Edgard Parrales, representante permanente de Nicaragua ante la Organización de Estados Americanos (OEA) durante cuatro años y medio (1982-1986), años de cruenta guerra civil en nuestro país, compartió sus reflexiones sobre el organismo regional y sobre la resolución de la OEA del 21 de octubre, que emplaza al Gobierno de Nicaragua a recuperar el camino democrático, en una charla con la Revista Envío que fue transcrita:
En 1979 yo era sacerdote y miembro del que se llamó Grupo de los Doce, un grupo de intelectuales, religiosos, profesionales y empresarios que apoyábamos públicamente al FSLN desde distintos espacios. Cuando llegó la fase final de la guerra insurreccional y buena parte de Nicaragua estaba ya en manos de la guerrilla, Fernando Cardenal y yo, los únicos del Grupo que estábamos en Managua, tuvimos que escondernos. Los demás estaban en Costa Rica o fuera del alcance de la guardia somocista. Cuarenta días estuve en casa de un amigo. Estaba yo encerrado cuando el 23 de junio de 1979 los Cancilleres de América, reunidos en la 17 Reunión de Consulta de la OEA, condenaron al régimen somocista y pidieron el inmediato reemplazo de Somoza en el gobierno. La forma en que lo hicieron fue diplomática, pero la exigencia de su renuncia fue enérgica. La guerra lo tenía debilitado, la situación económica era insostenible. Y Somoza comprendió que era el momento de irse. Y en menos de un mes se fue del país. Nunca me imaginé, al escuchar aquella noticia, que en poco tiempo yo iba a ser embajador en la OEA de la Nicaragua que comenzamos a construir después de que Somoza se fue. Un día de 1982, siendo Ministro de Bienestar Social del gobierno revolucionario, me llamaron del Departamento de Relaciones Internacionales del FSLN y me dijeron: “Con la guerra entramos en una fase de contienda diplomática. Ése va a ser el acento de la lucha en estos años y esa lucha se va a dar en la OEA. Consideramos que eres la persona adecuada para esa tarea. ¿Aceptás?” Acepté. Hay diplomáticos de carrera. Yo fui diplomático en carrera… Tengo que decir que desde mi tiempo en la OEA ya se hablaba en los corrillos de que “la OEA no sirve para nada”. En 1986, en mi discurso de despedida de la OEA, expresé: “Se dice que la OEA no sirve para nada, pero yo debo decir que sirve para algo”. A mí me sirvió para mucho. Fue un gran aprendizaje. Me enseñó a combinar la impaciencia profética con la paciencia diplomática, la intransigencia profética ante las injusticias con la habilidad diplomática para obtener resultados. Hay mucha gente que dice que la OEA debe desaparecer. Y hay países que lo han propuesto. Es un error, una idea que no es ni productiva ni eficaz. La OEA es un espacio de intercambio. Es el lugar en donde estamos sentados los latinoamericanos con Estados Unidos y les podemos decir lo que queramos. En cambio, en la relación bilateral se debe ser más cauteloso y prudente. La OEA es un espacio donde se pueden decir muchas cosas, pero hay que aprender a decirlas. La idea de que la OEA debe desaparecer es una idea sin base. Como lo es la idea de que Estados Unidos no tenga en la OEA un predominio. Es una realidad que lo tiene por ser el país más grande y el que más aporta económicamente. Por otro lado, hay mucha gente que se hace demasiadas expectativas con la OEA, olvidándose de que es un organismo con muchas divergencias internas de todo tipo: políticas, sociales, económicas, hasta culturales. En la OEA el predominio de Estados Unidos es indiscutible. Y es lógico: la OEA está en Washington y el país que paga el 60% del presupuesto de la OEA es Estados Unidos. El otro 40% se reparte entre los otros 33 miembros, de los cuales algunos ni siquiera pagan las cuotas que les corresponden, aun cuando son una nimiedad, porque están en dependencia del peso económico de cada país, y a Brasil le corresponde una cuota mucho mayor que a Bahamas o a Nicaragua. Nicaragua no paga… Cuando yo era embajador allá, una vez me tocó pagar tres años atrasados. El país que puede hacer desaparecer a la OEA es Estados Unidos. Si Estados Unidos dejara de dar su contribución, la OEA se acaba. En los tiempos de Obama, ese 60% del aporte estadounidense eran 48 millones, 512 mil 700 dólares anuales. Y en el Congreso se estuvo discutiendo disminuir la cuota estadounidense. Estados Unidos es el que puede matar la OEA. Lo haría simplemente no pagando. Creo que sería un error porque a todos nos interesa que la OEA exista. Es un foro de discusión, de diálogo, de acercamiento de culturas, cada una con sus peculiaridades. Es el espacio que nos da la oportunidad de buscar y encontrar consensos. Cuando llegué a la OEA gobernaba Ronald Reagan, un enemigo del gobierno que yo llegaba a representar. Me las tuve que ingeniar. Recién había iniciado la guerra por las Islas Malvinas. Argentina las había ocupado y Gran Bretaña iba a reconquistarlas. El conflicto llegó a la OEA. Al principio, Estados Unidos jugó el papel de mediador para evitar la guerra, pero pronto abandonó ese papel y la neutralidad y facilitó la llegada a las islas de los barcos ingleses. Para entonces, Argentina respaldaba a Estados Unidos en su guerra contra Nicaragua y hasta tenía una misión de asesoría técnica militar en Honduras para el entrenamiento de la Contrarrevolución. Fue en ese contexto que hice mi primer trabajo diplomático. Cuando llegó a la OEA la noticia de que entre los contingentes británicos que Londres enviaba para reconquistar las Malvinas venían centenares de gurkhas, mercenarios nepaleses expertos en cortar cabezas, pensé ¡ésta es la mía! En el debate en el Consejo Permanente expresé al representante de Argentina que contara con el apoyo de Nicaragua en ese conflicto. Y le dije más: que para luchar con los famosos gurkhas, ¡los nicaragüenses les ofrecíamos a los aguerridos indios de Monimbó! Le dije que mandaríamos contingentes de indios monimboseños para contrarrestar a los gurkhas. Aquel hombre se sintió sumamente agradecido por mi apoyo, tan elocuente… que, naturalmente, nunca hubo oportunidad de que se concretara. Después, hablando en privado con él, me explicó que la misión militar norteamericana en Argentina operaba en el cuarto piso del edificio de las Fuerzas Armadas argentinas. Le advertí que, actuando Estados Unidos como aliado de Gran Bretaña, como lo estaba haciendo, era delicado tenerlos en ese lugar, porque los militares norteamericanos, usando tecnología sofisticada conocerían de la estrategia militar de Argentina, y pasarían información a los británicos de lo que Argentina estaría realizando. A los pocos días me contó que habían decidido retirar de Honduras a los asesores militares argentinos y habían cancelado la asistencia militar a la Contrarrevolución. Y me pidió ayuda porque el Canciller argentino quería viajar a Cuba. Le facilitamos el viaje desde Managua. Quedamos amiguísimos. Y en los cuatro años y medio que estuve en la OEA el voto de Argentina fue siempre incondicional a favor de Nicaragua. Y en la OEA las amistades cuentan. Fue así como empecé yo mi trabajo en la OEA. El problema que detiene muchas cosas en la OEA es que ese organismo reúne a 34 disímiles países -en mi tiempo eran 33, porque Canadá aún no era miembro, sólo era observador-. Ahí está Estados Unidos con su dominio, están los países del Caribe anglófono, y están los países de América Latina que tienen entre sí divergencias, que se acentúan o se disminuyen dependiendo de quién llegue al gobierno. Un ejemplo actual es México, un país siempre progresista en política internacional, que ha dejado de serlo con la presidencia de López Obrador. En los años de la Revolución, Nicaragua gozaba de un apoyo prácticamente incondicional de todos los países. De unos, abiertamente, y de los otros discretamente, porque no querían ganarse la odiosidad del Gran Hermano. En esa situación, mi estrategia en aquellos años no podía ser conseguir votos favorables, porque los países no querrían confrontarse con Estados Unidos. Mi estrategia fue conseguir abstenciones, y mientras más mejor. Porque la abstención mayoritaria anulaba cualquier resolución contraria a Nicaragua. En los cuatro años y medio que yo estuve en la OEA, ninguno de los intentos de Estados Unidos y sus aliados para obtener una resolución contra Nicaragua tuvo éxito. Dedicaba mis esfuerzos a promover abstenciones. Cuando llegó un nuevo embajador de Paraguay ante la OEA, representante del dictador Stroessner, aliado de Estados Unidos y contrario a Nicaragua, escuchando su discurso de presentación, lleno de términos tomísticos aristotélicos, me dije: Yo conozco ese lenguaje… En esos términos había recibido yo la formación que tuve para ser sacerdote. Era mi oportunidad. Me le acerqué, lo felicité por su nombramiento y le pregunté si había estado alguna vez en el seminario. Me dijo que sí. Le dije que yo era sacerdote, que había estudiado en Roma y había tenido compañeros paraguayos. Le mencioné los nombres de algunos de ellos y me dijo que los conocía perfectamente. Fue así que empezamos la amistad. Y en la OEA, repito, las amistades cuentan. A partir de entonces, cuando se presentaba una resolución de Estados Unidos contra Nicaragua, me le acercaba y le pedía el voto en contra de la resolución. Siempre me decía que no podía, porque “no tenía instrucciones”. Entonces, yo le decía: “¡Perfecto! Si no las tenés, ¡te abstenés!” Así conseguía las abstenciones. Así las conseguía también con la embajadora de Chile, sobrina de Pinochet, que había sido Ministra de Educación y Ministra de Justicia, con quien desarrollé una gran amistad en la OEA. En la OEA siempre hay sesiones previas internas para “rayar el cuadro” de lo que se va a hacer en la sesión pública. Se trata de evitar discusiones fuertes en público. Generalmente, los votos o las abstenciones no se obtienen en las sesiones públicas. Se obtienen afuera, en intercambios personales; hasta jugando al tenis con algunos embajadores o con algunos asesores de las misiones diplomáticas. Yo trabajaba esas amistades para evitar los votos en contra de Nicaragua y bloquear las resoluciones que se presentaban en contra de Nicaragua. Lo que me interesaba garantizar era una mayoría de abstenciones. En otra ocasión, ya formado el Grupo de Contadora, que integraron México, Panamá, Colombia y Venezuela, Costa Rica presentó un proyecto de resolución que nos perjudicaba mucho. En aquella ocasión yo propugnaba por la elaboración de una propuesta de resolución alternativa y el Grupo de Contadora me apoyaba en esa estrategia. Pero, del Ministerio de Relaciones Exteriores en Managua me orientaban que presentara un proyecto de resolución agresiva y confrontativa con Costa Rica. Tanto el Director de Organismos Multilaterales del Ministerio, Alejandro Bendaña, como el Viceministro, Víctor Hugo Tinoco, me insistían en que usáramos un lenguaje confrontativo. Yo sabía, y los de Contadora coincidían conmigo, que ése era un camino equivocado que nos haría quedar mal. Pero no lograba comunicarme con el Canciller Miguel D´Escoto. Con los cuatro de Contadora pedimos un receso tratando de ganar tiempo en espera de hacer contacto con él. Hasta que finalmente, hablé con D´Escoto y él me dio la razón. Y sacamos una resolución, no como Nicaragua, sino como Grupo de Contadora, que en ese momento tenía gran prestigio e influencia. Finalmente, la votación fue favorable a Nicaragua: Estados Unidos se abstuvo; Costa Rica votó en contra y todos los demás votos fueron a favor de la resolución conciliadora que presentamos. Hoy la posición de Nicaragua en la OEA es irrelevante. La Revolución ya no existe. Lo que hoy tenemos es la dictadura de una pareja. El FSLN como partido tampoco existe. El “partido” es un montón de chavalos que hacen lo que les dicen que hagan, sin ninguna capacidad de debate o de crítica. Desde el más alto funcionario hasta el portero del último Ministerio hacen lo que Daniel y Rosario mandan, a quienes también obedecen los paramilitares y las turbas. Hoy, tampoco la dictadura cuenta con una diplomacia de calidad. Siempre ha habido diplomáticos de carrera y diplomáticos políticos, que son gente de confianza del gobernante, que les da un cargo diplomático. En tiempos de la Revolución hubo de ambos tipos, pero había más equilibrio. Ahora hay sólo diplomáticos políticos. Son parlantes. Voceros del gobierno, que están en el cargo por méritos partidarios. Y eso se les nota. Se les nota que no tienen autonomía. Y por eso, su trabajo no tiene mayor impacto o incidencia. Es una diplomacia sin espíritu, automatizada, sin creatividad. Y es así porque a los gobernantes que tenemos no les interesa otra cosa que la obediencia. Desde la crisis de 2018 Nicaragua ha venido teniendo el respaldo de un buen grupo de países importantes, con una diplomacia activa, y con el liderazgo de Canadá. ¿Es la OEA la voz de Washington en el caso de Nicaragua? Yo diría que sí y que no. Porque están otros países en primera línea que han asumido un papel beligerante desde hace rato, como Canadá. Y Canadá no es Estados Unidos. También están Colombia y Chile. Hay influencia y un cierto predominio de Estados Unidos, pero nunca es total. Y existe un margen para que otros países hagan sentir su peso y haya un balance en relación a la situación de Nicaragua. Considero que la resolución que se logró en la OEA el 21 de octubre abre una nueva etapa en nuestra situación. Costó obtenerla. Porque tenemos todavía una oposición fragmentada, tanto dentro de Nicaragua como en el exilio nicaragüense, en Estados Unidos y en Costa Rica. Los grupos del exilio han presentado propuestas distintas y a veces se han expresado con agresividad contra las organizaciones opositoras nacionales, lo que no abona en nada. Desde el exilio se venía incubando la idea de formar un gobierno en el exilio, un gobierno de transición. Pero, ¿quién lo iba a nombrar? ¿Quiénes lo iban a integrar? ¿Y quién lo iba a reconocer? Hay ideas que son muy interesantes, pero que no son oportunas por no ser ni viables ni realizables. Estaba también pendiente de ser resuelta en el seno de la OEA la resolución de que se le aplicara a Ortega la Carta Democrática y se le excluyera de la participación activa en el organismo. Después se incubó otra idea: que la resolución declarara ilegítimo a Ortega. Siempre he sostenido que Ortega es ilegítimo de origen y es ilegítimo de ejercicio. Es ilegítimo de origen desde las elecciones de 2006, cuando, por el control que tenía del Poder Electoral, no se contó nunca el 8% de los votos y eso evitó que tuviera que ir a segunda vuelta, en la que hubiera perdido. Desde entonces ya hubo fraude. Pero entonces nadie lo declaró ilegítimo. En esas elecciones hubo observadores, pero ninguno dijo que hubo fraude. No lo podemos esgrimir ahora, porque los observadores no lo dijeron en su momento. En 2011 pasó lo mismo. Hubo observadores. Sólo los de la Unión Europea dijeron que era una elección “carente de neutralidad y de transparencia”, pero no dijeron que era un fraude, no declararon que el resultado era ilegítimo. La ilegitimidad de origen de Ortega no la ha reconocido hasta ahora nadie. Ha sido hasta después de abril de 2018, con todos los asesinados, los capturados, los torturados, los desaparecidos, los violados, los exiliados y la conducta que tuvieron con los organismos de derechos humanos expulsándolos del país, que quedó claro que este gobierno tiene ilegitimidad de ejercicio. Sólo en la captura de cualquier persona opositora el gobierno viola 14 derechos constitucionales: porque capturan en horas no permitidas, porque lo hacen sin orden judicial, porque entran a la fuerza, porque golpean al capturado y golpean a los presentes, casi siempre familiares, porque lo tienen más de 48 horas detenido, porque no le dan derecho a un abogado, porque no le permiten comunicarse con su familia, porque es torturado, por las irregularidades que se cometen en el juicio con las acusaciones, las pruebas y testigos, con las sentencias condenatorias y las penas impuestas. Está bien clara la ilegitimidad de ejercicio de Ortega: su reelección, las violaciones a la Constitución, a la autonomía de todos los Poderes del Estado y de todas las instituciones estatales… Que es ilegítimo en el ejercicio del cargo ya está claro. Ahora, con esta resolución, ya dejó claro también el embajador de Estados Unidos en la OEA, Carlos Trujillo, y el mismo secretario general, Luis Almagro, que, si Ortega no ha cumplido en mayo 2021 con todo lo que se le pide en la resolución, será declarado ilegítimo, por haberse agotado ya todas las posibilidades de obtener que cambie. Hasta el último momento, algunos grupos de nicaragüenses en el exterior, iniciaron a elaborar un primer proyecto de resolución que pedía se le declarara ilegítimo. Resultó un texto débil. Logró enriquecerse. Pero cuando mejoró hicieron público el texto antes de enviarlo a las misiones diplomáticas ante la OEA para pedirles el apoyo. Fue una decisión incorrecta, de desconocimiento de los procedimientos que hay que seguir. Además de ese error, varias misiones advirtieron que declararlo ilegítimo no era posible aún. Finalmente, los diplomáticos que promovían la resolución le dieron la forma que ya conocemos, la que fue aprobada. La considero una buena resolución. Porque representa claramente un respaldo a la lucha del pueblo nicaragüense. Porque en los considerandos de la resolución se le recuerdan a Ortega todos los compromisos que no ha cumplido y que tiene pendientes de cumplir: liberación de presos políticos, regreso de los organismos de derechos humanos, regreso de los exiliados, cese de la represión en todas sus modalidades, reformas electorales… Y porque se le pone un plazo al gobierno, para que cumpla con todos esos compromisos. Ciertamente, el lenguaje de la resolución es muy cuidadoso. Dice “instamos”. No dice “exigimos”, no dice “reclamamos”, no dice “urgimos”. Para mí ese lenguaje es un exceso de diplomacia. El proyecto presentado y la resolución aprobada son prácticamente iguales. Yo esperaba que tal vez en los debates iba a fortalecerse algo el lenguaje y se iban a presentar propuestas de reforma, pero no fue así. Pasó tal cual. Tal vez porque la reunión fue virtual y no es lo mismo que cuando la gente se está viendo y escuchando y, por eso, el debate tiene una dinámica más viva y más rica. También hay que entender que la OEA estaba en el filo de un risco. Que los países caribeños no querían apoyar. Que ya no contamos con México y con Argentina, aunque se logró mantener el voto de Bolivia, país que formó parte del grupo promotor de la resolución. Como yo he estado ahí, sé que sólo el que está en la OEA, sabe lo que se puede y lo que no se puede lograr. Aun con todo y esa terminología suave, yo considero que la resolución ha sido ganancia para Nicaragua. Las reformas electorales propuestas son también necesarias y positivas. Yo hubiera preferido un lenguaje más firme y que le dieran un plazo hasta enero o febrero en vez de hasta mayo. Pero con esa resolución tenemos posibilidades de hacer un buen trabajo y podemos presionar todos los días a Ortega para que cumpla. Eso es lo que hay. Y lo que hay es Luis Almagro y será con él con quien hay que lidiar. Almagro es un enigma. Es como la Esfinge de los egipcios. No lo conozco personalmente, pero he analizado sus actuaciones, que considero oscilantes, pendulares, con altibajos. Algunas veces se le ve muy enérgico y otras veces no reacciona. Lo percibo como una persona sujeta a sus propios intereses y a su ideología socialista. Él fue Canciller del Presidente José Mujica y en los años 80, cuando aún no era diplomático, estuvo en Nicaragua con un grupo que vino a apoyar la Revolución. Le tiene amor a aquel recuerdo… pero esto ya no es la Revolución. Lo que debemos hacer es mantenerlo en el cauce, mantener presión y vigilancia sobre él, nosotros en Nicaragua y los países que promovieron la resolución. Y nos toca ahora a nosotros mantenernos en el cauce, aprovechar esta resolución. Unirnos. No es posible tener una unidad ideológica, tampoco es posible una unidad de intereses particulares. Pero todos coincidimos en muchísimas cosas importantes. Todos queremos la vigencia de los derechos humanos. Todos queremos el respeto y la supremacía de la Constitución. Todos queremos la autonomía de los poderes públicos. Todos queremos la independencia y el apego a la justicia del órgano judicial. Todos queremos un Ejército y una Policía verdaderamente apartidistas y que sirvan a su propósito, la Policía garantizando la seguridad de la población, y el Ejército garantizando la seguridad territorial. Si todos coincidimos en eso, nos debemos unir alrededor de eso para salir de la dictadura. Después, en el contexto de una lid democrática, que cada quien defienda sus puntos de vista y sus intereses. Lo que nos urge es salir de la dictadura para iniciar un proceso de democratización. Y desde ahora sepamos que no lo vamos a tener fácil. El proceso será lento y difícil. Hay que educar a la gente en la convivencia democrática y en el respeto a lo público. La mayoría de la gente no conoce eso. Tenemos un país ineducado en civismo. Desde el preescolar hay que empezar. Recuerdo un día en que llamé a un taxi y en la acera me acompañaba Virgilio Godoy, quien fue Vicepresidente con doña Violeta. Cuando subí, el taxista me dijo: ¿Ése es Godoy? Le dije que sí, y me dijo: Ése es un idiota. Por qué, le pregunté yo… “Porque fue Vicepresidente, estuvo en el poder y no se aprovechó”. Esa mentalidad está generalizada. La gente piensa que el que llega al gobierno no llega para servir, sino para aprovecharse. Recuerdo otro día en que fui a recoger al aeropuerto a un amigo nicaragüense que vivía en California. En el camino venía comiendo un banano y tiró la cáscara a la carretera. Le pregunté por qué lo había hecho. “¡Estamos en Nicaragua!”, me dijo feliz. ¡En el país de los chanchos, pues!, le dije. En las carreteras de California, si lo hace, le cuesta una multa de mil dólares. Falta de civismo. Recuerdo otro día: Estaba yendo a la universidad a impartir clases, y esperando la luz verde, vi a una niña de unos trece años de las que venden en los semáforos dándole para acá y para allá, chiqui, chiqui, chiqui, a un poste de metal con señales de tráfico para doblarlo, para quebrarlo. Le dije: Muchachita, no hagas eso. Y me dijo: “¿Es tuyo, viejo?”. Le dije que sí, porque yo pagaba impuestos, pero se puso la luz verde y tuve que arrancar. Ella, como demostrándome su yoquepierdismo, empezó a tirar del poste con más vehemencia. Falta de civismo. No hay respeto al espacio público, a las cosas públicas, al servicio público. Hay mucho que enseñar y que aprender cuando esto cambie. En la OEA Ortega no tiene apoyo ninguno y ya no lo va a tener cuando llegue mayo y concluya el plazo. Tiene aliados en algunos países integrantes de la OEA. Pero ni siquiera los países que se abstuvieron lo defendieron. No querían dañarlo, pero tampoco querían oponerse a la resolución. Ortega conoce, sabe bien, que está en desventaja, porque aún los países que tienen cierta afinidad con él saben que él es un dictador y un sátrapa y por eso no quieren apoyarlo expresamente y no lo hacen. Antes de votar la resolución, y aún después, sus representantes aludieron a la soberanía. Pero la soberanía es del pueblo, no es del gobernante. El pueblo es el mandante que le entregó su soberanía a Ortega para que la administrara. Y él le ha quitado la soberanía al pueblo, porque lo ha subyugado, lo mantiene sometido. Si su gobierno es despótico y viola las leyes, está violando la soberanía del pueblo. Ortega no defiende la soberanía, defiende sus intereses y su poder. El concepto absoluto de soberanía es obsoleto desde que existe el multilateralismo, que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los países se convocaron para crear organizaciones internacionales políticas, económicas, del trabajo, de la educación, de la salud, de los alimentos, de las mujeres, de la infancia… En ese esquema, que tiene ya setenta años, cuando cada país acepta ser miembro de esas organizaciones, firma compromisos que debe respetar y su soberanía deja de ser absoluta. En el multilateralismo, el principio universal del derecho internacional es “Pacta sunt servanda”: Si pactás, tenés que cumplir, lo pactado obliga. A partir del multilateralismo, el principio de soberanía absoluta desaparece y está condicionado a esos compromisos. Hay una reflexión que me gusta mucho: No se trata de perder soberanía, sino de compartir soberanía. Se trata de entrar en una dimensión nueva, no perdiendo, compartiendo. Ortega tiene que cumplir. El régimen se opuso firmemente a que el tema de Nicaragua se tocara en esta Asamblea General. No lo logró. Después de la resolución han callado, no han dicho que no van a acatar. Entre ahora y mayo todo está pendiente. Si en mayo no han cumplido, la OEA reaccionará. Lo declararán ilegítimo. Entonces, los países tienen derecho a reconocer a otro gobierno como el gobierno legítimo de Nicaragua. También se podría crear una junta de gobierno en el exilio, apoyada por varios países. Y hasta se podría crear un grupo militar multinacional que venga a ayudar al pueblo de Nicaragua, como sucedió en los años 90 con la intervención de la OTAN en Yugoslavia, que, aunque no era Estado miembro de esa organización, de acuerdo al principio del valor universal de los derechos humanos, intervino para frenar la masacre que el Estado de Serbia estaba perpetrando contra los otros Estados que se habían separado de la Federación yugoslava. Naturalmente, una intervención militar de ese tipo en Nicaragua sería la última opción en considerarse. A Daniel Ortega no le importa la ilegitimidad. Su lógica es el poder o la muerte. El embajador Trujillo dijo también a los medios nacionales, después de la aprobación de la resolución, que Estados Unidos estaba trabajando con funcionarios del gobierno de Nicaragua que saben que pueden ser sancionados si continúan respaldando a Ortega. ¿Estarán hablando con sectores del Ejército? ¿Con sectores de la Policía? Si Ortega pierde el control del Ejército y de la Policía, está acabado. Tal vez no sea necesaria la organización militar multinacional porque esto se resuelva con el Ejército. Daniel tiene que pensarla bastante a partir de ahora. Él tiene que ir dando muestras de aquí a mayo y la oposición tiene que presionar y presionar y denunciar si no cumple. Tiene que crear un clima que le haga cada vez más difícil el no cumplir. En los próximos meses tenemos una continua labor que realizar. Haciendo que la gente entienda la necesidad de hacer un único frente para presionar porque se cumpla lo firmado. Y porque haya garantías para las elecciones que nos den confianza a todos de que nuestro voto será respetado. Hoy estamos en el punto de partida de un proceso nuevo. Estoy optimista, sí. Siempre he sido optimista. A pesar de que los seres humanos somos imperfectos y de que muchas veces estamos cubiertos de vicios, siempre somos rescatables, siempre somos capaces de reaccionar y de hacer las cosas correctamente. Ésa ha sido la historia de la humanidad. A pesar de todas las mañas y artimañas que una parte de la humanidad emplea, hemos avanzado. Ha sido en un camino largo, lento y doloroso, pero hemos llegado a consagrar universalmente la dignidad de la persona humana, la vigencia de los derechos humanos, la igualdad de los seres humanos. Creo que también en Nicaragua seremos capaces de doblarles el brazo a estas dos personas. Pueden llegar a un punto extremo y tendrán que ceder. Y, yéndose ellos, iniciará una nueva etapa para la ardua y difícil democratización del país. Es posible. Y creo que seremos capaces.
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