nicaragüense, se encontraba todo el Estado Mayor del Ejército, cada uno con su uniforme de gala y su esposa a un lado. Una intercalada con la otra. Las doñas vestían prendas verdes y tonos similares, formando un cuadro de disciplina y solemnidad, con mucho amor y sentido familiar.


Toda aquella gente, familiarizada con el olor a botas, pólvora y sangre. Todos enmarcados por el gran lago capitalino, que con su telón de fondo traía consigo los olores y hedores heredados del somocismo.


Así se escuchó por primera vez


Una vez que la pareja tomó posesión de sus sillas rojas, el honorable maestro de ceremonias -la voz designada por el Ejército para leer el guion- inició su función. Invisible ante las cámaras, estaba a punto de marcar un hito en la historia del país centroamericano y de América continental: pronunciar por primera vez, en un acto público, el nuevo cargo que el matrimonio sandinista se inventó, para "comandatar" el Estado, todos los órganos -ya no más Poderes- estatales y las fuerzas armadas, de esquina a esquina.


Tras la reforma total a la Constitución de Nicaragua para acomodar el más íntimo y familiar de los antojos de la pareja revolucionaria, esta fue la primera vez que, a través de las bocinas y en todas las pantallas y radios del país, resonó la palabra que define el nuevo modelo de poder y el estilo de vida colectivo, hasta la institucionalidad.


Ni los sistemas ni los diccionarios logran comprender el término "copresidente" a la primera. Siempre aparece subrayado en rojo, como una palabra extraña. En la conciencia del nicaragüense debe pasar lo mismo, o algo mucho peor, porque aquí, de alguna manera, tiene que cobrar sentido o quedar claro el sinsentido, a huevo, por la fuerza, sin una votación popular o una Asamblea Constituyente. Pero Ortega y Murillo ya están ahí, ejerciendo su "inédito" término. "Monarquía" es lo más cercano.


Dos septuagenarios lo controlan todo, a sangre fría y sin saciarse nunca. Clínicamente inconcebible.


La "copresindiente"


"Copre-sindiente". "Copresindiente". "Co-pre-sin-diente". "Copresidente". Usted decida. Usted evoque. Usted crea.


El maestro de ceremonias tomó aire y, con la solemnidad que exigía el momento, pronunció las palabras que sellaron una nueva era:


"Presiden este acto de toma de posesión del cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Militares del Ejército de Nicaragua la Presidencia de la República y Jefatura Suprema del Ejército de Nicaragua, copresidente comandante Daniel Ortega Saavedra y copresidenta compañera Rosario Murillo Zambrana".

Copresidencia. Copresidentes. Comandantes. Coamantes. Palabras que nunca antes se habían dicho con esa oficialidad, con esa gravedad y poder, impuestas e impostoras. El comandante comandatario ya las había pronunciado en febrero de 2023 y poco antes. Luego las convirtió en ley en noviembre de 2024. Ahora, tocaba escucharlas, frente a todas las fuerzas armadas de Centroamérica. El septuagenario, una estatua gastada por el tiempo y su visión siempre militar, no movió ni una ceja. Sus pupilas se aferraron por varios minutos al folder azul que tenía entre las manos, su teleprónter improvisado.


Ni un parpadeo. Ni un tic. O un toc. Ni un tac.


Murillo, en cambio, al escuchar su floreado invento, dejó escapar un par de nerviosos. Suspiró levemente, sus hombros la delataron. Se dirigió con la vista a su monitor de papel, su oráculo de lo qué debe pasar, y, en un murmullo apenas perceptible, se susurró a sí misma:


—Gracias.


El sumiso general Avilés, a pesar de ser el alma de la fiesta, fue el primero en romper los aplausos, con un repique torpe de manos. La devoción en su gesto reveló por mucho lo que ha aprendido con los años y el lenguaje no verbal de los Ortega Murillo: el aplauso es la única forma de sobrevivir ante una pisada como la que minutos antes le dio al vestido de su comandanta, quien no tocó el bastón militar, símbolo de jerarquía, porque a ella solo le dieron "poder institucional", pero no miliciano.


En medio de la ovación confusa, la ungida sacerdotisa de las fuerzas sandinistas, en un instante imperceptible para la mayoría pero ineludible para las cámaras implacables de la historia, soltó la mandíbula. Un pequeño chasquido seco; un movimiento involuntario. Sus labios quedaron abiertos, apenas lo suficiente para delatar la mella en su dentadura. La "copresidenta" se expuso otra vez sin remedio. La mujer más poderosa del país, con rango civil pero no militar, se está quedando sin menos dientes. Chintanita, la viejita.


No tiene ni a quién confiarle su salud bucal. Está literalmente desdentada. Sin poder en quizás el órgano que mejor debería funcionarle, la boca, para comer, gritar y gruñir. Y en el Ejército.


 

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