La población nicaragüense vive en una situación anormal y enfrenta tiempos inciertos. Ortega sigue jugando con los tiempos, prolongando irresponsablemente la crisis nacional. Y, mientras los tiempos de la comunidad internacional mantienen un ritmo muy lento, los tiempos de la Alianza Cívica han decidido acelerarse.
A mediados de julio, la prestigiosa encuestadora Borge y Asociados realizó su segunda encuesta nacional del año. El 62.6% de los encuestados dijo que el país "no ha vuelto a la normalidad que había antes de abril de 2018". Y sólo el 16% (13.9% y 2.1%) dijo que el país va "bien" o "muy bien", respectivamente. Las evidencias de que la crisis política no se resuelve y los estragos de la crisis económica es lo que está detrás de estas respuestas.
Daniel Ortega ha "perdido gente" según las últimas encuestas digitales en Nicaragua - Fotografía de La Prensa
A la pregunta "¿Por quién votaría para Presidente de Nicaragua si las elecciones fueran hoy?", un 35.5% mencionó a Ortega, frente a un 37.7% que "no sabe o no responde" y un 21.4% que respondió "por ninguno". Éstos hacen un total de 59.1% que parece no votaría por él. ¿Refleja ese 35.5% que ha sido exitosa la estrategia de Ortega de reagrupar a las bases sandinistas?
Cancelada la mesa de negociación desde julio por decisión de Ortega y configurada por fin la Comisión de la Organización de Estados Americanos (OEA), que buscará una solución a la crisis nicaragüense, se abre una etapa de incertidumbres. El tiempo, el implacable, nos dirá cómo se mueven y hacia dónde van los tiempos de los protagonistas de la crisis. ¿Hasta cuándo...?
A esto nos quieren acostumbrar
En los tiempos de Ortega la prioridad es la represión. Según un informe de la Unidad Azul y Blanco, el promedio de personas detenidas arbitrariamente por ser opositoras en las ciudades que iniciaron la rebelión en abril de 2018 es de cuatro diarias. Las personas capturadas permanecen horas o días en manos de la Policía, les roban sus pertenencias (celulares, dinero, identificación), usualmente son golpeadas y algunas son acusadas de delitos comunes. Todas son intimidadas, tanto ellas como sus familias. En el norte, en las zonas rurales, la estrategia es más brutal. Según el último informe del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca +, en los primeros ocho meses de 2019 se registraron al menos 18 asesinatos de campesinos, tres de los cuales fueron privados de la vida en la zona fronteriza de Trojes, en donde buscaron refugio. Dos de estos tres pertenecían a una misma familia, los Montenegro. "Los asesinatos son selectivos si consideramos que 15 se dieron en el norte del país, en la zona conocida en la de década de los 80 como el 'corredor de la guerra' y eran opositores al Gobierno. Al menos 11 de ellos lo eran abiertamente: uno era trabajador de la alcaldía de Wiwilí, gobernada por el PLC, tres pertenecieron a las filas de la Resistencia, tres eran miembros de partidos liberales (dos de CxL y uno del PLC) y cuatro fueron privados de la vida cuando salían de eventos o reuniones", dice el Colectivo. Por sus características, afirman los defensores de derechos humanos, estos asesinatos "son ejecuciones extrajudiciales, sumarias y arbitrarias". Represión diaria y crímenes impunes: a esto nos quieren acostumbrar.
La "normalidad" impuesta
En sus tiempos, Ortega cuenta con que la gente terminará acostumbrándose a la nueva "normalidad". Los medios oficialistas contribuyen informando a diario de emprendimientos, ferias, aniversarios, eventos, inauguraciones... sin dar cuenta de lo que sucede al "otro lado", donde hay crímenes, reclamos y protestas debilitadas por la desproporcionada presencia policial que las asedia amenazante. Si cuatro hombres, adultos mayores (sucedió a fines de agosto) pretenden caminar por las calles con una bandera nacional, una biblia y un crucifijo pidiendo libertad, son rodeados durante nueve horas por 30 policías antimotines con escudos y armas de guerra listos a impedirles dar un solo paso. No disparan, sólo los cercan, intimidantes, sin esbozar siquiera una mirada humana tras sus cascos. Para esto los entrenan. Es una imagen símbolo que revela dónde estamos, que refleja el proceder diario del régimen, todos los días y en todas partes, cuando alguien busca expresarse en las calles. Del lado de los azul y blanco es una consigna tácita no emplear violencia ni dejarse provocar. Persiste la convicción de que ya hubo muchos muertos y multitudes en las calles repudiando a este régimen. Esta vez la mayoría quiere un cambio y nadie quiere otra guerra.
La Alianza Cívica vivió hace poco una re-estructuración de sus miembros y directivos - Fotografía de La Prensa
El regreso de los "históricos"
Los tiempos de Ortega han tenido etapas. Primero, se esforzó en aplastar la rebelión a sangre y fuego.
Logrados tres centenares de muertos y miles de exiliados, la siguiente etapa fue instalar los mecanismos de un control social estricto con un aparato represivo (asedio, intimidación, cerco, acoso) al que ha dedicado muchos recursos, tanto humanos como económicos.
Ahora, sus tiempos están dedicados a recoger la cosecha de desgaste y desaliento en el movimiento azul y blanco. Erosionarlo, fomentando divisiones y contradicciones entre ellos es trabajo diario. Dar por terminado unilateralmente el diálogo tenía como objetivo deslegitimar a la Alianza Cívica, ir desdibujando su presencia y sus posibilidades en el imaginario opositor.
Paralelamente, el tiempo de Ortega se dedica a fortalecer el imaginario rojo y negro. Las apelaciones de uno de sus voceros más leales repasando día por medio todos los detalles de la historia heroica y sacrificada de quienes dieron su vida por la revolución van en esa dirección. La reaparición de sandinistas "históricos" apelando a lealtades pasadas, personales y familiares, busca detener la erosión que comenzó a notarse en las bases sandinistas después de las masacres del régimen en 2018.
La institucionalización del paramilitarismo
En su tiempo Ortega prolongará la crisis para asegurarse el llegar a las elecciones en 2021, una fecha que empieza a ser asimilada por muchos en Nicaragua y fuera de Nicaragua como forzosamente inevitable.
El objetivo más recientemente explicitado por el régimen para lograr llegar a esa fecha, una vez rechazada la negociación con la Alianza Cívica, es acordar unilateralmente con la Secretaría General de la OEA reformas electorales “técnicas” que le garanticen a Ortega un control, aunque no total sí suficiente, del Poder Electoral, para continuar gobernando desde arriba si logra ganar. Y si pierde, volver a gobernar desde abajo, como lo hizo ya durante 16 años (1990 - 2006).
Si la realidad de las urnas le impidiera alzarse con la victoria, el control del Poder Electoral deberá garantizarle una bancada suficiente de diputados para dificultarle la vida a un nuevo Gobierno. Y si el resultado de las urnas le fuera tan desfavorable que escapara de su control, Ortega ya está organizando "batallones de la paz", institucionalizando así el paramilitarismo que estrenó en la "operación limpieza". Con estos grupos armados gobernaría desde abajo.
Los batallones están dirigidos por combatientes históricos del FSLN, hombres maduros hasta hace poco desechados y ahora vueltos a convocar para defender "al comandante" y a "la revolución". Los integran desmovilizados del servicio militar, más jóvenes, y simpatizantes del régimen. En julio se organizó el primer batallón en Carazo y en agosto el segundo, en Bluefields.
Son muchas las voces que consideran imposible ir a elecciones, ni en 2021 ni en ninguna otra fecha anticipada con los grupos paramilitares activos. También ha crecido el consenso de que hay que desechar la idea de que el Ejército cumplirá su obligación constitucional de desarmar a esta tercera fuerza armada, siendo el Ejército "el que la organizó y la armó", a juicio del mayor en retiro Roberto Samcam, quien opina que "sólo una fuerza internacional con autonomía plena podría desarmarla", lo que aún es una lejana incógnita.
El poder del Ejército
En los tiempos de Ortega mostrar al Ejército de su lado es crucial. Después de un prolongado silencio de más de un año de la institución militar, salpicado por comunicados inocuos y pretendidamente neutrales, las dos recientes apariciones del Jefe del Ejército, Julio César Avilés, dejaron clara la posición de la institución armada: lealtad absoluta al proyecto de poder de Ortega.
El 25 de julio, en conferencia de prensa ante directores de medios de comunicación nacionales, Avilés afirmó que el Ejército no tiene ni base legal, ni estructura, ni equipamiento para la misión de desarmar a los grupos paramilitares, una tarea que le han reclamado desde hace más de un año expertos en seguridad y quienes fueron jefes del Ejército, Humberto Ortega, Joaquín Cuadra y Javier Carrión.
Avilés justificó esa impotencia en que "la Constitución nos manda no ser deliberantes. Y la no deliberación nuestra no es sólo en lo político. La no deliberación también la interpretamos en que no debemos invadir aspectos que no nos corresponden".
Después de esto, el 1 y 2 de septiembre, en ocasión del 40 aniversario de la fundación del Ejército Popular Sandinista (desde los años 90 Ejército de Nicaragua), Avilés, en un escenario saturado de banderas rojinegras del FSLN, "deliberó" sobre la crisis nacional y clamó: "¡Jamás nos van a dividir!, como pretendieron hacerlo funcionarios de organismos no gubernamentales que hacían llamados a leales compañeros para abrir la posibilidad de darle un Golpe de Estado al Gobierno legítimamente constituido, ¡lo que jamás haremos!".
También amenazó: "¡Sepan que sabemos quiénes están detrás de la brutal campaña de ataques y provocaciones contra nuestra institución y los hacemos responsables de las afectaciones físicas y morales de nuestros compañeros y familiares!".
"Tan claro como el agua y tan firme como el acero", calificó Ortega el discurso de Avilés, que fue complementado con un costosísimo desfile militar transmitido en cadena nacional con fines de intimidación: las armas ilegales, también las legales, están de nuestro lado, le dijo Ortega ese día a la población.
En los tiempos de Ortega mostrar al Ejército de su lado es crucial. El Jefe del Ejército, Julio César Avilés, ha demostrado su "neutralidad" ante tantos crímenes - Fotografía de La Prensa
Los tiempos de la economía
Con un descenso en la presión interna por la reprimida movilización social, entre todos los factores que van en contra de la "normalización" pretendida por Ortega para llegar hasta 2021, el factor que más pesa para complicarle sus tiempos es el de la recesión económica.
Ciertamente, la inversión extranjera está en crisis y las inversiones de la gran empresa nacional congeladas. Pero como la mayoría de la economía nicaragüense está en manos privadas de medianos y pequeños, ésos ya encajaron el duro golpe que la crisis ha dado a su calidad de vida y han ido ajustando números y posibilidades. Saben, sí, que "esto no se va a componer" si Ortega sigue en el poder, pero no les queda más que apretarse el cinturón y reducir, recortar y adaptarse.
Por su estructura, la economía nicaragüense está en ventaja sobre la venezolana, porque al regresar al Gobierno en 2007 Ortega no estatizó la economía (recordando la negativa experiencia de la década de los 80), a diferencia de lo que hizo Chávez y siguió haciendo Maduro en Venezuela. La crisis económica se siente por todos lados, pero no colapsará la economía como ha sucedido en Venezuela.
Tiempos de "lavar"
La crisis la resiente el Estado. A pesar de la muy drástica reforma tributaria de enero de 2019, la recaudación no ha logrado superar el déficit presupuestario. En agosto, el régimen decidió gravar otros 16 productos básicos, entre ellos sopas instantáneas y cepillos de dientes. Las alcaldías, que dependen de las transferencias que les asigna el Estado central, apenas recibieron durante la mitad de este año un 12.4% de lo que les corresponde, lo que les impide hacer obras públicas, que siempre dan empleo y mueven la economía local.
Llamativamente, en esta economía estancada, un sinnúmero de personas, seguramente testaferros de funcionarios del régimen, están lavando dinero por todo el país comprando tierras, levantando mansiones, remodelando casas, instalando negocios de todo tamaño que permanecen vacíos... Todo eso le da cierta vitalidad a la economía. Lo hace desde el "lado oscuro"... pero la mueve.
No son pocos quienes calculan que una segunda ola de protestas se estaría cocinando por la difícil situación que experimenta la mayoría de la población. Para evitarla, en sus tiempos Ortega también ha activado su maquinaria populista entregando lotes de terreno en las ciudades a las familias más pobres y distribuyendo algunas prebendas y regalías a quienes apoyan a los paramilitares con información.
Jugando con el tiempo
Desde la rebelión de abril de 2018, Ortega no ha dejado de jugar con los tiempos. En el diálogo nacional de 2018 no negociaba, jugaba a ganar tiempo mientras organizaba a las fuerzas paramilitares que sofocarían con armas de guerra la rebelión expresada por todo el territorio nacional en los tranques y las barricadas.
Meses después, en la mesa de negociación que acaba de dar por concluida, tampoco negoció. Jugó a ganar tiempo para confundir a la comunidad internacional presentándose como "dialogante", sin abandonar nunca su principio, "firmar me harás, cumplir jamás", jugando con la vida de las personas encarceladas y torturadas que había capturado con anticipación y mantenía como rehenes, "fichas" que acumulaba en su tablero para dar la idea de que estaba haciendo concesiones.
Actuó como actúan los secuestradores: toman rehenes y negocian sus demandas con las vidas ajenas. Para excarcelar a los presos políticos demandó a la Alianza que solicitara la suspensión de las sanciones internacionales. No lo consiguió. Excarcelándolos (y no a todos, hay más de 120 en las cárceles y todos los que han salido viven asediados) dio la impresión de generosidad ("resultados extraordinarios", así los calificó Almagro), cuando ninguna de las exigencias de fondo que había que negociar "en serio y de buena fe", el fin de la represión, la democratización, la restitución de las libertades, fueron abordadas en la mesa.
Juega ahora a que corra el tiempo "a ver qué pasa". Juega con que el tiempo le traiga condiciones más favorables en el continente (en Argentina con la victoria de Cristina Kirchner y en Brasil con un posible regreso del PT al Gobierno, dado el desgaste de Bolsonaro; hasta con el regreso de las FARC se ve favorecido…). Tener de su lado la neutralidad de México y "la izquierda" en Brasil y Argentina le daría un importante vuelco al aislamiento en el que ha estado.
Ortega siempre ha jugado a que el paso del tiempo irá restando atención internacional a la crisis nicaragüense, que parece tan pequeña en un mundo con crisis bélicas, sociales y climáticas realmente colosales.
¿Cómo será lidiar en el futuro, aún en el más promisorio, con tantos resentimientos, con tantas experiencias traumáticas? ¿Cuánto tiempo llevará construir puentes horadando poco a poco las murallas de enemistades en las familias, en los barrios y en las comunidades?
¿Están los tiempos del movimiento azul y blanco en capacidad de irse preparando para esa tarea? Y, en los tiempos de la comunidad internacional, ¿estará ya la disposición a potenciar las capacidades nacionales, con presencia y asistencia, para desarmar a los paramilitares que el Ejército ya nos dijo que no los va a desarmar, y que han sido tan responsables de tantos crímenes y de tanta siembra de odio?
El tiempo, el implacable, tiene la palabra. Nos dirá hasta cuándo podremos responder a éstas y a otras tantas inquietudes.