Basta con observar y analizar el comportamiento de la gran mayoría de nicaragüenses, para darnos cuenta que en nuestra sociedad predomina una figura autoritaria y de mando; en donde cualquiera quiere “asumir el liderazgo”, entiéndase este como una forma de controlar a las demás personas.
Esta misma práctica se percibe en todos los espacios: en la familia, escuela, trabajo, sociedad, política y en los partidos políticos obsoletos que imperan en el país, y que terminan siendo el ejemplo de una sociedad que se ha construido en base a desiguales relaciones de poder.
Ese mismo afán de coordinar, mandar, liderar o gobernar se ha configurado a lo largo de nuestra historia como país en una figura nefasta de caudillismo autoritario que hasta nuestros días está más presente que nunca, y llegó para quedarse un largo rato; mientras tanto los ciudadanos no decidan asumir este y otros problemas estructurales.
Hago énfasis de este “caudillismo autoritario”, en el espacio político, por ser un ámbito donde se toman las decisiones que afectan nuestras vidas; en donde el poder ejecutivo goza de amplios poderes, sin que exista algún tipo de control, con presencia controladora en muchos espacios de participación y organización social, y nada ni nadie se atreve a cuestionar sus acciones (faraónico, omnipresente, incuestionable); ante esto se le permite tomar decisiones o arbitrariedades a pesar que las leyes y constitución se los prohíban.
Como sociedad hemos “normalizado y aceptado” estas prácticas por parte de los políticos, desde el momento que nos roban los espacios en los partidos, presidencia de la república, asamblea nacional y poderes del Estado para perpetuarse por años, sin que se perciba cambios para bien en la sociedad; y resaltando aún más las desacertadas decisiones para abordar asuntos de medio ambiente, seguridad jurídica, derechos humanos, violencia machista, femicidios, abuso sexual, y la creciente corrupción sin control de la esfera pública en complicidad con el sector privado.
Quejarnos en redes sociales ha sido la mejor forma de expresarnos por lo que pasa en la realidad nacional, pero tristemente seguimos replicando esas mismas prácticas sin detenernos a pensar lo perjudicial que representa para el país una sociedad que tiene más caciques que indios.
Mientras no nos cuestionemos esas actitudes que practicamos en la familia cuando la “jefatura del hogar” se basa en el poder económico, o en los espacios religiosos donde la autoridad eclesial lo dicta todo, o bien en las organizaciones sociales en las que los puestos directivos duran años. Nunca podremos establecer relaciones entre iguales, ni tener autoridad moral para cuestionar y exigirle a los políticos., siguiendo la reproducción del anti-valor de mandar en todo los espacios para simplemente sentirnos importantes.
El continuar ejerciendo nuestras acciones individuales en la arrogancia de querer controlar todos los espacios, tendremos un escenario de país cada vez más polarizado, donde los liderazgos tanto políticos como sociales satisfacen egos de liderazgos vacíos, que a lo largo de la historia han dejado fuertes conflictos políticos, en donde quien más pierde es la ciudadanía, y el propio país, donde la gobernabilidad es trastocada, y los distintos partidos políticos lo que menos pueden hacer es coordinarse para asumir los problemas estructurales.
Lo anterior debe ser visto con mucha cautela, y ser un precedente para las nuevas generaciones de activistas políticos y sociales, con el fin de construir verdaderos liderazgos útiles, renovados, propositivos y en base a consenso donde prevalezca el sentido de alcanzar el país democrático, integrador y equitativo del que hemos carecido.