Huyó de los episodios de odio en Honduras. Ahora, la líder lenca se encuentra con su verdadero "yo".
La Esperanza, Intibucá, Honduras
Nos encontramos con Gaspar, que por los momentos será solo Gaspar. Es de La Esperanza, Intibucá, un pueblo originario lenca. Es comunicador de profesión y fue compañero de trabajo de la desaparecida ambientalista hondureña Berta Cáceres. Las luchas por su pueblo, los recursos y la defensa del ambiente y los derechos humanos le abrieron las puertas a Gaspar para conocer y experimentar diferentes facetas de su vida.
Desde su niñez siempre sintió deseo por las personas de su mismo sexo. Fue hasta los 18 años que tuvo la libertad de decírselo a su familia. Decirles que era una persona de la diversidad sexual fue difícil, asegura, porque sus familiares no lo aceptaban como era. Uno de sus hermanos le dijo que se olvidara de que eran parientes. “La cuestión religiosa la ponen de base para no aceptar que somos seres libres de decidir por nosotros mismos”, expresa Gaspar. Confiesa que el machismo está muy arraigado en las comunidades lencas y que es algo que se transmite de generación en generación.
Gaspar supo desde muy corta edad que era un chico gay. Debido a esto, una familia de su vecindario se había ensañado con él. Desde insultos aparentemente inofensivos hasta las agresiones físicas. En uno de estos episodios, Gaspar nos relata cómo fue víctima de agresiones que parecían provenir de una discriminación por ser quién es.
"Fui agredido por casi toda una familia. Eran originarios de la capital. Superracistas, empezando por la mamá, el papá, hasta la niña más chiquita. Cada vez que yo pasaba frente a la casa de ellos, tenía que escuchar esa discriminación. O sea que me dijeran 'hazte hombre, los maricones no son bien vistos'. Cosas así. De hecho, llegaron al punto de golpearme.
La señora era como la presidenta de [la junta de] agua. El tema del agua en la zona donde vivo es como bien complicado porque sólo nos llega como dos días a la semana. Entonces veo a la señora que está agarrando agua de donde la vecina, pero yo ni siquiera le dije nada, yo sólo la volteé a ver y no me había fijado que el esposo estaba enfrente a la casa. En lo que yo voy pasando, la volteo a ver, pero sólo volteé a ver que ella estaba agarrando agua de donde la vecina. Y dice el hombre: 'Y este maricón hijo de tantas ¿por qué se te queda viendo?'. Entonces vengo y le digo: 'Discúlpame, pero no te estoy diciendo nada'. Y me le acerqué. Recuerdo que me dijo: 'La verdad es que vos me caes mal', y me dio un golpe en la cabeza. Cuando quise defenderme, uno de los hijos salió y me atacó por atrás. Al final me golpearon los dos.
Cuando fui a poner la denuncia, ellos se habían adelantado poniéndola antes. El tipo de la DPI no me quería tomar la denuncia porque me dijo: 'Ah, usted viene por el caso de don Carlos, ¿verdad?'. 'Sí', le dije, 'porque ellos me golpearon'. 'Él ya vino', dijo el oficial de policía. 'Vino acá y nos explicó cómo fue la situación'. Y no me acuerdo qué más me dijo. Pero como que se estaba haciendo el loco y no me quería tomar la denuncia. Entonces tuve que llamar a los compañeros del COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras). En ese momento todavía estaba Tomás Gómez, que llegó con otros compañeros. Entonces cuando ya vieron que llegó la gente del COPINH, sí accedieron a tomarme la denuncia".
"Yo iba para el trabajo y en mi trayecto está un campo. De repente empieza a insultarme también, así como 'hazte hombre', y a hacer como muecas racistas con la boca y con la mano. Entonces le pregunté cuál era el problema, que no le estaba haciendo nada. Y empezamos a discutir ahí. De repente me dio un golpe en la frente que creo que tengo todavía la cicatriz.
De un solo golpe me tiró al suelo. Yo quedé viendo entre oscuro y estrellas. Cuando el tipo me golpea, justo era como enfrente de la casa de mis hermanas. Entonces salió mi mamá y luego salieron los hermanos del tipo también a defenderlo. Y luego, en eso que se regó la bulla, salió mi papá, mi mamá y todo, pero era como las dos familias ahí peleándose, discutiendo. Finalmente, puse la denuncia y se logró. No los metieron presos, pero sí hubo como una multa que le tenían que pagar al Estado. No sé cuánto era, pero tenían que estar yendo a firmar".
Más del 90 % de los crímenes de odio contra las minorías sexuales quedan impunes, de acuerdo con el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH), Roberto Herrera. Honduras es uno de los países más violentos de América Latina, peor cuando se es defensor de derechos humanos y además comunicador. Después de la muerte de Berta Cáceres, se le vinieron muchas responsabilidades que cumplir a Gaspar, desde viajar por el mundo contando lo sucedido con el homicidio de Berta hasta seguir manteniendo a su comunidad unida. Es así como un día decidió irse a Estados Unidos.
Para Gaspar, su vida en Honduras fue una etapa. Ahora, en Estados Unidos experimenta una nueva faceta de su vida, se siente libre de usar y ponerse cosas de mujer, dejarse el pelo largo, tacones y botas. "Lo bonito de ser diversos es que tenemos esas personalidades y de alguna u otra manera tienen que salir, ser vistas, apreciadas, aceptadas y liberadas porque muchas veces están ocultas", menciona Gaspar.
"Lo bonito de ser diversos es que tenemos esas personalidades y de alguna u otra manera tienen que salir, ser vistas, apreciadas, aceptadas y liberadas porque muchas veces están ocultas"
Al vivir esta nueva etapa de aceptación ya no es Gaspar Sánchez. Ahora es Rebeca Sánchez, que es el nombre que ha elegido para ser una chica. Una chica que ahora se siente liberada, en condiciones de poder hacer lo que quiere y lo que le gusta. Rebeca nos cuenta que tuvo que hacerlo en el exterior porque aquí en Honduras su familia, su cultura y compañeros de trabajo la hacían sentir juzgada, al igual que las miradas en la calle.
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