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¿Convertiremos la pandemia en una oportunidad para rehacernos?

Cuando se oye decir que la pandemia llegó para quedarse, algo muy verdadero se está diciendo. El virus se irá, pero sus secuelas sociales y mentales, sus huellas materiales y espirituales se quedarán entre nosotros. Es tan extrema la realidad hondureña, que este futuro material y espiritual, económico y social, tan sombrío, nos coloca como sociedad ante un dilema: o convertimos la pandemia en una oportunidad para rehacernos como sociedad o la pandemia será ocasión para hundirnos en un estado de deterioro terminal.


Por: Ismael Moreno - Director del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC) del Servicio Jesuita de Honduras, y Corresponsal de la Revista Envío.


La ciudadanía exige que el Estado rinda cuentas sobre todo el dinero que se ha aprobado en el contexto de la pandemia de Covid-19 - Fotografía de AFP por Orlando Sierra
La ciudadanía exige que el Estado rinda cuentas sobre todo el dinero que se ha aprobado en el contexto de la pandemia de Covid-19 - Fotografía de AFP por Orlando Sierra

En enero y febrero nos pareció algo que ocurría en el lugar más lejano del planeta. Lejano y ajeno nos parecía. Y aun así, ya hubo xenofobia. En uno de los escasos viajes internacionales que hice a inicios de este aciago 2020, quien me acompañaba, al ver que nos cruzábamos con alguien de rasgos orientales, me dijo: “Por las dudas, evitemos el contagio”. Y nos apartamos enseguida. Al comenzar a recibir noticias de paisanos y familiares contagiados en Estados Unidos, otros fulminados allí por el virus, comenzamos a seguir las noticias con preocupación. Cuando supimos que ya había casos en Panamá y Costa Rica, pusimos nuestras barbas en remojo. Hoy, cuando escribo, a mitad de agosto, nos sentimos cercados por la muerte, con más de 50 mil hondureños contagiados y casi 6 mil fallecidos, sabiendo que son muchos más.

Una danza de millones


A mediados de marzo nos anunciaron el primer contagiado en Honduras. Raudo y veloz, el gobierno convocó al Congreso a reunión de emergencia. Aprobaron miles de millones de lempiras para atender la pandemia, sin tener un solo plan en mano, pero siguiendo la orden del Titular del Ejecutivo, Juan Orlando Hernández. Días después, el Congreso aprobó más millones. Después llegaron los préstamos, también millonarios. Hernández, con la voz actoralmente quebrada, hablaba a diario de la crisis, de la emergencia, de la prevención… Anunció la construcción de 95 hospitales y hasta la importación de hospitales móviles que llegarían de Turquía.


Así comenzó una danza de millones, que muy pronto se encauzaron hacia tres vertientes. La de los saqueos, desviando dinero a cuentas privadas. Se dice que en sólo dos semanas la mayoría de los fondos aprobados ya se habían esfumado. Otra vertiente fue la de la política partidista: se gastó en bolsas de comida entregadas a activistas de base del oficialista partido Nacional, “generosidad” acompañada de una insistente publicidad, en la que Hernández aparecía como el dadivoso mandatario que aliviaba el hambre de su pueblo. La tercera vertiente fue a desembocar a las Fuerzas Armadas: el hospital militar recibió los mejores equipos médicos y se le confió al Alto Mando del Ejército el protagonismo en el control de los equipos que se entregaban a los hospitales y de las bolsas de alimentos que se entregaban a la población.


Llevamos años conviviendo con la muerte


Desde mediados de marzo inició la danza de las mentiras. A diario, las cadenas nacionales nos daban cifras de infectados, de muertos y de recuperados. Todo mundo desconfía y sabe que no son cifras fiables. Todo mundo sabe que el Presidente Hernández miente y abunda en promesas sin sustento. En junio, todo mundo dudó que él y su esposa se hubieran contagiado.


Cifras verdaderas o falsas, promesas en el aire, muy pronto la muerte fue acercándose, tocando a todas las puertas, cada vez más cercana y amenazante. Fue entonces cuando tomamos conciencia de las otras tantas muertes violentas, también cercanas y amenazantes, con las que nos habíamos acostumbrado a convivir.


Durante años hemos disputado con otros países el ser el más violento del mundo. Durante años ganamos el trofeo del país con mayor número de homicidios en el planeta. Esas muertes violentas no han cesado durante la pandemia, no dan tregua. En medio de la emergencia sanitaria nunca han faltado masacres y desaparecidos. Las, al menos, nueve personas asesinadas en julio en la profundidad del departamento de Yoro, casi no fueron noticia, porque es secreto a voces quiénes son los responsables, personas con responsabilidades públicas, y por eso con el poder de la impunidad.


El virus fue sólo el detonante


Las lecturas de la crisis ingenuamente entusiastas que abundaron en las primeras semanas de la pandemia, auguraban cambios trascendentales en los estilos de vida, en los modelos económicos, en las relaciones humanas y en las relaciones internacionales. Muy pronto dieron paso a un análisis prudente, más bien pesimista, tanto sobre el presente como sobre lo que podemos esperar para un futuro aún incierto. Porque no es cierto que el Covid-19 sea una oportunidad para cambiar de rumbo. Al menos en Honduras, es lo que es: una crisis de enormes dimensiones que hasta el momento está siendo una ocasión para que se revele la podredumbre de todas nuestras crisis previas.


El saqueo de los recursos destinados a atender los enfermos, protagonizado por funcionarios públicos, obligados por su cargo a servir a la población, indica que algo más profundo ya se había roto en nuestro país. Indica que el virus sólo fue el detonante de este nuevo y cruel egoísmo. Por eso, no asombra el soberano escándalo en torno a la corrupción derivada de la compra de los “hospitales móviles”. El tejido social que garantiza que las tareas públicas se orienten al bien común ya estaba rasgado desde hace mucho por la avaricia de los servidores públicos.


Honduras representa uno de los casos más extremos del mundo en cuanto a desigualdad socioeconómica. Nos superan solamente Sudáfrica y Haití. En percepción de la corrupción pública ocupamos primeros lugares. Es tan extremo el caso hondureño, que donde suena el nombre de nuestro país se nos asocia inmediatamente con el narconegocio, dirigido desde la Presidencia de la República por las más altas autoridades gubernamentales.


¡Sálvese quien pueda!


La inhumana globalización de los capitales, impulsada desde hace varias décadas en todo el mundo, ha dejado por todos lados secuelas de deshumanización, que han aflorado a la par que se propagaba el Covid-19. Discriminación, avaricia, insolidaridad, irresponsabilidad… Y aunque ante la pandemia también han aparecido sentimientos solidarios entre las personas y entre los pueblos, no es eso lo que ha predominado en estos meses, al menos en Honduras, donde la insolidaridad y la lógica del sálvese quien pueda, y contágiese el que quiera, se impusieron.


Esta pandemia ha demostrado que los seres humanos hemos alcanzado un desarrollo tecnológico impresionante, y también ha dejado al descubierto que no hemos avanzado de forma similar en promover la empatía entre las personas y la cooperación entre las naciones. Tantos años de fomentar sociedades satisfechas, de promover la felicidad individual, a costa de perder la sensibilidad social, han dado los frutos podridos que hoy lamentamos. El coronavirus no ha hecho más que descubrir lo que ya había, y lo que había era una podredumbre añejada en el tiempo, que ahora, al destaparse, hiede.


La "apertura inteligente"


Al igual que en otros países de nuestra región, en Honduras se han priorizado los criterios económicos de los más grandes empresarios y de los políticos más corruptos por encima de los criterios sanitarios. El dinero por encima de la salud.


Cuando en junio se aprobó y se estableció la llamada “apertura inteligente” de la economía, las voces de la Ciencia médica advirtieron que se estaba haciendo en el momento de mayor contagio.


No fueron escuchadas esas voces y se abrieron las maquilas, los negocios de las transnacionales y los de la gran empresa privada. Unas semanas después, los contagios se multiplicaron y también las muertes, incluidas las que afectaron al personal de salud. A comienzos de julio, 1,800 médicos y personal de salud estaban contagiados con el Covid-19.


Los epidemiólogos coincidieron en señalar que la decisión político-económica de la “apertura inteligente” era responsable de masificar las infecciones. Pero la decisión no cambió. Se mantuvo a pesar de las protestas y críticas de varios alcaldes, que reclamaban establecer en sus municipios un cerco epidemiológico que les permitiera controlar la epidemia y reducir los contagios.


Para entonces, el precario sistema público de salud estaba rebasado y los hospitales ni siquiera brindaban la mínima atención a los infectados. Pronto, las ciudades y municipios con mayor número de contagios tuvieron que volver a la Fase Cero.


Un futuro sombrío


El coronavirus ha desnudado crisis que ya venían agudizándose y que la pandemia ha profundizado. Y es previsible que sigan profundizándose.


En primer lugar, está la crisis que provoca la desigualdad. América Latina es la región más desigual del planeta, con una concentración de las riquezas en pocas manos, cuya contrapartida es el empobrecimiento y la marginalidad de las mayorías. La pandemia ha demostrado lo desiguales que son nuestras sociedades. Y en nuestra región, Centroamérica es aún más desigual.


Todos los datos apuntan a que esta pandemia continuará empoderando a los grupos e individuos que se han lucrado del modelo económico y político vigente, y a la vez empujará a una miseria aún mayor a quienes ya se encontraban excluidos de oportunidades para sobrevivir. No existen señales de cambio de rumbo, tampoco de timoneles que decidan cambiar. En nuestro país, quienes ya conducían el timón siguen al frente de la industria maquiladora, de las industrias extractivas, de la agroindustria de exportación, de las industrias tecnológicas y mediáticas, y ahora todavía con más empeño, de la industria farmacéutica.


La concentración de las decisiones económicas y políticas en los mismos sectores de siempre y un masivo empobrecimiento, con más desempleados y miserables en las calles, parece ser el paisaje que dominará los escenarios futuros, donde una mayor desigualdad de la que conocíamos puede quedar instalada por tiempo indefinido.


Este sombrío futuro coloca a universidades, centros de investigación, organismos de cooperación, organismos no gubernamentales e iglesias ante el desafío de tocar la llaga del modelo neoliberal capitalista, que produce desigualdad, exclusión y violencia. Y nos empuja a ponernos de parte de las poblaciones campesinas y de las urbano-marginales, de los pueblos originarios, de la juventud desempleada y marginalizada, de las poblaciones migrantes, desplazadas y refugiadas. Y en todos estos sectores, de parte de las mujeres.


Proseguirá el extractivismo


Está también la crisis ambiental. No es cierto que la pandemia reorientará los capitales hacia proyectos económicos amigables con el ambiente, como lo proponen tantos ambientalistas de claras ideas y buen corazón.


Es mucho más probable que proseguirá el despojo de la Naturaleza y la expropiación de las comunidades que la han conservado ancestralmente, y que los proyectos extractivistas seguirán siendo prioridades de la inversión extranjera. Si durante la pandemia la violencia no ha tenido tregua, tampoco la han tenido los proyectos extractivistas. En el norte y el occidente de Honduras las explotaciones mineras han seguido trabajando, apropiándose de los recursos naturales.


El agua seguirá siendo fuente creciente de conflictos. Su control continuará definiendo quiénes tienen el poder real en nuestro país. Tras las primeras semanas del cierre de las maquilas en la zona de Choloma, en el Valle de Sula, los habitantes se maravillaron viendo cómo el cauce del río Choloma comenzó a crecer y a llenarse de agua. Viéndolo, la población cholomeña tomó conciencia de que era la industria maquiladora la que consumía toda el agua del municipio. Mucha gente había pensado que la responsabilidad de recibir agua en sus casas a cuentagotas, en las noches o sólo dos veces por semana, era a causa del cambio climático del que tanto escuchaba hablar. El coronavirus les reveló que el agua no se la había chupado el calor del sol sobre la tierra, sino las maquilas. Nadie sospechaba el desmesurado consumo de agua que necesitan las maquilas para funcionar, convirtiendo en décadas una zona fértil en un terreno árido, en camino de ser un desierto.


Muchos ambientalistas centran sus alertas en la minería y en el control de ríos en los que se pretende construir represas para garantizar agua a la industria minera. Muy pocos se refieren, o lo han hecho marginalmente, a las enormes cantidades de agua que precisa la industria maquiladora, que además de este destrozo ambiental, discapacita a tantas mujeres -por obligarlas a realizar movimientos repetitivos-, no respeta derechos laborales y sólo en escasas ocasiones permite la sindicalización.


Para enfrentar el desafío ambiental es imprescindible una alianza estratégica entre sectores ecologistas, tanto expertos como de base, con sectores académicos, eclesiales y políticos, que formulen un plan ambiental integral que proteja el medioambiente y los derechos de la Naturaleza, y a las comunidades campesinas e indígenas amenazadas o expulsadas por los proyectos extractivos.


No se ve una solución


Está también en el futuro que nos espera la crisis que representa la degradación de la democracia, contaminada desde hace décadas, y que finalmente ha arrasado en Honduras con la institucionalidad del Estado de derecho.


Del 16 de marzo al 22 de julio del 2020, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) en Honduras documentó 434 protestas en 72 municipios - Fotografía de AFP por Orlando Sierra
Del 16 de marzo al 22 de julio del 2020, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) en Honduras documentó 434 protestas en 72 municipios - Fotografía de AFP por Orlando Sierra

En lugar de fomentar más participación, la pandemia -que llegó para quedarse por mucho más tiempo que el que pensamos cuando arribó a nuestras tierras- ha contribuido a cerrar más los espacios, dando un mayor liderazgo a militares, a políticos caudillescos y a dictadorzuelos, fertilizando el terreno para que prospere el populismo, el autoritarismo y los rasgos dictatoriales del gobierno.


El más reciente estudio del PNUD sobre el estado de la democracia en Honduras, basado en una encuesta realizada a inicios de 2020 y presentado a fines de junio, concluye que el deterioro político hondureño es de tal envergadura que no se visualiza una resolución. El estudio señala que, además del colapso institucional y de la corrupción, la gente que tendría capacidad de incidir está excluida de todos los espacios donde se toman las decisiones.


El estudio señala cuatro hipotéticos escenarios para el país. El estancamiento. Unas reformas parciales bajo la égida de quienes sostienen el actual estado de cosas. Una transformación incluyente. Y un mayor autoritarismo.


Tras la llegada del coronavirus, la tendencia que parece prevalecerá es un cruce entre el estancamiento y un mayor autoritarismo. Un destacado miembro de una ONG que se presenta como representante de la sociedad civil, aunque goza de la venia oficial, comentó así los resultados del estudio del PNUD: “La capacidad de hacer cambios democráticos en Honduras es cada vez más estrecha”.


Lo que nos dice nuestro sondeo


Los resultados del décimo sondeo de opinión pública que el ERIC (Equipo de Reflexión Investigación y Comunicación) de los jesuitas en Honduras, realizó y presentó en la primera quincena de julio, coinciden con esta tan poco optimista apreciación.


La sociedad hondureña no cree que habrá cambios positivos en el corto y en el mediano plazo. El 80% de la población consultada ratificó su desconfianza en todas las instituciones del Estado. La desconfianza supera el 80% en el caso de los partidos políticos, el Congreso Nacional, el gobierno central, las instancias responsables del proceso electoral y las responsables de impartir justicia.


En sintonía con el estudio del PNUD, y sin ver salidas a la crisis de gobernabilidad, la población dice seguir prefiriendo la democracia, aunque no se casa con ella. Un 45.5% dijo preferirla como proyecto político, pero un 40% estaría dispuesto a aceptar cualquier otro proyecto, aunque no sea democrático, si le garantizan empleo, seguridad, salud y ese proyecto hace un uso transparente de los recursos públicos, controlando eficazmente la corrupción.


Tanto el estudio del PNUD como nuestra encuesta muestran una población que percibe que en la democracia le ha ido muy mal y que con el actual gobierno no ve ninguna salida. Sin dudarlo, quisiera un cambio de gobierno, aunque el que reemplace al actual fuese aún más autoritario, siempre y cuando resuelva sus anhelos vitales básicos.


Desde 2010, cuando iniciamos estas consultas, lo que se ha ido configurando en la institucionalidad del Estado hondureño no es una democracia ni siquiera un proyecto no democrático. Es una mafia especializada en protegerse de la opinión pública, vista como una amenaza a la que hay que acallar de cualquier manera.


Prioridades para una transición


Aunque en estas circunstancias es difícil imaginar para Honduras un escenario de transición, contribuir a que aparezca requiere unir las voces más acreditadas para proponer una respuesta institucional a la debacle sanitaria, priorizando la salud por encima de intereses económicos y políticos. Detener el contagio y reducir el número de muertes debe ser la prioridad.


Otra prioridad institucional debe ser responder al enorme reto que representa el hambre que ya se ha hecho presente en miles de familias hondureñas. El hambre y la desnutrición son tragedias que seguirán en aumento en la medida en que se reducen los ingresos y las oportunidades de empleo. Que los hambrientos hayan dado hasta hoy sorprendentes muestras de pasividad y paciencia no significa que cuando el hambre los apriete más, no entremos en una espiral de convulsión social y de inestabilidad política.


Lograr una transición exige también entrar a espacios de debate y de búsqueda, promoviendo encuentros entre diversos actores sociales y políticos para definir líneas estratégicas de acción que permitan superar la trampa del cortoplacismo y la sordera del gobierno actual. En estos espacios se deben encarar colectivamente temas clavepara la sociedad hondureña como la corrupción y la impunidad, la ilegalidad del régimen político y las profundas reformas que exige el proceso electoral de 2021 para que sea legítimo. Estos debates deberían conducir a un consenso: la continuidad de Juan Orlando Hernández y de su equipo al frente del país sólo significará agravar la situación, incluso en el más corto de los plazos.


La muerte se ha sentado a la mesa


En estos meses, la muerte ha entrado en todos los hogares hondureños y se ha sentado a la mesa. En estos meses, la muerte causada por el virus nunca dejó de convocar a familiares y a amistades al tradicional ritual fúnebre: velas de veinticuatro horas o más, honras fúnebres seguidas de ritos religiosos, lentas y silenciosas procesiones a los cementerios y, a los nueve días, el rezo del rosario compartiendo tamales, café, aguardiente y juegos de naipes.


Algunos velorios fueron interrumpidos por muertes sangrientas: bandas de sicarios cumpliendo encargos criminales o familiares buscando venganza en el mismo lugar de la vela. Aunque reducidos, estos casos han tenido un notable incremento. No sólo obligan a los familiares a suspender el duelo, también los llevan a buscar refugio y a realizar desplazamientos forzosos para salvar la vida.


Tanta muerte está pasando factura a la estabilidad emocional de muchísimas personas. Aumentan los dramas personales y familiares. Y los suicidios se han disparado. Son un dato más en el paisaje de la vida cotidiana, junto a las muertes violentas, a la violencia intrafamiliar, a la violencia sexual y a las extorsiones. Una joven de 24 años confiesa su drama: a finales de marzo, cuando perdió el trabajo, pasó a vivir con la familia de su pareja, y en los últimos dos meses ninguna de las ocho personas con las que convive tenía trabajo. Hoy dice con parsimoniosa resignación: “Sólo me queda un camino: quitarme la vida”.


Cuando el virus se vaya...


Ante este sombrío panorama, cuando se oye decir que la pandemia llegó para quedarse, algo muy verdadero se está diciendo. El virus se irá, pero sus secuelas sociales y mentales, sus huellas materiales y espirituales se quedarán entre nosotros.


Puede ocurrir que en un momento determinado se alcance el famoso pico de la curva y comiencen a reducirse sustancialmente los contagios. Y puede ocurrir que en unos meses la poderosa industria farmacéutica ponga a disposición de todos los pueblos del planeta la vacuna. Y alcancemos inmunidad. Pero el dolor que se ha incubado en la sociedad hondureña, y la incertidumbre por el futuro, por todo lo que se perdió y por las nuevas amenazas que traerán las pérdidas, se quedará ahí, sentada a la mesa en todos los hogares.


Hasta sanar de tantas heridas


Nos tocará seguir viviendo en ambientes alimentados por la depresión, y eso hará todavía más complejo encontrar caminos que conduzcan a restablecer una sana convivencia social.


Rehacer tantos tejidos desgarrados en los seres humanos, en las familias, y en la sociedad hondureña, no será tarea sencilla. Saldremos de esta etapa más heridos que cuando entramos en ella, con el riesgo de que un corazón herido suele responder provocando heridas en quienes están cerca.


La sociedad hondureña estará necesitada de un largo período de “hospitalización” para prepararse a una compleja “intervención quirúrgica”, seguida de un prolongado período de “convalecencia”. Todas estas etapas serán necesarias hasta aprender a ver la vida sin cargas traumáticas y con los ojos nuevos de seres humanos frágiles pero sanos.


Sin seres humanos sanos y sin cicatrizar las heridas por tantos dolores acumulados, la sociedad hondureña no podrá construir nuevos horizontes. A la necesidad objetiva de cambios institucionales, económicos y de justicia, se ha de unir la necesidad de abordar la restitución emocional de un pueblo herido por una pandemia que se incrustó sobre antiguos dolores nunca sanados.


Dos alas para volar


Tenemos por delante una inmensa tarea humana, política, social, comunitaria y personal, económica, material y espiritual, que nos sitúa ante un dilema. O convertimos la pandemia en una oportunidad para rehacernos como sociedad y sanamos heridas. O la pandemia nos hunde en un estado de deterioro terminal. Para evitar esta derrota, para convertir la pandemia en oportunidad, todas las luchas serán valiosas y todos los aportes cuentan.


Para alzar el vuelo sobre tanto dolor acumulado, tan valiosa, importante y necesaria será la lucha contra la corrupción, la impunidad, las desigualdades y contra los proyectos extractivos, como valiosas, importantes y necesarias serán las luchas sicológicas y espirituales de acompañamiento a las mujeres, a los jóvenes, a la niñez, a la población anciana. Para despegar y volar a la altura que necesitamos serán imprescindibles esas dos alas.

 
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