Más allá de una irrupción teatral que transformó la ceremonia "presidencial" en un espectáculo dentro del espectáculo, el dictador sandinista Daniel Ortega dejó al descubierto la esencia del evento en Caracas para comenzar el 2025: una coreografía de poder diseñada para perpetuar regímenes autoritarios, sostenidos no por la legitimidad o el Soberano, sino por la fuerza, el miedo y el show.
Por Juan Daniel Treminio | @DaniTreminio
Caracas, Venezuela

En el acto de investidura de Nicolás Maduro el viernes 10 de enero de 2025 en Caracas, las primeras filas del pequeño Salón Elíptico de la Asamblea Legislativa de Venezuela reflejaron simbólicamente el aislamiento diplomático y civil del régimen bolivariano con América y el mundo. Solo cuatro sillas ocuparon el lugar reservado para los invitados especiales. Miguel Díaz-Canel, primer secretario del Partido Comunista de Cuba, ocupaba una de ellas, aunque sin la compañía de su esposa, Lis Cuesta Peraza. Las otras dos estaban destinadas al matrimonio nicaragüense entre Daniel Ortega y su esposa y copresidenta Rosario Murillo. Desde el inicio del evento permanecieron vacías.
La ceremonia avanzó con una carga de improvisaciones, controversias y la ausencia de los presidentes y las mandatarias del continente americano. Ni los aliados de cuna llegaron, algo que nunca antes en la historia del país suramericano se había registrado, según comentan locales. Toda la atención de ese día fue para Nicolás, quien juró como cabeza del Ejecutivo para un tercer mandato consecutivo, sin mostrar al menos una acta de votación tras el proceso de julio de 2024, desconocido por la Organización de los Estados Americanos (OEA). Envuelto en símbolos de poder que casi nadie reconoce como legítimos, excepto los que acompañaron a Maduro en su pequeño pero desastroso momento.
Pese al anuncio de Rosario un día antes sobre la ausencia de Daniel en Caracas ese viernes, en el salón ya se anticipaba una aparición inesperada. Ortega, en un giro de última hora, abordó solo un vuelo de la aerolínea estatal venezolana CONVIASA y aterrizó en el Aeropuerto Simón Bolívar, donde fue recibido por el canciller Yván Gil con una bienvenida sobria pero simbólica.
Desde allí, se dirigió directamente a la Asamblea -controlada por el oficialismo-, donde su amigo Nicolás Maduro ya había juramentado y estaba iniciando su discurso. La irrupción de Ortega, lejos de ser discreta, añadió un matiz teatral a una ceremonia ya de por sí cargada de simbolismos, posturas y narrativas cuestionables y muestras del autoritarismo de este clan, transformando lo que debía ser un acto solemne en un espectáculo improvisado que reflejó el aislamiento y la fragilidad de las alianzas en juego. Porque el triángulo amoroso entre Cuba, Nicaragua y Venezuela es la versión más malvada y sin escrúpulos de la Banda Gangrena.

El arte de llagar tarde, y mal vestido
Más de cincuenta minutos después del inicio de la ceremonia, Daniel Ortega irrumpió en escena, como si el momento hubiera sido planeado para su llegada tardía, o no. Vestido con su icónica chaqueta roja, su inseparable gorra negra, las botas militares y un pantalón oscuro, Ortega avanzó por la alfombra roja, muy informal para la ocasión, escoltado por una persona del protocolo, quien le indicó su asiento en la primera fila, a la izquierda de Maduro.
El hombre que llegó tarde y que tampoco se quitó la gorra se sentó tras abrazar a su colega Nicolás y a su esposa, Cilia Flores. Caminó con pasos firmes y mirada desafiante, con una sonrisa floja pero permanente. "Llegó el que faltaba, el mítico comandante Daniel Ortega", dijo Nicolás. Todas las miradas se dirigieron hacia él, quien, lejos de tomar su lugar en silencio, avanzó hacia el estrado. Maduro quedó momentáneamente eclipsado cuando Ortega colocó sus manos sobre sus hombros, como si lo ungiera con un abrazo dictatorial de aquellos que ya casi no hay.
El resto de los asistentes, casi de forma automática, se puso de pie y aplaudió aquella escena. Ese gesto, cargado de simbolismo revolucionario y autoritario, no solo selló su respaldo al régimen de Maduro, sino que consolidó la imagen de un eje/club de poder autoritario en la región, ensamblado para resistir a cualquier costo. Por si quedaban dudas, Ortega estaba ahí para reafirmar su papel como padrino indispensable, ensamblando un sistema mutuo, gemelo y siempre coordinado. Un pacto de perpetuidad, hasta que la muerte, un golpe armado o la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) los separe.
Pero el espectáculo de Daniel no concluyó con su llegada tardía ni con el abrazo teatral a Nicolás. Aprovechando el aplauso del público chavista, el dictador nicaragüense extendió su momento de protagonismo al saludar al alto mando del régimen venezolano. Con su característico aire de informalidad calculada, Ortega estrechó la mano de Cilia y tocó su hombro, y dedicó gestos efusivos a Delcy Rodríguez y Diosdado Cabello, figuras clave del chavismo.
Mientras tanto, más al norte del continente, el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU.) envió su propio mensaje, la misma mañana de la investidura: aumentó la recompensa por información que condujera al arresto de Maduro a 25 millones de dólares, acusándolo de ser un peligroso narcotraficante. El contraste fue evidente y casi que cruel: en Caracas, aplausos y abrazos entre aliados "revolucionarios"; en Washington, un precio cada vez más alto por la cabeza del hombre que acababa de jurar un mandato respaldado únicamente por tres matrimonios en América: Miguel Díaz-Canel y Lis Cuesta; Daniel Ortega y Rosario Murillo; y Xiomara Castro y Manuel Zelaya.
Fue también una jornada simbólica para Ortega en lo personal e institucional: celebró 18 años desde su regreso al poder en Nicaragua. Otro año más de un régimen que se sostiene a fuerza de represión y autoritarismo al rojo vivo, todo en nombre de la "paz". Aquella fue su primera aparición pública del presente año, un detalle que no pasó desapercibido para quienes entienden el lenguaje político y no verbal del dictador nicaragüense. Ortega no solo llegó para apoyar a su amigo, cómplice y secuaz, sino para robarse el espectáculo, imponiendo su presencia como un recordatorio de que, en aquel club de dictadores, la legitimidad es un concepto moldeable, y el poder se reafirma a través de gestos que desafían el protocolo y las normas democráticas.
Las ausencias, y otros que llegaron tarde
La silla vacía de Murillo fue una de las ausencias más notorias del acto. La copresidenta en la sombra, que rara vez abandona su rincón en El Carmen, Managua, prefirió quedarse en Managua, enviando sus acostumbrados "abrazos solidarios" por teléfono al mediodía. Sus amuletos de la suerte, habituales en sus contadas apariciones públicas, no pasearon por Miraflores, dejando un espacio simbólicamente incompleto junto a Daniel Ortega. Este, que visitó Venezuela dos veces en menos de un mes, lo hizo ambas veces sin su inseparable compañera de poder. Ni Ortega ni Díaz-Canel tuvieron el privilegio de ser acompañados por sus respectivas esposas.
Quien también brilló por su ausencia fue la presidenta hondureña Xiomara Castro. No por falta de afinidad con la causa, sino por la tensión que se respiraba entonces en la región ante rumores de una posible intervención militar o civil que pudiera impedir la toma de posesión de Maduro. En su lugar, envió a su asesor y esposo, Manuel Zelaya, otro que llegó tarde, incluso más impuntualmente que Ortega. El expresidente hondureño, derrocado tras un golpe de Estado en 2009, con su inconfundible estilo catracho y una kufiya -un pañuelo tradicional de Palestina-, apareció con botas de vaquero, saco y corbata, y su característico sombrero. Otro espectáculo a la vista. No llegó solo. En el avión enviado por el régimen venezolano también viajó el presidente del Congreso Legislativo de Honduras, Luis Redondo, un rostro nuevo en el club revolucionario de los que están en el poder a cualquier costo, tras mudarse al oficialista Libertad y Refundación (LIBRE).

Por otro lado, en el desfile militar efectuado aquel día, el nicaragüense también fue protagonista, y observó desde la tribuna como uno más, aplaudiendo con entusiasmo mientras las tropas desfilaban frente a Maduro y sus invitados. Pero el punto culminante de su participación llegó durante un acto popular, donde tomó el micrófono para lanzar un discurso cargado de comparaciones épicas. Con voz quebrada, intentó elevar a Maduro al nivel de héroes históricos locales y globales. "Aquí está el héroe; aquí está el revolucionario, Nicolás Maduro Moros", proclamó el sandinista, evocando a figuras como Andrés Castro, el nicaragüense que enfrentó al filibustero William Walker, y a David, el personaje bíblico vencedor en la lucha contra un gigante, Goliat. Sus palabras resonaron como un intento desesperado de legitimar a su aliado en medio de un contexto internacional cada vez más adverso, con Canadá, la Unión Europea y EE.UU. presionando por el fin del régimen.
Ortega regresó a Managua tras una gira intensa, repentina y cargada de controversia, pero corta. Horas después, Maduro insinuó que Venezuela, junto con Cuba y Nicaragua, estaba preparada para cualquier eventualidad bélica u operación militar en contra de sus administraciones, incluso para una intervención en Puerto Rico. "Si algún día tenemos que tomar las armas para defender el derecho a la paz, lo haremos", declaró el chavista en un acto "antifascista" en el cual incluso saludó, irónicamente, a Nayib Bukele, presidente de El Salvador. Las palabras del venezolano, con Ortega aún como telón de fondo y tras su oreja, dejaron claro que la alianza entre estos regímenes está dispuesta a escalar su retórica y acciones hacia una peligrosa confrontación internacional.
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