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Carta de esperanza para Nicaragua en Año Nuevo

Este es el momento de darle un nuevo significado a la esperanza en nuestra cotidianidad. No es una idea o un concepto abstracto, ni un sueño o escaparate. Es una acción diaria, un compromiso que se renueva, y que vive en cada pequeño gesto humano, ciudadano y colectivo.


Por Juan Daniel Treminio | @DaniTreminio

Managua, Nicaragua, Centroamérica
Laguna de Apoyo en Catarina, Masaya | Fotografía de Coyuntura
Amanecer en Nicaragua | Fotografía de Coyuntura

EL 2024 fue un año difícil para la sociedad nicaragüense, sometida a un proceso de transformación institucional y ciudadano profundo y doloroso que ha puesto a prueba las convicciones y el concepto de esperanza. Las aspiraciones de un futuro digno y libre parecen extinguirse como un río que de pronto se reduce a un hilo de agua, pero que sigue fluyendo como una gota silenciosa que se niega a desaparecer.


El país centroamericano, que ha expulsado a más de 800,000 ciudadanos desde 2018, vive bajo la sombra pesada y perpetua del miedo, el desanimo y el control estatal. Sin embargo, en lo más intenso de esa oscuridad, hay luces que se niegan a apagarse. Voces que todavía no quieren ni pueden desaparecer. En ese sentido, es importante recordar que la conciencia y la fe no siempre gritan, y tampoco se imponen. En ocasiones son solo susurros, una pequeña chispa, un momento, que persisten en los actos más simples, también complejos y cotidianos, en los gestos o actitudes en casa, en el trabajo, con la pareja o los amigos. En los sueños que nos negamos a abandonar contra todo pronóstico.


La esperanza funciona de maneras sutiles pero poderosas. Vive en la madre que, pese a las dificultades, prepara con amor el alimento para su hogar, para las hijas y los hijos que aún puede abrazar. Está en el mensajito de buena noche que envía la amiga a los que tiene en el extranjero. Se puede encontrar en el maestro que sigue enseñando con señas, o en el anciano que está todavía sembrando semillas en un suelo cada vez más árido y triste. Yace en el joven que, a pesar del dolor de espalda y cabeza, decide levantarse una y otra vez, aunque el grito de otros abrume sus ganas, por zapatos cómodos y comida caliente, y la familia que atrás quedó.


La esperanza está en esa vecina que comparte un poco de lo que tiene, en la sonrisa del que menos recibe y en la resistencia de la chavala que quiere culminar la universidad. Se refleja en el rostro y la identidad de cada nicaragüense a lo largo de su existencia, en la comida, en lo que habla y puede aportar.


No hay que dejar que los ciclos, el miedo y la desconfianza sigan siendo instrumentalizados en nuestra contra como sociedades e individuos. La manipulación ya no da para más. El candil de la esperanza necesita aceite fresco y nuevas llamas.


Comienza a transformarse en una fuerza silenciosa que une corazones y voluntades sin importar las millas o las fronteras. Aunque el control y la violencia busque apagarla, la esperanza siempre encontrará grietas por donde filtrarse, incluso en las almas de quienes se rehusan al cambio, el bien y las libertades. La esperanza está en la mirada y manos de quienes saben que el amor, la palabra, los hechos y la dignidad son más fuertes que cualquier opresión o sistema.


Este es el momento de darle un nuevo significado a la esperanza en nuestra cotidianidad, desde Costa Rica hasta Guatemala, en Nicaragua u Honduras, y más allá. No es una idea abstracta ni un sueño lejano. Es una acción diaria, un compromiso que se renueva en cada pequeño gesto humano, ciudadano y colectivo. Es el valor de escuchar al otro, de tender la mano, de no buscar tener la razón, de construir puentes entre las diferencias, porque donde antes había muros hoy deben existir canales de comunicación y debate. Es el acto de creer que podemos ser mejores, no solo como individuos, sino como comunidad, país y región, adentro o afuera.


La esperanza es también un recordatorio de que no estamos solos. Tanto los que estamos fuera como los que están dentro de Nicaragua -o de un sistema familiar, comunitario y/o nacional macabro- compartimos un mismo sueño: dignidad y desarrollo humanista; un lugar donde se pueda caminar y hablar sin temor, donde el amor por la tierra y las libertades nos guíe hacia un futuro compartido y mejor.


Hoy, más que nunca, debemos ser guardianes de esa esperanza y predicarla de manera consciente y responsable. Alimentarla con nuestras palabras, nuestras acciones y nuestra fe en que un cambio se asoma. Porque aunque la sombra sea densa, siempre hay un amanecer esperando, la historia es garante de ello y al mismo tiempo la que nos llama a no estropearnos repitiendo los errores. Y ese amanecer depende de nosotros, de nuestra capacidad de resistir, de soñar, de amar y también de proclamar.


Por que la esperanza no solo se alimenta de acciones, sino también de declaraciones. Declarar con fe que las cosas ya fueron hechas, proclamar con la convicción de que el cambio es una realidad que está en marcha y es imparable. Las palabras tienen un poder de otro nivel cuando están conectadas con nuestras energías y nuestra voluntad. Al proclamar con fe, le damos fuerza y dirección a nuestras acciones, y convertimos nuestras aspiraciones en realidades tangibles. No más violencia. No más sufrimiento.


Es importante entender que la lucha cotidiana que enfrentamos no es solo una lucha física o material, sino también una lucha espiritual. Cada acto de bondad, cada palabra de aliento, cada gesto de amor es una declaración de nuestra fe en un futuro mejor. Por eso, asumo con las pocas fuerzas que me quedan este compromiso de seguir alzando la voz, de insistir en el amanecer, de proclamar que Nicaragua puede y será un país donde la esperanza sea tangible y donde la dignidad sea el suelo firme sobre el cual construyamos la vida que queremos y la que merecemos.


Que este sea el año en que la esperanza no solo sobreviva, sino que crezca y florezca, y no solo que florezca sino que de sus frutos. Que sea el año en que recordemos que, incluso bajo las sombras más oscuras, somos capaces de encender una la luz.


Nicaragua es una higuera que florece en medio de la adversidad, sus raíces se aferran con fuerza a la tierra que la nutre porque viene cargada de frutos, de vigor, prosperidad y paz. Confío en que seremos el testimonio de una nación que se levanta para inspirar al mundo con sus mejores y nobles virtudes.

 

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