Ésta es la historia de una investigación pionera que cambió la vida de muchas mujeres en Nicaragua. En el relato de esta historia se entrelazan retazos de la vida de dos mujeres que protagonizaron aquella investigación: la autora del relato, la que dirigió la investigación en 1995, Mary Ellsberg, y Ana Cristina, seudónimo de la que le dio su título, "Confites en el infierno".
Por Mary Ellsberg | @Mary Ellsberg
Directora del Instituto Global de las Mujeres de la Universidad de George Washington
Washington, Estados Unidos de Norteamérica
Después de más de veinte años reconocí a la mujer que se sentó frente a mí. Había conocido a Ana Cristina en 1995. Fue una de las participantes del estudio sobre la violencia contra las mujeres y las niñas en Nicaragua, uno de los primeros estudios poblacionales que se hacía en América Latina sobre la prevalencia de este tipo de violencia. El tiempo había pasado por ella, por mí, también por Nicaragua… La lucha de Ana Cristina para superar la violencia que vivía con su pareja y reconstruir su vida fue una de las historias más conocidas y conmovedoras de la investigación “Confites en el Infierno”. La titulamos así en homenaje a la abuelita de Ana Cristina, quien fue la que la alentó a salir de la violencia. Así nos lo contó ella: Después de los golpes, no sólo él me enamoraba, también me compraba ropa… Y mi abuelita me decía: Hija, ¿para qué querés confites en el infierno? Fue este expresivo dicho nicaragüense, genial para describir ese momento del ciclo de la violencia en que el hombre le regala “confites” a la mujer que mantiene en un “infierno”, el que fortaleció a Ana Cristina para decidirse a ser libre.
LOS GENES REBELDES DE MI PADRE
He sido realmente afortunada por haber estado rodeada siempre por personas valientes, comenzando por mi padre, Daniel Ellsberg, quien en 1971 se arriesgó a una condena de 115 años de cárcel cuando copió los “Pentagon Papers” y los entregó a “The New York Times”. Por hacer aquello Henry Kissinger se refirió a él como “el hombre más peligroso de América”.
De mi padre aprendí que la valentía es contagiosa, porque él se inspiró a hacer lo que hizo al conocer a unos jóvenes que con determinación caminaban hacia la cárcel por oponerse a la guerra de Vietnam y rechazar el reclutamiento militar para participar en aquel conflicto.
De él vienen mis genes rebeldes. Crecí en un hogar de activistas y al entrar a la Universidad ya estaba cansada de estudiar. Lo que realmente quería yo era salir al mundo. Por eso, en 1979, cuando supe que en Nicaragua una revolución había derrocado a una dictadura, me salí de la Universidad en mi último año de carrera para ser parte de esa historia.
Llegué a Nicaragua en los años 80. Me fui al Caribe Sur para participar en la Cruzada de Alfabetización en Lenguas. Después, trabajé para el Ministerio de Salud en Bluefields, capacitando a brigadistas de salud y a parteras populares. También, organizando jornadas de vacunación, campañas de prevención de la malaria y de saneamiento ambiental. Fue una etapa fundamental en mi vida y en mi formación. Erradicamos la poliomielitis y el analfabetismo. Sentíamos que estábamos cambiando la historia.
También cambió mi historia porque me enamoré, me casé y en Nicaragua tuve a mi hijo y a mi hija.
AÑOS 80: EL FEMINISMO ERA “UNA DESVIACIÓN IDEOLÓGICA”
Durante aquellos años no recuerdo a nadie mencionando la violencia que en los hogares sufrían las mujeres como un problema habitual, mucho menos como un problema de salud pública. Crecí en Estados Unidos en los 70, cuando surgía el movimiento de liberación de las mujeres y me consideraba una feminista. Al llegar a Nicaragua muy pronto me di cuenta que el feminismo era considerado como una “desviación ideológica” tan nociva como el machismo, y aprendí a callarme. También callaba cuando escuchaba bromas sobre la “sopa de muñecas” -la golpiza- que un hombre le había dado a su mujer. Nadie consideraba que era algo criticable, mucho menos un delito.
La Revolución les había ofrecido a las mujeres educación, salud y participación política, y yo escuchaba todos los días y a toda hora que las prioridades del país eran la defensa militar y la producción, nunca los intereses de un grupo, aun cuando ese “grupo” fueran las mujeres, más de la mitad de la población del país.
En 1989 me mudé a Managua con mi hijo. Mi hija nació ese año, cuando mi esposo estaba movilizado en Nueva Guinea y la guerra aún no había terminado.
Cuando en 1990 terminó la guerra y la Revolución, comencé a trabajar con la cooperación sueca atendiendo los programas de género. Fue hasta entonces que comprobé que la violencia en los hogares era mucho más común de lo que yo imaginaba. Lo comprendí por primera vez cuando visité un centro para mujeres maltratadas en Managua y escuché sus historias. También fue hasta entonces que comencé a darme cuenta de que en Nicaragua había feministas. Muchas se habían callado durante los años de la guerra por las mismas razones que me habían dado a mí. Otras habían hablado, pero no encontraron oídos receptivos.
LAS “AUTOCONVOCADAS” DE 1993
Fue después de la derrota electoral del FSLN en 1990 que el movimiento de mujeres comenzó a crecer. Por mi trabajo pude conocer muchos grupos feministas: los colectivos de mujeres de Managua, Masaya y Matagalpa, ONG como Puntos de Encuentro que capacitaba y publicaba “La Boletina”, las Casas de la Mujer que florecían en las ciudades grandes y en los pueblos pequeños y brindaban servicios médicos, legales y psicológicos para prevenir la violencia. Conocí el albergue Acción Ya, que inició en Estelí y luego se integró a una red de trece albergues para dar refugio a las mujeres que sufrían violencia. Conocí centros que daban servicios integrales de salud, como Ixchen y Si Mujer. Conocí el trabajo de las Secretarías de la Mujer en la Asociación de Trabajadores del Campo, en la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos y en la Central Sandinista de Trabajadores.
La gran mayoría de las mujeres feministas que iba encontrando por todo el país habían nacido en el Sandinismo. Algunas mantenían aún sus vínculos partidarios, otras sentían que dentro del FSLN no había espacio para las feministas y habían dejado el partido.
En 1992 se realizó el primer Encuentro de Mujeres Diversas en la Unidad. Y a partir de ahí se organizaron redes de mujeres dedicadas a distintos temas. Nació entonces la Red de Mujeres Contra la Violencia. Yo me integré a la Red de Mujeres y Economía, la que posteriormente se convirtió en Las Bujías.
Una de nuestras primeras acciones fue exigir una cuota para las mujeres en todos los niveles de dirección del FSLN. Las “autoconvocadas”, así nos llamamos, presentamos nuestra demanda a varios miembros de la Dirección Nacional del FSLN para que la incorporaran en el Congreso que el partido celebraría en 1993. Nos dijeron sonriendo que pedíamos “un sueño bonito” y que no era el momento. Sin embargo, diseminamos ampliamente la propuesta y una ola de mujeres se nos sumó. Y lo conseguimos: en el Congreso del FSLN de 1993 se estableció una cuota del 30% para las mujeres en todas las estructuras del partido.
UNA PREGUNTA Y EL PRIMER DESCUBRIMIENTO
Por mi trabajo con la cooperación sueca conocí a un grupo de investigadores nicaragüenses del Departamento de Medicina Preventiva de la Universidad de León que colaboraban con investigadores de la Universidad sueca de Umeå. Tenían entre manos una investigación sobre salud materno-infantil que mediría, entre otras, las causas de la mortalidad materna y la mortalidad infantil, el embarazo en adolescentes y el bajo peso al nacer.
Sin saber mucho sobre el tema, les sugerí incluir en las encuestas alguna pregunta sobre la violencia contra las mujeres y niñas como factor que podría estar incidiendo en la salud de las mujeres y en la de la niñez. Aunque a mis colegas les pareció una ocurrencia algo extraña, sintieron curiosidad y aceptaron introducir esa pregunta. Para sorpresa de todos, la violencia intrafamiliar resultó ser uno de los factores más importantes para explicar la mortalidad infantil, hallazgo que ni se encontraba ni se explicaba en las investigaciones académicas globales. Posteriormente, hicimos más estudios en León, que mostraron que la violencia de género incidía en muchos otros problemas: depresión y suicidios, embarazos adolescentes, incluso en el bajo peso al nacer y en la muerte neonatal.
Después de aquel primer descubrimiento, los investigadores me invitaron a continuar trabajando con ellos en mis estudios de posgrado. Decidí dejar de trabajar con la cooperación sueca para matricularme en la Universidad sueca de Umeå y sacar un doctorado en epidemiología, enfocando mis estudios en la violencia contra las mujeres y en su impacto en la salud pública en Nicaragua.
Al mismo tiempo, comencé a participar en la Red de Mujeres contra la Violencia. Con las 200 mujeres y las organizaciones que participaban en la Red hicimos por primera vez en Nicaragua la primera campaña de los 16 Días de Activismo contra la Violencia de Género, con la demanda de que Nicaragua ratificara la Convención de Belem do Pará (1994), que a nivel internacional nos daba pautas para eliminar y sancionar la violencia contra las mujeres.
Hicimos también un encuentro nacional con más de 500 mujeres en el que se identificó como prioridad urgente la creación y aprobación en Nicaragua de una ley que sancionara la violencia intrafamiliar. Un grupo de abogadas feministas asociadas con la Red elaboraron un Anteproyecto de Ley, uno de los primeros de su tipo en América Latina. Hicimos consultas con los diputados de la Asamblea Nacional y todos, incluidos los de la bancada del FSLN, coincidieron en que esa ley no contaría con el apoyo de ningún partido político. Nos dijeron que debíamos presentar datos fidedignos demostrando que la violencia en los hogares era un problema real, y no sólo un cuento de unas cuantas feministas. La Comisión de la Mujer de la Asamblea Nacional asumió estudiar el anteproyecto de ley y presentarlo, mientras nosotras nos dimos a la tarea de recoger evidencias para que se convirtiera en ley.
EL OXÍGENO INTERNACIONAL
Mientras esto ocurría en Nicaragua, en el mundo se celebraban eventos internacionales que priorizaban las demandas de las mujeres. El primero, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos en Viena en 1993, donde por primera vez se declaró que “los derechos de las mujeres son derechos humanos”. Al año siguiente, 1994, se celebró en El Cairo la histórica Conferencia de Población y Desarrollo, que comprometió a todos los países del planeta en la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
En 1995 este proceso culminó en la celebración en Beijing de la Cuarta Conferencia Mundial de las Mujeres. En la Plataforma de Acción de Beijing se priorizó el problema de la violencia contra las mujeres y se señaló la necesidad de producir más evidencias sobre su prevalencia, causas y consecuencias.
Muchas mujeres nicaragüenses participaron en estos tres eventos internacionales, tanto en las delegaciones oficiales como en los foros de sociedad civil. Todas las redes nacionales, regionales y globales de los movimientos de mujeres de todo el mundo recibieron con estos acontecimientos enormes volúmenes de oxígeno. También las de Nicaragua.
“YO SÉ DE ESTO, YO LO HE VIVIDO”
Fue en el año de la Conferencia de Beijing, en 1995, cuando comenzamos en Nicaragua nuestra investigación. La hicimos en León, colaborando en todo el proceso la Universidad Nacional Autónoma de León, la Universidad de Umeå y la Red de Mujeres Contra la Violencia. Fue entonces cuando conocí a Ana Cristina.
Para nuestra investigación, entrevistamos en sus casas a 500 mujeres para que nos contaran si tenían o no experiencias personales de violencia. Cuando comenzamos, teníamos temor de que las mujeres no quisieran hablar con desconocidas de algo tan personal, tan sensible. Pero no, estaban deseosas y hasta agradecidas de poder contar sus historias a alguien que las escuchara con empatía y sin juzgarlas. Muchas nunca le habían contado a nadie sobre la violencia que estaban viviendo o que habían vivido.
Al sentir tanta apertura, la experiencia se convirtió en una aventura emocionante. Enseguida nos dimos cuenta que, precisamente por la violencia que vivían aún, podrían correr peligro al hablar con nosotras, así que generamos estrategias para protegerlas. La más frecuente era cambiar la conversación si el hombre entraba en la casa mientras hablábamos con su mujer. Si él preguntaba de qué era la entrevista cambiábamos a una falsa encuesta y les preguntábamos sobre las vacunas o sobre la lactancia materna o sobre cualquier otra cosa, hasta que él se aburriera y se fuera. No sólo las entrevistamos para conocer sobre su historia de violencia. También les dábamos referencias para que recibieran cuidado médico, asesoramiento legal y les informábamos sobre sus derechos.
Pronto nos dimos cuenta de que muchas de las entrevistadoras también habían experimentado violencia de sus parejas o en sus familias. A ellas especialmente les resultaba extremadamente doloroso y estresante escuchar diariamente historias de golpes, humillaciones y actos tan brutales que parecían imposibles y que ellas conocían personalmente.
Formamos entonces un grupo de autocuidado, en donde semanalmente nos desahogábamos contando entre nosotras las historias que habíamos escuchado. Las entrevistas les ayudaban a saber que no estaban solas, que sus experiencias eran las de muchas más. Eso aliviaba su vergüenza y su dolor. Fue en una de estas sesiones que una de las entrevistadoras jóvenes, Ana Cristina, nos dijo: “Yo sé lo que están pasando estas mujeres porque yo lo he vivido”. Y nos contó la que se convertiría en la historia emblemática de nuestro estudio.
ANA CRISTINA: CINCO AÑOS EN EL “INFIERNO”
Ana Cristina se había casado a los 15 años con un hombre de más de 30. Muy pronto él comenzó a golpearla. Y siguió golpeándola durante los siguientes cinco años en los que convivieron.
Mi historia es la de muchas mujeres… Nos casamos deseando un hogar feliz y lo que encontramos es tristeza, sueños convertidos en pesadillas… Y como crecimos escuchando que todo hay que aguantarle al hombre porque así son las cosas…
Nos contó cómo aprendió a esperar su llegada en las noches, siempre dispuesta a escaparse de la casa con sus hijas.
Tenía que andar durmiendo en otra casa para evitar que cuando llegara me golpeara. Yo tenía que saltarme las tapias y él me tiraba balazos. Me capée muchas veces de esos balazos y dormía con mis hijas en un patio ajeno. No sé por qué estoy viva…
Muchas veces la violencia era acompañada de abuso sexual y emocional.
Cuando él llegaba borracho yo no quería tener relaciones con él porque me agarraba como salvaje… Me decía: ¡Sos animal, sos bruta, no servís para nada! Eso me tenía más idiota. No levantaba cabeza. Yo creo que todavía tengo las secuelas de eso...Yo me decía: ¿será que realmente lo soy?... Mi abuelita me decía: Ese hombre te va a poner esa cuestión que ponen a los caballos cocheros. Porque en realidad yo no podía voltear a ver a nadie, ni tener amigas, ni mujeres ni varones. No podía saludar a nadie. Y si un hombre me volteaba a ver, ahí te iba el pijazo en la calle....
Ana Cristina trató en algunas ocasiones de conseguir ayuda, y una vez hasta fue a la Policía, pero su fracaso sirvió para convencerla de que no había escape. Les contaba a su mamá y a su suegra lo que le estaba sucediendo, pero no recibía apoyo.
Mi mamá me decía: ¿Vos creés que sos la única a la que le pasa esto? Me decía que no lo dejara. Mi suegra también decía: Vos tenés que mantener el matrimonio, acordate que sos su esposa y tenés que aguantarle, porque él es el padre de tus hijas. Entonces yo volvía.
Cada vez que ella intentaba huir, él la conquistaba de nuevo con disculpas, flores, chocolates. Y ella lo aceptaba. Hasta que un día, su abuela le rogó que lo dejara. Se sentó con ella y le dijo: ¿Hija, para qué querés confites en el infierno? El apoyo de su abuela le dio valor para separarse de aquel hombre y poner fin a tanta violencia.
Si yo hubiera tenido una ayuda, creo que me hubiera apartado más antes de él. No le hubiera aguantado cinco años, pero yo no hallaba para dónde y no tenía nadie que me dijera qué podía hacer, porque mi familia es tan criada a la antigua, y yo también fui criada así, pero con el tiempo me modernicé…
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SORPRESA, ESCÁNDALO, INDIGNACIÓN
Los resultados de “Confites en el infierno”, presentados en 1996, sorprendieron, escandalizaron. Nuestra investigación encontró que en Nicaragua una de cada dos mujeres había experimentado con su pareja y durante su vida violencia física o sexual. Que una de cada cuatro mujeres había experimentado esa violencia en los últimos doce meses. Eran cifras muchísimo más altas de lo que habíamos imaginado.
Tres mil mujeres habían denunciado la violencia de pareja ante la Policía en el año previo al estudio, una cantidad mínima teniendo en cuenta que, según las estadísticas que elaboramos en base al estudio, el número de mujeres que convivía con la violencia en el país era cercano a 250 mil.
Con estas cifras en mano logramos que el Anteproyecto de Ley contra la Violencia Intrafamiliar (Ley 230) se presentara en la Asamblea Nacional. Con integrantes de la Red presentamos los resultados del estudio por radio, por televisión y en las páginas de “La Boletina”. Nos movilizamos por todo el país hablando con alcaldes, personal de salud y activistas comunitarios para explicarles la gravedad de la violencia intrafamiliar. Conocer lo que el estudio revelaba provocó una ola de indignación en todo el país.
LEY 230: POR PRIMERA VEZ EN NICARAGUA…
Publicamos los hallazgos del estudio en los periódicos y motivamos a que las mujeres recortaran esa información y firmaran una petición exigiendo a los diputados que aprobaran la ley. En solo dos semanas recogimos 50 mil firmas. Con esas firmas rellenamos los buzones que cada uno de los diputados tenía en la Asamblea Nacional. Les decíamos que las mujeres eran la mitad del electorado y que en las siguientes elecciones iban a recordar quiénes habían votado a favor o en contra de la ley. “Ya no quiero confites en el infierno” se convirtió en una consigna demandando que la ley se aprobara.
Uno de los argumentos que más se usó contra los contenidos de la Ley era que no era factible tipificar las “lesiones psicológicas”. Introdujimos esta causal en el anteproyecto de ley para que se reconociera que no sólo los golpes físicos dañan y que también es violencia el maltrato emocional. Y para darles más seguridad a los legisladores, hicimos consultas en grupos focales con psicólogas, jueces, policías, hombres y mujeres con trabajo comunitario para conocer sus opiniones sobre los contenidos de la ley. Hubo mucho consenso en aceptar que la violencia emocional y la violencia sexual eran tan dañinas como la violencia física.
En las consultas escuchamos opiniones como éstas: “El maltrato psíquico es más grave porque los moretones se quitan, pero el daño psicológico es permanente y perturba la mente” (Mujeres jóvenes); “El abuso psicológico debe ser penado porque genera inseguridad y la hace sentirse a una como un zapato” (Defensoras populares); “Nunca me golpea, pero las insinuaciones me ofenden, me humillan, me hacen sentir que valgo menos, me hacen sentirme una basura” (Mujeres jóvenes).
La prueba más contundente de la necesidad de reformar la Ley la proporcionó un grupo de hombres rurales que en la consulta confirmaron que generalmente trataban de evitar dejar señas en el momento de golpear a sus mujeres, evidenciando que conocían el Código Penal y tenían clara intención de no arriesgarse a incurrir en delitos que fueran penados por la ley. Dijo uno: “Para darle a la mujer hay que saberle dar”. Dijo otro: “A la mujer se la da donde no se le mire, se le da en la nalguita. Callado se le dice: A ver chiquita, pelate la nalga. Y se le da con la faja en la nalga... y eso no es grave porque no se le mira, pero si le doy en el ojo es problema”.
Cuando presentamos los resultados de estas consultas ante la Asamblea Nacional, diputados y miembros del gabinete se conmovieron con los testimonios que escucharon. El Vicepresidente de la Asamblea contó que había presenciado violencia contra su mamá cuando era pequeño y la Ministra de Salud reconoció con la voz entrecortada que ella también había sufrido violencia de su marido siendo joven. Con los testimonios de estos altos funcionarios, el silencio que había rodeado este tema, considerado como vergonzoso, comenzó a romperse definitivamente. Así que no fue una total sorpresa que semanas después, la Ley 230 fuera aprobada de forma unánime.
Por primera vez en la historia de Nicaragua habría medidas judiciales por las que un juez podía decirle al hombre maltratador: “Usted tiene prohibido el ingreso a esta casa”. Por primera vez se reconoció la violencia psicológica como un delito. Por fin se eliminó de las leyes el delito de adulterio, por el que se castigaba a las mujeres y no a los hombres. Y por primera vez el Estado de Nicaragua se comprometía a proteger el bienestar emocional de las mujeres
Todos estos avances trajo la Ley 230. Y éste fue apenas el comienzo, un comienzo importantísimo porque contar con una ley nueva, que expresara con claridad que la violencia en el hogar era un delito, se convirtió en una poderosa declaración de que las cosas estaban empezando a cambiar en Nicaragua.
Uno de los medios que empleamos para divulgar los resultados de “Confites en el infierno” fue una fotonovela basada en la historia de Ana Cristina. Las mujeres la leían juntas y la discutían. O la leían solas entrando en silencio en aquel relato. Un día una activista llegó a una estación de policía para una gestión y vio a una mujer sentada, hojeando la fotonovela una y otra vez. ¿Qué hacés?, le preguntó. Ella le dijo: “He venido a esta estación de policía muchas veces para denunciar a mi esposo, pero siempre termino regresando a la casa. Hoy sí creo que lo voy a lograr. Traje a Ana Cristina conmigo para darme valor. Si ella pudo salir de la violencia, tal vez yo también puedo”.
“Confites en el infierno” llegó a Nicaragua en la primavera de los derechos de las mujeres a nivel global. Y coincidió con años en que Nicaragua vivía una compleja, pero real, transición a la democracia en Nicaragua. Este contexto mundial y nacional lo hizo posible.
POR NUESTRAS HIJAS Y POR NUESTRAS NIETAS
Salí de Nicaragua en 1998, con mis hijos, recordando siempre las palabras de dos mujeres en las entrevistas para “Confites”. Una, la que nos reclamó el porqué de tantas preguntas. Había sido una etapa tan triste en su vida que prefería no recordarla. Otra, una entrevistadora, también sobreviviente de violencia, que le respondió: “Tal vez usted tenga razón. Puede que sea demasiado tarde para usted y para mí también. Pero piense en nuestras hijas, en nuestras nietas. Si nos comparte su historia, tal vez las cosas serán mejor para ellas y no tendrán que sufrir a como sufrimos nosotras”.
Siempre tuve presente el reclamo de una y la respuesta de la otra. Por eso, cuando regresé a Estados Unidos dediqué muchos años a investigar sobre la violencia de género en otros países, siempre con la intención de regresar algún día a Nicaragua para ver qué había pasado con las hijas y con las nietas de las mujeres que habíamos entrevistado en 1995.
En 2015, con el nombre de Beijing + 20, mujeres de todo el mundo conmemoraron la cuarta Conferencia Mundial de la Mujer organizada por la ONU y celebrada en Beijing en 1995, por ser un evento que tuvo una asistencia femenina sin precedentes y marcó un rumbo y un punto de inflexión en la agenda de género a nivel internacional.
En 2015 a un buen grupo de mujeres nicaragüenses se nos ocurrió repetir el estudio que habíamos hecho hacía veinte años. Lo titulamos “Confites +20”. Para elaborarlo nos contactamos con el equipo del Centro de Investigación en Demografía y Salud de la Universidad de León, con la ONG InterCambios, dedicada a la violencia de género, y siempre con el apoyo de la Red de Mujeres contra la Violencia, nos lanzamos a la aventura.
2016: CONFITES + 20
La aventura inició en 2016. La meta era entrevistar a 1 mil 400 mujeres de la zona urbana y de las zonas rurales de León. Las buscamos de entre 15 y 64 años para incluir a algunas que habían estado en nuestra investigación de hacía veinte años. Y encontramos a varias. Usamos un cuestionario creado por la Organización Mundial de la Salud, con preguntas muy similares a las que habíamos usado entonces que indagaban sobre violencia física, sexual, emocional y patrimonial, de la pareja o de otra persona.
Preguntamos también a las mujeres si buscaron ayuda y sobre sus opiniones sobre la violencia y la equidad de género. También hicimos preguntas específicas para Nicaragua: si conocían la Ley 779 -Ley Integral contra la Violencia hacia las Mujeres, aprobada en 2012- y si la consideraban positiva para las mujeres. También, si recordaban mensajes de campañas contra la violencia y si habían visto algún capítulo de las series televisivas Sexto Sentido, Contracorriente, Loma Verde o Tita Ternura.
Tal como habíamos hecho en 1995, además de las entrevistas con las mujeres, hicimos grupos focales y hablamos con diferentes actores sociales. Hicimos talleres con hombres, con jóvenes, con mujeres que hacían trabajo comunitario, con activistas. A diferencia del primer estudio, no nos fue posible ningún contacto con autoridades estatales, ni de la Policía ni del Ministerio de la Familia ni de nivel comunitario. Nos informaron que nadie podía responder a ninguna entrevista sin autorización previa de la Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, Rosario Murillo.
1995-2016: RESULTADOS RELEVANTES, ALENTADORES
Al analizar los primeros datos de la encuesta, saltaba a la vista que la violencia física en las parejas había descendido claramente. La proporción de mujeres y jóvenes que reportaron violencia física de su pareja alguna vez en su vida fue el 55% en 1995 y en 2016 se había reducido al 28%. La violencia física en los doce meses anteriores al estudio se redujo del 28% al 8%. Hubo descensos similares en la violencia emocional a lo largo de la vida de pareja (del 71% al 42%), y también en los doce meses previos al estudio (del 43% al 23%). Notamos una ligera baja en la violencia sexual del 20% al 15%, pero en el análisis estadístico esto no tuvo significación.
Los resultados nos llamaron vivamente la atención. Era la primera vez que podíamos documentar un descenso tan significativo en la violencia de pareja en una población concreta, empleando para medirla métodos comparables. Usando modelos estadísticos que tienen en cuenta diferentes factores demográficos, encontramos que la violencia física soportada durante su vida se redujo en un 60% y la soportada en los últimos doce meses en un 70%. Entre las mujeres jóvenes (15-29 años) el descenso era aún mayor. Fueron resultados de relevancia internacional porque demostraban que la violencia se puede prevenir y no es algo inevitable en la vida de las mujeres.
Con un análisis más profundo de los datos, encontramos que el factor más importante que explicaba el descenso de la violencia era el trabajo constante de las organizaciones feministas. Vimos muchas diferencias entre las mujeres de 1995 y las de 2016. Una de las más importantes, el nivel de educación universitaria: 7% en 1995 y 25% en 2016. Siendo la educación, y la educación universitaria específicamente, un escudo que protege a las mujeres de la violencia, el aumento de estudiantes universitarias en dos décadas marcó una importante diferencia.
Otra diferencia importante fue el rechazo a la violencia que habían adquirido las mujeres en veinte años. En 1998, y según la Encuesta de Demografía y Salud, casi el 30% de las mujeres consideraba que un hombre tenía derecho a golpear a su esposa en algunas situaciones. Ese considerable porcentaje aceptaba la violencia en la pareja al menos por alguna razón. La razón más mencionada fue descuidar a los hijos o las tareas del hogar. Otras razones aceptadas eran irse de la casa sin permiso, discutir con el hombre o negarse a tener relaciones sexuales. En 2016, apenas el 8% estaba de acuerdo con la violencia por alguna de estas razones.
LOGRAMOS UNA PROFUNDA TRANSFORMACIÓN
En 1995 sólo 1 de cada 5 mujeres buscó ayuda para salir de la violencia. En 2016 la buscó 1 de cada 3 mujeres. El 90% de las entrevistadas sabía que existía una ley contra la violencia hacia las mujeres y la consideraba positiva. En algunas preguntas sobre normas de género, encontramos diferencias de opinión entre las mujeres jóvenes y las mayores: en la obligación de la mujer a tener relaciones sexuales con su marido o en la obligación a obedecerle aun cuando no estuviera de acuerdo con él. También encontramos un aumento importante en el porcentaje de mujeres que habían buscado apoyo en la Policía o en los Juzgados entre 1995 (18%) y 2016 (33%).
El 90% de las mujeres encuestadas conocía la Ley 779 y el 80% consideraba que era una defensa para las mujeres. Un tercio de las mujeres recordaba haber escuchado algún mensaje de las campañas contra la violencia. “Tengo derecho a vivir sin violencia” fue el mensaje más recordado. Y más del 80% había visto por lo menos alguno de los programas de televisión. El más nombrado (70%) fue Sexto Sentido, seguido por Loma Verde.
En los modelos estadísticos encontramos relación entre quienes habían visto estos programas, habían escuchado mensajes específicos, tenían conocimiento de la Ley 779 y habían acudido a servicios de atención a mujeres con problemas de violencia, como las Comisarías de la Mujer. Los programas y las campañas también habían impactado en las opiniones de las mujeres sobre las normas de género, sobre si la violencia se justificaba y si buscaban ayuda. Como todos los elementos se relacionan entre sí es difícil desagregar el impacto de una u otra variable aislada.
Lo que sí nos quedó claro fue que el conjunto de acciones promovidas por el activo y organizado movimiento de mujeres, la aprobación de las leyes 230 y 779, los servicios brindados por las Comisarías de la Mujer y los centros de mujeres, y las ideas diseminadas en campañas y programas en los medios de comunicación, habían catalizado una profunda transformación en la población nicaragüense.
TODAVÍA, MACHISMO Y VIOLENCIA SEXUAL
En “Confites + 20” comprobamos que aún hay factores de riesgo importantes que provocan violencia en la pareja. Entre ellos, el maltrato físico y sexual soportado en la niñez. Las mujeres que fueron maltratadas como niñas tienen mayores probabilidades de ser maltratadas en sus relaciones de pareja, tal vez porque ven el maltrato como algo normal y no tienen el mismo sentido de autocuidado de las mujeres que no sufrieron violencia cuando eran chiquitas.
Múltiples estudios internacionales, incluidos los realizados en Nicaragua, indican que los hombres que viven maltrato durante su niñez tienen más probabilidad de ser violentos en sus relaciones de pareja. Y, aunque la relación no es directa, los hombres que emplean la violencia con su pareja tienden a adoptar comportamientos y actitudes machistas: pelean con otros hombres, toman alcohol en exceso, tienen relaciones con varias mujeres, controlan la vida de su pareja, discuten con ella con frecuencia, no le permiten trabajar ni visitar amigas, leen sus mensajes… Y sus parejas les tienen miedo.
Aunque el estudio encontró que los hombres también han cambiado a lo largo de estas dos décadas, lo han hecho menos que las mujeres. Y que el machismo, en todas sus expresiones, sigue siendo el factor de riesgo más importante para que exista violencia en las parejas.
Un hallazgo de “Confites + 20” fue la alta prevalencia de la violencia sexual, tanto en las parejas como fuera de ellas. En la investigación descubrimos que casi la mitad de las mujeres nicaragüenses han experimentado alguna forma de violencia sexual, por acoso sexual en el trabajo, en la escuela o en las calles, o por asaltos sexuales.
El acoso sexual ocurre con mayor frecuencia en espacios públicos. En el transporte público lo ha sufrido el 26% de las mujeres. El 14% lo ha experimentado a través de mensajes electrónicos. El 11% de las mujeres nos dijo haber sufrido una violación o intento de violación por un hombre que no era su pareja. El 15% de las mujeres con pareja dijeron haber sido obligadas por la fuerza física o por presiones psicológicas a tener relaciones sexuales cuando no querían. En total, el 46% de las mujeres había vivido alguna forma de violencia sexual.
LO MUCHO QUE HEMOS PERDIDO
En conjunto, los alentadores resultados de “Confites + 20” nos emocionaron, aun cuando ya en el año en que los conocimos, muchos de los logros documentados en nuestro primer estudio habían ido desapareciendo. En 2013 las reformas a la Ley 779 y el reglamento que ordenó el Ejecutivo significaron retrocesos decisivos para garantizar el acceso de las mujeres a la justicia.
Además de promover la mediación en las parejas en las que hubiera violencia -eliminar la mediación había sido una demanda persistente del movimiento de mujeres-, las reformas y el decreto crearon una nueva ruta de atención para los casos de violencia: en lugar de recibirse en las Comisarías de la Mujer se derivaron a Consejerías de la Familia a cargo del Ministerio de la Familia. También se eliminó la coordinación que existía entre las instituciones públicas y las organizaciones de la sociedad civil y se prohibió a las defensoras que acompañaran a las mujeres a los juzgados y a las comisarías de policía.
El golpe de gracia a las políticas para evitar la violencia de género lo vimos en 2016 cuando estábamos recogiendo datos para “Confites + 20”. Sin dar ninguna explicación, el gobierno eliminó todas las Comisarías de la Mujer y la Niñez. Nos dimos cuenta porque un día amaneció borrado el rótulo que tenía la Comisaría en la estación de Policía de León y un diputado del FSLN nos dijo que las funciones de la Comisaría se trasladaban a Auxilio Judicial de la Policía. Poco después, el gobierno canceló su empleo a las trabajadoras sociales y psicólogas que atendían a las mujeres en las Comisarías. Así se desmanteló totalmente el modelo de atención integral a las mujeres que con tanto esfuerzo habíamos conseguido hacía muchos años.
A pesar de todo, seguimos con el estudio, con la esperanza de que podría servir como prueba contundente de la importancia de conservar los programas de atención y prevención de la violencia de género. Finalmente, cuando en abril de 2018 nos preparábamos para dar a conocer en Managua los hallazgos esperanzadores de “Confites + 20” ocurrió la insurrección ciudadana que demostró la falsedad de los mitos que el gobierno vendía sobre Nicaragua: el país “más seguro de Centroamérica”, el país “con mayor equidad de género”, el país donde se “vivía bonito”…
TIEMPOS DE RETROCESOS Y DE VIOLENCIA INSTITUCIONAL
No pudo ser hasta dos años después, en noviembre de 2020, que logramos compartir los hallazgos del estudio “Confites + 20” con nuestras amigas y colegas en Nicaragua. Lo hicimos en un webinar global en el que participaron los coautores del estudio, representantes de la Red de Mujeres contra la Violencia, y en representación de la OMS, la doctora Claudia García Moreno, impulsora del primer estudio multipaís sobre esta forma de violencia.
Algunas participantes ya no estaban en Nicaragua. Como decenas de miles de nicaragüenses se había tenido que ir al exilio. Por eso, la pantalla fue un espacio de alegre reencuentro. Todas celebraron los resultados de su trabajo de tantos años y todas expresaron tristeza por todo lo perdido.
La doctora García Moreno reconoció que nuestro estudio había sido uno de los primeros que documentó la prevalencia de la violencia de género, aportando a la creación de metodologías y estándares éticos que aún se utilizan a nivel internacional para investigar este problema.
“2018 fue el último año en que el movimiento de mujeres estuvo en las calles protestando contra las políticas del gobierno -explicó una de las participantes-. Hoy existe en el país una violencia institucional sin precedentes. Los derechos de las mujeres y las niñas siguen siendo violados con vacíos legales, invisibilizando los datos de la violencia y de los femicidios, manipulando los casos. Hemos perdido toda confianza en las instituciones, especialmente en la Policía, que no atiende las denuncias. Muchas de nuestras organizaciones han tenido que cerrar por problemas económicos o por amenazas y presiones del gobierno Y a esto se suma la pandemia, que obliga a las mujeres a compartir más tiempo en el hogar con sus abusadores. Las casas son hoy todavía menos seguras para muchas mujeres y niñas”.
No es sólo en Nicaragua. En todo el mundo las líneas telefónicas a las que las mujeres pueden recurrir y los refugios para quienes huyen de violencia en los hogares han informado del notable aumento en las solicitudes de ayuda por la crisis de salud provocada por la pandemia. Cuando las naciones están en crisis o atraviesan conflictos se revela lo frágiles que son las protecciones ganadas por las mujeres con tantos esfuerzos.
“ME SENTÍ IMPORTANTE Y HOY ME SIENTO ORGULLOSA”
En 2016 me reencontré con Ana Cristina en León. Platicando, me puse al día sobre su vida en los veinte años que siguieron a “Confites en el infierno”.
Ana Cristina tuvo que dejar sus estudios de Derecho por falta de recursos y se dedicó a hacer cualquier trabajo que le saliera para mantener a sus hijas. Cuando nos vimos vendía nacatamales los sábados y durante la semana lavaba y planchaba para otras mujeres. Veinte años después seguía sintiéndose orgullosa de haber sido la protagonista anónima de nuestro estudio.
Me sentí importante y todavía me siento importante, a pesar de que la mía era una historia triste… Me siento orgullosa porque mi historia ayudó a las mujeres a romper el silencio.
Con su trabajo, sus dos hijas prosperaron. Una es médica y la otra abogada. Ana Cristina se alegra de que ellas no pasarán por lo mismo.
Miro que hoy las mujeres están más decididas porque ven que si están con alguien que no les conviene lo dejan… También las leyes que apoyan a las mujeres han ayudado a que las mujeres tengan mayor decisión, menos miedo. Antes la violencia se miraba como tabú, algo que no se debía hablar. Ahora, la miran como algo que no debe ser.
LO QUE HE APRENDIDO
He pasado gran parte de mi vida participando en el arduo trabajo del movimiento de mujeres para entender y enfrentar la violencia contra las mujeres. Comparto con Ana Cristina su orgullo: en el mundo y en Nicaragua ya miran la violencia contra las mujeres “como algo que no debe ser”. Y la erradicación de la violencia contra las mujeres se encuentra hoy entre los primeros temas de la agenda global del desarrollo, de los derechos humanos y de la salud pública.
Algo que he aprendido en todos estos años como investigadora es que los números importan y pueden hacer una diferencia. Los rostros detrás de los números son igualmente importantes. Así que la próxima vez que quien haya leído este relato escuche una estadística sobre la violencia contra las mujeres, o sobre el tráfico de mujeres, o sobre el matrimonio forzado de niñas, recuerde a las miles de Ana Cristinas que compartieron su dolor para que, transformado en estadística, sirviera para conocer la verdad de lo que les pasa a las mujeres.
A lo largo de mi vida y de mi trabajo he conocido a muchas mujeres que, con el simple acto de decir NO a la violencia en sus vidas, desatan una onda expansiva que transforma comunidades enteras. Como el NO de Ana Cristina. He aprendido que cuando se organizan las mujeres, como lo han hecho en Nicaragua y en tantos otros lugares, el mundo patriarcal se estremece.
También he aprendido que los logros alcanzados son frágiles, y que la reacción patriarcal está siempre presente y al acecho para revertir los avances. Pero la persistencia de las mujeres es tremenda. Así lo dijo, determinada y decidida, una mujer nicaragüense cuando presentamos los positivos datos de “Confites + 20”: “Lo que demuestran esos números es que nuestro trabajo no fue en vano. Seguiremos trabajando. Y lo que hemos perdido lo volveremos a ganar. Y lo que han destruido lo volveremos a construir”.
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